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un saludo, Félix Olivera

viernes, 2 de noviembre de 2012

Roxwell



ROXWELL, por Félix Manuel Olivera González; Librilla 02/11/2012

Relato ganador del V concurso de relatos "Clan Dlan" 2.009


DÍAS EXTRAÑOS
    

Pongo el CD de The Doors, suena Strange Days. 
-¿Los Doors? ¿Mario, cómo sabes si te gustan, si no entiendes lo que dicen?-me pregunta ella.
-Las preferencias no están reñidas con el entendimiento. Algo parecido ocurre con el amor.-le contesto con firmeza.
Luego,  meto primera, sin soltar el embrague, piso con premura el acelerador y  dejo el coche en segunda. Miro por fuera de la ventanilla y me quedo  absorto durante unos segundos, ese pensamiento recurrente sigue en mi  cabeza. La redonda que hay junto a mí se aproxima, pero en esta  ocasión, no voy a mirar ni a señalizar antes de entrar, porque lo que  quiero, es acabar con todo de una vez.
Mi coche avanza a toda  velocidad colisionando con un mercedes y obligando a sus ocupantes a  estrellar sus cráneos con la luna delantera. Por esto, quizás yo haya  muerto, pero no, al final me despierto. Estoy sudando en la cama  librando una batalla con las sábanas.
                                                

VIVIR O MORIR


Tras  surcar los cielos de Europa, aparezco en el desván. Paso por el viejo  parqué y me dirijo hacia el baúl de los juguetes. Los saco uno a uno  con cuidado: los playmobil, el scalextric, la peonza, y justo en el  fondo, localizo un viejo sobre atado con un lazo. Lo suelto y extraigo  la fotografía que hay en su interior. Ahí, aparezco con look ochentero  de la mano de una joven. Ella luce morena y sonríe, yo estoy muy  delgado, parece que he cambiado mucho. También veo el dirigible  sobrevolando nuestras cabezas, éste sí que era uno de verdad. Dejo la  foto encima del baúl y me voy al fondo de la sala. Estoy frente a un  espejo antiguo cubierto de telarañas y reconozco en mí a aquel joven de  doce años que siempre soñaba despierto. Entonces, empuño la espada de  metal que llevo en la espalda y me persigno con la señal de la cruz.  Razono que he tardado demasiado en atravesar mi pecho con ella. Lo hago  finalmente, pero no siento dolor y me desvanezco de nuevo, sintiendo  que no soy quién para decidir si vivo o muero. Es mejor confiar esos  menesteres al acero.

EL DIRIGIBLE


-¡Roxwell,  tu misión consiste en llevar el dirigible hasta Berlín, después, serás  libre para hacer lo que te plazca!- Las palabras del capitán retumban  en mi mente, y sin embargo, no recuerdo haber vivido ese momento.
Tengo  el vello erizado tras comprobar que la enorme masa de tela e hidrógeno  recorre Europa. Por unos instantes, me siento el hombre más feliz del  mundo.
-¿Quién eres?-me pregunta un desconocido de rasgos familiares.
-¿Qué  quien soy…?-le digo extrañado. De pronto, me siento como si hubiese  llegado aquí tras haber matado a alguien, y dando por hecho, que  siempre he viajado en el dirigible.
-Sí, antes de que yo regresara del baño tú no estabas aquí. ¿Estás bien? Pareces algo aturdido-me dice con tono conciliador.
-Gracias, estoy bien. Sólo que…acabo de recordarlo.-le digo meditativo.
-¿Qué?-me pregunta desconcertado.
-¡Debemos salvar el dirigible!-le contesto enojado.
-¿Salvar el dirigible, acaso has perdido el juicio?-
-¡Si no lo hago acabará ardiendo!-añado.
-¡Seguridad, este hombre está loco!-
-¡No  los llames, esto no está sucediendo en realidad! ¡Ocurre en mi  imaginación, en la nuestra!-digo al tiempo que dirijo una mirada hacia  la salida.
Suelto los mandos y atravieso la cabina. Al girarme para  cerrar la puerta veo que el desconocido se parece mucho a mí, pero  aparenta más edad. Luego, él sujeta el timón y me mira con la cara  desencajada, acaba de reconocerme.
Entonces, para mi asombro, me  doy cuenta de que llevo puesta una gabardina ensangrentada y que cargo  una espada enorme a mis espaldas.
Después de salir de la cabina,  me pongo a gritar pregonando la muerte de todos los viajeros, y como  cabe esperar, los guardias me detienen. De pronto, algo rompe la  barrera del sonido. Dos aviones pasan casi rozándonos, ¡es el enemigo,  los nazis!
La aviación alemana nos ataca. Su artillería daña la  cubierta y atraviesa la cabina de los pasajeros, que se lanzan al suelo  esquivando las balas. El dirigible ha comenzado a arder y se precipita  contra un gran río. Después, todo se hace silencio y compruebo que no  estoy muerto. Me acabo de despertar en mi sótano y sin haber cumplido  con mi objetivo. Necesito otro intento, aunque con la posibilidad, de  que éste sea el último que haga. 


LA VIDA SIGUE, 1.999


Tras  despertarme de la pesadilla, agarro las sábanas desde un extremo y tiro  con fuerza hacia mí, ella se resiste. La observo, su pecho izquierdo  sobresale por encima de la manta, me acerco con cuidado para no  despertarla y siento su tacto caliente en la palma de mi mano. La  cierro, ella lanza un suspiro. Después, vuelvo a mi sitio y me seco el  sudor de la frente, estoy feliz tras comprobar que mis análisis médicos  resultaron negativos. 
Me incorporo y trato de hacer memoria, todo  comenzó una fría noche de mil novecientos noventa y siete en la casa de  un hombre apellidado Roxwell. En principio, mi antigua novia y yo  habíamos ido a pedirle disculpas, pero él no tardó en apoderarse de la  conversación y no sé cómo, pero al final acabamos hablando de  hipnotismo…


ELISA Y ROXWELL


-Roxwell,  deja de mentir. Te gustaba atrapar saltamontes y quemarles la cabeza  con el encendedor, pincharles los ojos a los caracoles y meter hormigas  en botellas de agua para hacerles dar vueltas. Eran los tiempos en los  que no sabías como usar tu pene aparte de para mear.-me dice ella para  burlarse de mí.
-Elisa, tú me querías así, pero yo nunca he  pretendido ser quien soy. Desde que negué esos hechos crueles en mi  infancia, comencé a olvidar que yo siempre sería el ser despiadado que  te contagió el sida.-
-Yo lo quise así, hicimos un pacto de sangre por el que yo compartiría tu sufrimiento. Nuestro secreto morirá con los dos.-
-Cargaste  con ello al principio, pero luego me dejaste por un imbécil, al que  además, revelaste el secreto. Por eso, te condeno a huir de mí, y  espero que cuando te estés escondiendo, no des con el niño de doce años  del que hablas. Porque de ser así, te cortará el cuello con su espada y  se beberá tu sangre envenenada.-
Tras decir mis últimas palabras,  Elisa y yo nos besamos. Después de un tiempo indeterminado, separa sus  labios de los míos, agacha la cabeza y desaparece entre las sombras de  una noche que no ha hecho más que comenzar.


EL CAZADOR


Llueve,  la ciudad está cubierta por un manto gris. Busco en la basura, cojo una  gabardina usada, me la pongo y decido que se haga de noche. Paseo por  las calles vacías y miro en derredor, he cerrado la ciudad y tengo a  mis víctimas enjauladas, soy como Freddy Kruger. Pero a diferencia de  una de sus mediocres secuelas esto no es un sueño, se trata de una  hipnosis. Todos están bajo mi control, tumbados en el sótano de mi casa  durante días. Yo elegí para mí el trono de un rey, y desde allí, decidí  atarme a sus mentes. Entro en ellas sin pedir cuentas, mientras que mi  álter ego, quiere alejarse del Roxwell que tanto odia.
Aguzo la  vista y localizo a Elisa en un callejón. Sus padres la dejaron aquí  cuando solo era un bebé. Luego, la recogió una familia adinerada pero  eso no importa tanto, el caso es que Elisa y yo sabemos que cuando está  perdida en su vida, es probable encontrarla tirada en este lugar del  casco antiguo.
El dolor que siento al verla, me hace lanzar un  grito de angustia. Soy el joven de doce años y no puedo hacer nada para  detener las manos que empuñan la espada.
-Elisa, mi amada, llegó la hora.-le hablo como si fuese un caballero.
-Roxwell,  ya no soy Elisa, vuelvo a ser esa recién nacida a la que abandonaron.  Siento haberte traicionado.-me dice mientras sus ojos se cubren de  lágrimas.
-Es tarde para las disculpas. Me beberé tu sangre envenenada.-sentencio.
Ella  no ofrece resistencia mientras le corto el cuello, la sangre brota a  borbotones de sus arterias seccionadas e inunda mi rostro. La bebo, es  tan cálida y apacible como la vida de un bebé.
No obstante, algo  resuena en mi cabeza, puede que sean los albores de la guerra. Le  prometí a ella que moriríamos juntos, pero ahora, me despierto sobre el  dirigible de mi infancia, y más tarde, mi cara está frente a un espejo  viejo y cubierto de telarañas. Le he fallado.






OTRA PERSPECTIVA, 1.997


Esa fatídica mañana, Mario me llamó por teléfono, y creo recordar que me dijera estas palabras. 
-Elisa,  he quedado con Luis y María para tomar café en su casa. Si te apetece,  paso a recogerte a las siete.- Yo le dije que sí, y una hora después,  él ya estaba en mi puerta.
-Espero que hayas tomado ya la decisión de contarme lo que te pasa.-le dije en la entrada.
-Sí, claro.-me contestó cabizbajo.
Después,  subí a su coche. Tras avanzar unos metros en primera, observé que  pisaba el acelerador con energía y dejaba el coche en segunda. La  redonda del casco antiguo estaba frente a nosotros, pero esta vez,  Mario no estaba observando ni señalizando. El coche pasó a todo gas  chocando con un mercedes y lanzando a sus ocupantes contra la luna  delantera. De pronto, todo se apagó a mi alrededor.
Cuando desperté,  estaba conmocionada por la brutalidad del choque, me quité el cinturón  y me dirigí a Mario para comprobar su respiración, parecía muerto. Salí  del coche y me encaminé hacia el mercedes. Vi a dos personas, a un  hombre y a una mujer con los sesos esparcidos por el cristal  resquebrajado. En el asiento de detrás, pude ver a mi ex novio y único  amigo de la infancia, Alexander Roxwell. Pero no estaba muerto, él me  miraba con los ojos llenos de furia y yo me quedé helada. No se  inmutaba, solo se limitaba a mirarme con esos ojos, y sin saber por  qué, mi mente viajó hacia a aquel dirigible en el que volábamos juntos  cuando éramos niños. Ese dirigible de juguete que siempre acababa  ardiendo y estrellándose en un precioso río imaginario.


MENTE Y ESPADA


Cuando  cumplí los doce, me encontré una espada enterrada en el cementerio de  mi ciudad. La llevé a mi casa a escondidas, la afilé y conseguí  descifrar unas letras que narraban en latín; la espada del rey doblegará las mentes débiles.
Elisa  acababa de romper conmigo, y yo, invadido por la tristeza, me dirigía  al desván de mi casa para guardar la foto del dirigible en un baúl.  Luego, me situaba frente a un espejo viejo, empuñaba la espada del  cementerio y me persignaba. Pensaba que había tardado demasiado tiempo  en atravesar mi pecho con ella, pero no lo hice, porque en el fondo no  había dejado que Roxwell fuera el que me controlase. Esbocé una sonrisa  macabra y rompí el cristal con la empuñadura. Siete años después, mis  padres fallecieron en un accidente de coche provocado por Mario y mi  mejor amiga de la infancia, Elisa. 
Ellos, están durmiendo en mi  sótano. Vinieron a pedirme perdón por lo que sucedió y parecían estar  muy arrepentidos. Yo comencé a hablarles de diversos temas que les  causaron un gran interés, y sin que se dieran cuenta, los introduje en  el mundo de la hipnosis. Una vez dormidos, los arrastré hacia el sótano  y los dejé recostados sobre unas mantas. Después, me fui al trono de  madera que había tallado con mis manos y me hipnoticé, dejando que  Roxwell campara a sus anchas por los intrincados laberintos de la  mente. 
Los persigo entre sus recuerdos hasta llegar a descifrar  los pensamientos de Mario. Ya sé por qué quiso suicidarse. Elisa le  contó que tenía el sida poco después de que él mantuviera relaciones  con una prostituta. Se sentía culpable por ello y pensaba que la muerte  de ambos era la única solución a su frustración. 
Pero el  desgraciado lo hizo a costa de la vida de mis padres. Por eso, decido  estar en el subconsciente de Mario, ocupo el asiento de Elisa y agarro  con fuerza la espada del rey. Él no me ha visto aún, pero justo cuando  voy a atravesarle el pecho, Mario se despierta.
Cuando ve la escena,  él se echa las manos a la cabeza. Elisa yace en el suelo con el cuello  cercenado y yo sigo con la espada preparada para el ataque. Entonces,  él me la arrebata como puede y la clava con todas sus fuerzas en mi  corazón. 
Al tiempo que la sangre asciende por mi garganta, abro  los párpados y me limito a observarle con los mismos ojos de rabia con  los que miré a Elisa el día del accidente. 
Ahora, los albores de  la guerra son tan solo un eco en mis oídos, cuando la muerte aún flota  en el ambiente, los hombres continúan con sus quehaceres esperando  promesas que romper, recuerdos que olvidar y vivencias que remiten a la  infancia.


 
LOS ALBORES DE LA GUERRA


-¡Ahí, mira el dirigible!-su voz es apenas audible por culpa del sonido atronador del Me-163.
-¡Ya sabes lo que hay que hacer, somos el enemigo, los nazis!-le digo en el interior de la apretujada cabina.
-¡Entonces, yo interpretaré el papel que le corresponde a Elisa!, ¿y tú, déjame que piense…?
-¿Yo?, siempre he sido Roxwell.-



Fin

Me-163: Caza interceptador nazi.

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