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un saludo, Félix Olivera

viernes, 2 de noviembre de 2012

A través del tiempo









A través del tiempo 

 por:  Félix Manuel Olivera González,  Librilla  02/11/2.012

por Félix Olivera


No hace mucho, yo vivía en un pequeño pueblo de doscientos habitantes ubicado en los Pirineos y al que la soledad abarcaba. La malicia de las viejas leyendas dominaba en derredor, y cuentan que las brujas de feas berrugas y escoba campaban a sus anchas.
Una  nube oscura cubrió mi alma cuando el doctor me dijo que posiblemente  tuviera un caso prematuro de alzhéimer. Esta noticia era la peor que podía haberme dado, ya que los últimos días solo me habían traído desgracias.
Este último hecho cambió si cabe aún más mi vida, pero  no quise llorar nuevamente, no después de perder a la mujer que amaba,  ya no era tiempo para eso, ahora solo tenía que irme antes de que todo  acabara finalmente para mi. 
En realidad, pensé mucho sobre si debía marcharme de allí,  mis jóvenes alumnos me esperarían en la escuela y aún les debía todas mis posibles enseñanzas. También era consciente de la simpatía que  despertaba, pero ahora no podía quedarme y dejar que me vieran  destruirme lentamente, que me encerraran en un sitio y que de adultos  se acordaran solo de mi como aquel profesor que se volvió loco.
Creí  haber escrito una carta de despedida para mi familia, no una de esas que escriben los suicidas, pero si una carta de despedida para siempre. Mi  intención era que todos me recordaran con cariño y que no me buscaran  nunca. La gente debe entender que cuando uno quiere desaparecer para  siempre, deben dejarle marchar, aunque al principio yo no tuviera la  certeza de si realmente conseguiría alcanzar mi propósito.
Mas tarde, vacié la despensa y el  frigorífico, cogí varias mantas de lana y todos los utensilios o herramientas  que iba a necesitar para el gran viaje de mi vida, que es en definitiva, el que todos desearíamos realizar antes de morir. Me coloqué en la cabeza una vieja gorra de lana marrón, así con fuerza mi mochila y al final cerré con llave puerta de mi vieja casa. 
Salí a la calle a pleno día con los rayos del sol danzando por mi fría cara, no me escondí de nadie y saludé a todos  los que después de varios días comenzarían a buscarme con ahínco.
Anduve como un  vagabundo por la serranía, perdiéndome entre los preciosos bosques de hayas y abetos ensombrecidos por el otoño, y allí inmerso, me detuve a pensar que un día ya nos los  recordaría, que mi memoria ya no me pertenecería, y que si hay dios, ya  era consciente de que moriría sin saber las respuestas a las preguntas  que todos nos hemos hecho en algún momento de nuestra vida.

Medio sonámbulo y solitario caminaba de la mano de la oscuridad, y ya vencido el miedo. Porque jamás hubiera estado allí en mis plenas facultades mentales. 
-¡Mi vida, por la que tanto luché y de la que nada quedará!-era muy frustrante, y pensaba con frecuencia que todo esto del  mundo no era más que una sucia mentira de la propia mente. Algo solo  procedente de un ser maquiavélico que se regodeaba de mi en las sombras de un averno circense.

En un pequeño claro del bosque me senté a descansar sobre el gélido musgo del suelo y saqué de la mochila mis cálidas sábanas de algodón, para finalmente, extenderlas sobre la espesa manta  sobre el suelo. Por un momento, pensé en lo cómoda que resultaría mi cama con sus sábanas limpias, y en los parásitos que se agarrarían a mi piel allí  tirado toda la noche, pero, ¿qué importaba todo eso ahora?, ¿no? El cuerpo es solo eso, carne, pero la mente mientras está sana puede convertirse en la peor tortura para un hombre, lo  mejor sería que acabara olvidándolo todo, para mi hubiese sido lo mejor. Sin ninguna duda.

Mientras estaba tumbado y cubierto entre las sábanas, miraba las distantes estrellas y pensaba…
-No  soy nadie, solo un imbécil más perdido en medio del bosque, ¿ y qué narices hago aquí?  ¿En qué momento perdí el juicio?-me preguntaba, a la vez que me alzaba  del suelo con la energía necesaria para volver a casa. En ese instante,  sentí la presencia de algo que tenía a mi espalda. Luego, me giré  lentamente para ver lo que fuese, pero lo que hubiera detrás de mi se giraba al mismo tiempo  impidiéndome contemplarle, por más que giraba sobre mi e intentaba  localizarlo sentía con desasosiego a esa presencia escapándose por el  rabillo del ojo. Así, que huí asustado en cualquier dirección, mirando  hacia atrás sin ver nada más que la oscuridad de un bosque fantasmagórico. 
Corrí a la velocidad  del viento como en las películas infantiles, perdiendo toda la percepción de mi entorno. Todo comenzaba a  parecerme borroso  ante mis ojos legañosos mientras avanzaba presa del pánico, sintiendo la  respiración entrecortada y el fuerte latir de mi corazón. Sentía que iba a morirme en cualquier momento. Que todo se había acabado. Vi mi fin. No pude gritar.
Después, mi vista  se vio gravemente alterada y era posible que mientras corría como si aquel ser maquiavélico me hubiese espetado con un látigo, solamente delirara  en soledad. Porque correr delante de algo que no puedes ver es algo  tremendamente confuso. Una maldita locura. Pensé un instante y luego narré:
-Aunque…puede que quizás fuera ese gato maldito de color azabache, ese gato tuerto y de mirada infernal que tres días atrás se presentó en casa como el espíritu de la  maldad. Ese que YO MISMO ahorqué sin piedad en la rama del olmo de mi vieja hacienda, el que  provocó en mi la locura para que acabase con la vida de mi esposa de un hachazo en el cráneo, el mismo gato que me provocó la amnesia cuando huía del cadáver  emparedado  de mi esposa. ¿Lo recordaba? ¿Ocurrió finalmente así?-me explayé.
-Lamento decirlo muchacho pero sí, ese asesino soy yo, un GATO NEGRO DEL INFIERNO, y ese seré a través del tiempo.-dijo con mis labios una voz sepulcral que emanaba de mis cálidas entrañas.
Después,  volví a ser quien yo era, y dos segundos de lucidez no bastaron para continuar huyendo de unas deformes bestias salvajes que me devoraron en presencia de una sombra  oscura y felina. El destino nunca hace concesiones y el gato negro del infierno se rió de mí. 
SU ÚLTIMA CARCAJADA FUE SONORA COMO UN ECO PERDIDO ENTRE LAS MONTAÑAS Y AL MISMO TIEMPO BRUTAL.

Fin

  Basado en el Relato el Gato Negro...

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