Mamá asesina
por: Félix Manuel Olivera González, Librilla 02/11/2.012
Soy Job James, tengo veinte años y estoy en la cárcel. Bueno, antes de todo debo expresar el rencor y el odio que siento al saber que estoy aquí, pagando por algo que yo no hice.
Y tu dirás que claro, que eso es lo que dicen todos los presos, pero solamente deseo con todas mis fuerzas que no te toque en la vida una persona tan puta como lo fue mi madre.
Yo vivía en un chalet apartado a las afueras de California con mis hermanos gemelos de seis años; la pequeña Selma, el pequeño Tim y con nuestra madrasta Mary Blody.
Había entrado el otoño y yo comenzaba a preparar mis papeles de automatrícula para la universidad, cuando se cumplía un mes de la misteriosa desaparición de mi padre; el famoso abogado Donald James. Se fue una mañana a hacer footing y nunca más lo volvimos a ver…
Tras la desaparición de papá, mamá se había vuelto muy estricta con nosotros y ya no nos dejaba salir a la calle. Creo recordar que mis amigos me animaban a hacerlo, pero yo les decía que debía estar con ella; apoyándola en el mal trago.
También teníamos un perro que se llamaba Coffe, pasaba muchas horas con él y se convirtió en aquellos solitarios y fríos meses en mi mejor amigo. Después de venir del instituto, me iba con Coffe al jardín de los chopos, que estaba en la parte trasera de la casa. Estábamos tan compenetrados que comprendíamos lo que queríamos el uno o el otro en todo momento.
Entonces, una de esas tardes otoñales vi como el perro empezaba a olfatear una esquina del jardín y en cuestión de segundos comenzó a excavar. Luego, me acerqué intrigado y tras medio metro de excavación, apareció entre gusanos de tierra y escarabajos negros, una mano putrefacta y amarillenta que desprendía un olor desagradable.
Me sobresalté y un escalofrío me recorrió el cuerpo de los pies a la cabeza, seguidamente me quedé fijo como una estatua de piedra, mientras que un cuervo que había sobre una rama se lanzó contra la mano y le arrancó un dedo con el pico. En ese momento, me pude mover y logré espantar a ese malnacido bichejo infernal. En un acto de precaución decidí no gritar y pedir ayuda, así que volví a enterrar la mano del que posiblemente era mi padre. Después, a la hora de la cena me encontré con mi madre que acababa de llegar del trabajo.
-¿Qué hay de cena esta noche mamá?-le pregunte fríamente.
-La comida favorita de tu padre, sesos de cordero al horno.-me contestó como si no ocurriese nada.
-Yo me resistía a cenar, ¿y si se trataba del cerebro guisado de mi difunto padre?-me preguntaba a la vez que mi estómago se cerraba a cal y canto.
Mientras miraba a mis hermanos engullir tan delicado y blandito bocado me entraron náuseas, unas ganas de vomitar terribles, así que me contuve hasta llegar al baño para descargar las espinacas del medio día.
-¿Job te ocurre algo?-me preguntó mamá a la salida del baño. Parecía sorprendida.
-¡Claro que no, tu tranquila, estoy mejor que nunca!-le contesté con una euforia desmedida que trataba de ocultar el terror que sentía en esos momentos.
Al día siguiente mamá se fue al trabajo, a la carnicería llamada el descuartice perfecto. A este punto te preguntarás el por qué no llamé a la policía, me comprenderás perfectamente cuando te diga que no serías capaz si vivieses con una asesina que le da de cenar a tus hermanos el cerebro de tu padre tras aderezarlo con piñones y perejil. Maldita sea.
¿Qué cómo estoy seguro de que fue mi madre? Pues volví nuevamente al jardín, desenterré el cadáver y además de confirmar que era mi padre, pude comprobar que no tenía masa encefálica a pesar de ser un tipo inteligente.
Llegó la noche y mamá psicópata regresó del trabajo, mis hermanos dormían plácidamente en sus camitas, mientras que yo, sintiéndome un inútil total, permanecí con los ojos abiertos como un búho.
Creí escuchar el ruido de unos cuchillos afilándose abajo en la cocina, así que salí al pasillo y me encontré de frente a mi madre que todavía llevaba puesto el delantal ensangrentado. Parecía salida de la matanza de Texas.
-¿Qué haces despierta a estas horas?-le pregunté mientras temblaba de terror.
-Lo se Job.-me dijo seriamente.-¿Qué?-le contesté secamente mientras que una gota de sudor frió se deslizaba por mi frente.
-Que sabes que papá está enterrado en el jardín.-me dijo sin la menor preocupación.
-No, no se nada. ¿¿Cómo, qué papá está en el jardín?! ¡¡¡IMPOSIBLE!!!-le respondí con un tono tan falso que me sorprendió hasta mí.
-Job, no te hagas el tonto conmigo…esta es mi tercera familia. Además, puse una videocámara escondida en el jardín con una duración de veinticuatro horas.-
-¿Y qué vas a hacerme? ¿Matarme a mi también para después enterrarme en el jardín?-le pregunté mientras buscaba algún objeto arrojadizo que asir con la mano.
-No, te haré lo mismo que a tus hermanos.-me dijo la muy zorra.
Y en ese momento, me enseñó su brazo derecho que ocultaba tras ella las cabezas ensangrentadas de mis hermanos menores. No pude reaccionar durante unos segundos, pero sin pensármelo dos veces me abalancé contra ella y caímos enzarzados por las escaleras. Después, solo recuerdo despertar atado a una silla, sin luz y posiblemente en el sótano. Cinco minutos más tarde escuché el sonido de varias sirenas de la policía y…ya te he contado todo lo que sé.
-Muy bien, ¿tienes algo más que decir antes de recibir la inyección letal?-me preguntó el verdugo de la prisión.
-No.-le contesté.
¡¡¡JODER!!!
Fin
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