La sonrisa de Dafón
por: Félix Manuel Olivera González Librilla, 02/11/2012
por: Félix Manuel Olivera González Librilla, 02/11/2012
-Aparece también en la revista digital "Ediciones Ma".
por Félix Olivera |
El siglo diecinueve trajo a los mejores artistas que el mundo
había conocido jamás, incontables eran los ilusionistas,
trapecistas y payasos que se trasladaban por las pedanías
para entusiasmar las tristes vidas de los campesinos. Tal
llegó a ser su popularidad que incluso antes de que los
escenarios estuviesen instalados, los niños se acercaban
para ver de cerca las bestias que sólo conocían en los libros.
Sin embargo, todo ello no tenía sentido si no aparecía el
humor, como había sido el caso de varios circos que la
muchedumbre abucheó sin piedad. Algo similar le aconteció
al protagonista del relato, y como suelen decir, quien ríe
último ríe mejor. Así que no esperen carcajadas aquí porque
no las encontrarán.
Dafón vino al mundo una gélida y lluviosa noche de 1.886 en el seno de una familia pobre a las afueras de Pozonegro. Era un niño normal en apariencia pero que contaba con un defecto que con los años se acrecentaría, ya que nació desprovisto de los músculos risorios de la cara.
A lo largo de su vida Dafón fue fruto de las mofas y ataques de todos sus compañeros de la escuela. Incapaz de reír sus chistes siempre acababa cosido a puñetazos y sin perder los dientes de milagro. Las chicas lo despreciaban y se alejaban de él pues lo consideraban un pelagatos.
Así fueron transcurriendo los años hasta que un día mientras que Dafón ayudaba a su padre a subir gavillas al pajar con el montacargas, trastabilló, resbaló y cayó sobre los adoquines del porche del almacén golpeándose el cogote y perdiendo el conocimiento al instante.
Cuando Dafón abrió los ojos se encontró con un mundo muy distinto a su alrededor, Pozonegro había cambiado su nombre por Aguaslimpias y en sus padres ya no había ni rastro de amargura, incluso parecían sonreírle en cada acción que realizaba.
Al día siguiente todos se le acercaban en el colegio, y Emma, la chica más guapa de la clase le dijo que si podían verse después para ir al río. Dafón no daba crédito, algo extraño sucedía, algo había cambiado en él que los demás percibían como positivo.
Esa misma tarde fue al riachuelo con Emma, que había preparado una suculenta merienda. Juntos charlaron toda la tarde y cuando menos lo esperaba Dafón fue sorprendido con un beso que le sonrojó las mejillas.
Todo era perfecto hasta que dirigió su mirada hacia el torrente y descubrió algo extraño, vio un ser maquiavélico retorciéndose entre las ondas del agua. Dafón observó en el reflejo de su rostro la sonrisa más sarcástica que había contemplado, aún así, sabía que no era suya y quiso borrarla al instante lanzándole una piedra, pero Emma se le acercó rápidamente y le sujetó la mano para que no lo hiciese.
-¿No es acaso la sonrisa más perfecta del mundo?-le preguntó feliz la chica de ojos claros y cabellos dorados, entretanto examinaba su semblante en el agua.
-No lo es, no es mía.-le contestó Dafón con contundencia. La cara se estaba mofando de él. Reía todo el tiempo, reía incluso cuando Dafón comprimía sus labios para corroborar que la imagen no le imitaba.
-Si la quieres será tuya para siempre, y verás como todo cambiará. Pero habrás de despertar y de tu decisión dependerá lo que ocurra después.-sentenció la joven con frialdad.
Dafón se disponía a contestarle cuando de pronto se encontró en su habitación con un vendaje que le cubría todo el cráneo, le dolía la cara y sentía un fuerte pinchazo en el cuello. Se levantó súbitamente y salió corriendo del dormitorio despojándose de las tablillas que le sujetaban las fracturas de las piernas, y liberándose de los brazos de sus padres que trataban de apresarlo. Corrió a la velocidad que el dolor le permitió y llegó a las afueras de Pozonegro donde encontró el circo “Ríete después de pagar” completamente armado y a pocos minutos de que comenzase la función.
Se encaminó a los camerinos a hurtadillas, se situó tras un payaso como una sombra felina y lo mató tras asfixiarlo en la pecera de las pirañas. Después cogió su maquillaje, se quitó las vendas, se embadurnó el rostro, se ajustó en la cabeza una peluca verde espantosa y finalmente la nariz roja.
El público aplaudía entusiasmado, reía, los niños peleaban en sus asientos y sus padres se metían mano al amparo de las sombras. Se oyó por fin el redoble del tambor y se apagaron las luces cuando el payaso apareció. Al encenderse el foco sobre Dafón todo el público enmudeció.
Un payaso atroz sin la mitad de la mandíbula sonreía y gesticulaba exageradamente en su mejor y más perfecta actuación.
-¡Soy Dafón, asesiné al verdadero payaso y ahora sonrío! ¡Pero no pude tirarme a la rubita de clase!
¿Qué hice mal?
¡Ah si!
¡¡NACER!!-
Y todos, los padres, los niños y sus encantadores abuelos no pudieron dejar de reír, y cuando creían que había llegado el momento de dejarlo continuaron riendo, y cuando ya llevaban unas horas con las carcajadas comenzaron a notarse débiles. Algunos cayeron al suelo.
A la mañana siguiente todos habían muerto como imbéciles, pero en la apacibilidad del silencio estaba la respuesta y sentido del relato.
Tras la muerte, los músculos risorios de tu cara se volverán rígidos e inexpresivos en la perpetua estancia del ataúd.
Fin
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