Un nuevo día
Un nuevo día...
Por Félix Olivera
Era un día fresco y soleado bañado por un precioso arco iris nacido de una lluvia fortuita. El bosque del que les voy a hablar era un robledal húmedo y las aves revoloteaban pregonando la felicidad que trae consigo la primavera. Todo parecía perfecto.
Hasta que apareció una astuta comadreja que se situó en medio del claro del bosque y habló en su idioma.
¡Oh, que día tan precioso hace hoy! ¡Voy a ver si encuentro algún feliz conejito al que engañar para llevarme a la panza!
Tras decir esto la comadreja se marchó de allí con gran agilidad.
A la hora llegó una serpiente venenosa que fue a parar al interior del claro y dijo estas palabras con una voz siseante y cargada de malicia.
¡Oh, que día tan hermoso hace hoy! ¡Voy a ver si localizo alguna feliz comadreja a la que envenenar que hace semanas que no como!
Después de decir esto, la serpiente se largó en zigzag a través de un matorral de tomillo.
Dos horas más tarde apareció un halcón tuerto que se situó en la rama central del árbol más próximo al claro del bosque y graznó estas cosas.
¡Oh, que tarde tan tranquila hace hoy! ¡Voy a ver si diviso alguna feliz serpiente a la que triturar con mis garras, que hace meses que no cazo ninguna!
Al terminar su discurso el halcón se alzó volando al interior del bosque cuando el sol ya daba signos de querer ocultarse.
El claro del robledal permaneció en silencio durante unos minutos, cuando de pronto se percibieron varios disparos de un cazador en la lejanía.
El joven cazador llevaba consigo un halcón apoyado en su hombro, y por el pico del ave fluía la sangre de una serpiente venenosa que anteriormente había desgarrado sin piedad con sus afiladas garras, le había arrancado la espina dorsal de cuajo mientras aún permanecía viva y movía su lengua bífida en todas direcciones, y finalmente le había seccionado y engullido la cabeza entretanto sus ojos contemplaban lo que ocurría.
La serpiente venenosa se llamaba Matilde, la última de su especie, y en su vientre descansaban los restos deshechos por los jugos gástricos de una astuta comadreja que se llamaba Jose.
Jose había estado toda la mañana agazapada tras un matorral de romero a la entrada de la madriguera de una coneja que había estado acechando tras llegar al claro, pero entonces apareció de la nada un joven cazador corriendo veloz que la ahuyentó y la hizo resbalar a un hoyo oscuro.
En seguida, Jose la comadreja escuchó un sonido familiar semejante al siseo provocado por el viento de Otoño, y milésimas de segundo después notó dos colmillos hundiéndose en su ojo derecho, explotándole el cristalino y salpicando sangre y un viscoso fluido ocular blanquecino.
La comadreja tenía dos crías esperándola en su madriguera y trató de zafarse por todos los medios pero ya era demasiado tarde. La serpiente venenosa se enroscó alrededor de su cuerpecito rojizo y pudo oír el crujir de sus débiles huesos bajo la piel fría y escamosa.
¡Hijitos! ¡Iaaaaa!-gritó desconsolada la comadreja mientras moría.
El joven cazador se llamaba Luis, y se había escapado de casa con la escopeta de su padre. Escopeta que solo le dejaría usar cuando cumpliese los doce años, pues contaba con nueve. Se había disparado en un pié por el retroceso del arma y corría desesperado hacia su casa. Y por el sendero del bosque le dio sin querer un puntapié a la serpiente Matilde, que cayó rodando por la rambla de Algeciras, y el halcón Tomás que estaba en el hombro de Luis batió sus alas en la dirección de la serpiente. Después el halcón perdió su otro ojo.
Ese día mamá conejo y sus conejitos durmieron tranquilos, aunque pocos días después fueron perseguidos y descuartizados vivos por una jauría de perros salvajes.
La madre se llamaba Ana, y sus hijitos, Pedro, Teresa y Sofía, y solo contaban con tres semanas de vida.
Los perros festejaron ese otro día hasta que acabaron en la perrera con una inyección letal de regalo, y finalmente terminaron abrasados en el crematorio. Apocalipsis de todos los infiernos.
¡Luis! ¡Luis! ¡Despierta!-exclamó apremiante la voz de una mujer. ¿Acaso era eso?
¿Qué ocurre? ¿Qué sucede mamá? ¿Dónde estoy? Mi habitación está diferente, como si fuese otra.- dijo Luis, “el pequeño cazador herido”.
Estamos muertos hijito, tu padre nos mató cuando estaba borracho de un disparo en las sienes, pero él sigue vivo, nos enterró en el bosque y ahora vive en esta casa con otra mujer, y está empezando a actuar con ella de la misma manera que antes de matarnos.-dijo la madre con frialdad.
Mami tengo miedo, entonces no quiero estar aquí. Este sitio es oscuro y tenebroso…
¡Shhhhhssstt! ¡Calla!
Hijito ahora quiero que te duermas.-dijo la madre con la voz dulce. No se le veía el rostro entre el pelo enmarañado y las sombras que proyectaba el candil.
Mami cuéntame otra vez la historia de los animalitos del robledal.-le pidió Luis ansioso.
Así lo haré hijito. Así lo hubiese querido tu padre.-concluyó.
Pero la madre de Luis mintió de nuevo. Ella estaba loca y fue quién lo asfixió con su almohada en un brote depresivo y luego se cortó las venas en la bañera. Y aún después de muerta continuaba con la farsa.
Al final sonrió inquieta mirando al hijito, y comenzó a releer aquella historia que había repetido durante los diez años posteriores a sus muertes. Aquel animalicidio solo podía proceder de una mente tan perversa como la suya.
Hasta que apareció una astuta comadreja que se situó en medio del claro del bosque y habló en su idioma.
¡Oh, que día tan precioso hace hoy! ¡Voy a ver si encuentro algún feliz conejito al que engañar para llevarme a la panza!
Tras decir esto la comadreja se marchó de allí con gran agilidad.
A la hora llegó una serpiente venenosa que fue a parar al interior del claro y dijo estas palabras con una voz siseante y cargada de malicia.
¡Oh, que día tan hermoso hace hoy! ¡Voy a ver si localizo alguna feliz comadreja a la que envenenar que hace semanas que no como!
Después de decir esto, la serpiente se largó en zigzag a través de un matorral de tomillo.
Dos horas más tarde apareció un halcón tuerto que se situó en la rama central del árbol más próximo al claro del bosque y graznó estas cosas.
¡Oh, que tarde tan tranquila hace hoy! ¡Voy a ver si diviso alguna feliz serpiente a la que triturar con mis garras, que hace meses que no cazo ninguna!
Al terminar su discurso el halcón se alzó volando al interior del bosque cuando el sol ya daba signos de querer ocultarse.
El claro del robledal permaneció en silencio durante unos minutos, cuando de pronto se percibieron varios disparos de un cazador en la lejanía.
El joven cazador llevaba consigo un halcón apoyado en su hombro, y por el pico del ave fluía la sangre de una serpiente venenosa que anteriormente había desgarrado sin piedad con sus afiladas garras, le había arrancado la espina dorsal de cuajo mientras aún permanecía viva y movía su lengua bífida en todas direcciones, y finalmente le había seccionado y engullido la cabeza entretanto sus ojos contemplaban lo que ocurría.
La serpiente venenosa se llamaba Matilde, la última de su especie, y en su vientre descansaban los restos deshechos por los jugos gástricos de una astuta comadreja que se llamaba Jose.
Jose había estado toda la mañana agazapada tras un matorral de romero a la entrada de la madriguera de una coneja que había estado acechando tras llegar al claro, pero entonces apareció de la nada un joven cazador corriendo veloz que la ahuyentó y la hizo resbalar a un hoyo oscuro.
En seguida, Jose la comadreja escuchó un sonido familiar semejante al siseo provocado por el viento de Otoño, y milésimas de segundo después notó dos colmillos hundiéndose en su ojo derecho, explotándole el cristalino y salpicando sangre y un viscoso fluido ocular blanquecino.
La comadreja tenía dos crías esperándola en su madriguera y trató de zafarse por todos los medios pero ya era demasiado tarde. La serpiente venenosa se enroscó alrededor de su cuerpecito rojizo y pudo oír el crujir de sus débiles huesos bajo la piel fría y escamosa.
¡Hijitos! ¡Iaaaaa!-gritó desconsolada la comadreja mientras moría.
El joven cazador se llamaba Luis, y se había escapado de casa con la escopeta de su padre. Escopeta que solo le dejaría usar cuando cumpliese los doce años, pues contaba con nueve. Se había disparado en un pié por el retroceso del arma y corría desesperado hacia su casa. Y por el sendero del bosque le dio sin querer un puntapié a la serpiente Matilde, que cayó rodando por la rambla de Algeciras, y el halcón Tomás que estaba en el hombro de Luis batió sus alas en la dirección de la serpiente. Después el halcón perdió su otro ojo.
Ese día mamá conejo y sus conejitos durmieron tranquilos, aunque pocos días después fueron perseguidos y descuartizados vivos por una jauría de perros salvajes.
La madre se llamaba Ana, y sus hijitos, Pedro, Teresa y Sofía, y solo contaban con tres semanas de vida.
Los perros festejaron ese otro día hasta que acabaron en la perrera con una inyección letal de regalo, y finalmente terminaron abrasados en el crematorio. Apocalipsis de todos los infiernos.
¡Luis! ¡Luis! ¡Despierta!-exclamó apremiante la voz de una mujer. ¿Acaso era eso?
¿Qué ocurre? ¿Qué sucede mamá? ¿Dónde estoy? Mi habitación está diferente, como si fuese otra.- dijo Luis, “el pequeño cazador herido”.
Estamos muertos hijito, tu padre nos mató cuando estaba borracho de un disparo en las sienes, pero él sigue vivo, nos enterró en el bosque y ahora vive en esta casa con otra mujer, y está empezando a actuar con ella de la misma manera que antes de matarnos.-dijo la madre con frialdad.
Mami tengo miedo, entonces no quiero estar aquí. Este sitio es oscuro y tenebroso…
¡Shhhhhssstt! ¡Calla!
Hijito ahora quiero que te duermas.-dijo la madre con la voz dulce. No se le veía el rostro entre el pelo enmarañado y las sombras que proyectaba el candil.
Mami cuéntame otra vez la historia de los animalitos del robledal.-le pidió Luis ansioso.
Así lo haré hijito. Así lo hubiese querido tu padre.-concluyó.
Pero la madre de Luis mintió de nuevo. Ella estaba loca y fue quién lo asfixió con su almohada en un brote depresivo y luego se cortó las venas en la bañera. Y aún después de muerta continuaba con la farsa.
Al final sonrió inquieta mirando al hijito, y comenzó a releer aquella historia que había repetido durante los diez años posteriores a sus muertes. Aquel animalicidio solo podía proceder de una mente tan perversa como la suya.
¿Era un día fresco y soleado bañado por un precioso arco iris...? ¿El bosque del que les voy a hablar era un robledal que estaba húmedo y los pájaros revoloteaban pregonando la felicidad que trae la primavera? ¿Todo parecía perfecto?
Entonces se acercó la bestia, tenía cuernos pero no era una cabra. Leyó con la madre “El Animalicidio”, y su Luisito se durmió hasta el nuevo despertar.
Entonces se acercó la bestia, tenía cuernos pero no era una cabra. Leyó con la madre “El Animalicidio”, y su Luisito se durmió hasta el nuevo despertar.
Fin
Autor: Félix Manuel Olivera González 02/11/2012 Librilla
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