Bienvenido a La Carretera Expedientada

Un espacio para leer historias, pasarlo en grande, compartir textos literarios y comentar con libertad.

un saludo, Félix Olivera

viernes, 2 de noviembre de 2012

El Nigromante del Anticosmos (Libro I)


Autor:   Félix Manuel Olivera González    02/11/2012  Librilla

LIBRO 1.


Por Félix Manuel Olivera
 
Por Félix Manuel Olivera 


 Dedicado sobre todo a Pascual.A amigo desde la infancia, Jose Antonio.Y amigo de frikezas, a la diseñadora y maquetadora del libro Cristina.L, al incansable corrector el Abuelo, "Clan Dlan", al ilustrador de la portada Antonio Guardiola, y a mi familia por aguantarme mientras lo escribía ;)

A todos. GRACIAS.


-Y así vamos adelante,
botes contra la corriente,
incesantemente arrastrados hacia el pasado.
Francis Scott Fitzgerald

-La juventud tiene el genio vivo y el juicio débil.
Homero

-El tiempo descubre la verdad.
Lucio Anneo Séneca


Inspirada en un comienzo en dicha portada:





Y entonces, como un do grave, como un último y quejumbroso aullido del averno sonó la voz de...




"El Nigromante del Anticosmos"

Ilustración por Antonio Guardiola




Portada definitiva del Libro

por :



 Antonio Guardiola



De mi parte gracias por todo :)



Capítulo Origen


Por Félix Olivera


Mi copa de vino se deslizaba por el mantel derramando el Crianza y yo la examinaba a cámara lenta. La había arrojado con todas mis fuerzas, entretanto me cercioraba de que lo que tenía en mente, no era lo que estaba aconteciendo.
La mantelería que había puesto la señorita Hárbury era de las caras, si acaso aguantaría manchada unos dos lavados, no más. Ella danzaba por la cocina secando los vasos con un paño, canturreando como ida. Ignorándome.

-Keep on with the force don't stop. Don't stop 'til you get enough…-Repetía una y otra vez como poseída, por un ritmo de otra época que yo quizás no llegue comprender.


Soul



-Seamos francos. El método que he empleado te ha cogido por sorpresa, ¿verdad?-
-Estaría de acuerdo con usted monsieur Gorroné, de no haber cotejado que han pasado once minutos desde las doce.-Afirmó con serenidad.
-Pero ya sabe lo que sucede a las doce señorita Hárbury. "La hora del mete saca."-Le sonreí mostrándole mis retorcidos y amarillentos dientes.
-No pasará conmigo. Perdió su oportunidad.-
-¡Furcia algodonera, y suponer que me debes hasta el aire que respiras!-Le dije cabreado.
-El daño que me hace hoy, con el tiempo retornará en su contra. No puede estar hiriendo a los que le rodean continuamente. Porque al final, sólo usted será el que padezca las consecuencias de sus acciones. Y eso que yo no le deseo el mal a nadie, monsieur Gorroné.-
- Se libra por esta vez, no habrá "mete saca". Pero cuando llegue la próxima noche, que de la mañana no se escaquea, contaré los segundos y los minutos para derramar esa maldita copa de cristal por el mantel. Para que luego, usted lo limpie y yo le remate la faena.-

Más tarde, sujeté el candil, me dirigí a mi habitación y al tiempo que subía las escaleras, se entreabrió de forma inesperada el ventanuco situado en el descanso. El viento que soplaba con violencia apagó la llama, y la negrura acrecentó mi miedo.
-¿Qué cojones ha desvelado al dios Eolo en pleno Agosto, en una semana que ha transcurrido con el bochorno propio del Sahara o del Serengeti?-me pregunté consternado.
-¡Tú, puto viejo! ¡Tú, miserable!-Declaró una voz que venía desde afuera.
-¿Quién osa balbucearme en ese tono, es usted señorita Hárbury? ¡Basta de bromas!-Dije envuelto en cólera, pese a que no alcancé ver a nadie.

La realidad es que aquella situación no me hizo ninguna gracia. Cuando entré en el dormitorio, me recosté sobre la cama con inquietud. Por más que lo intentaba, no lograba conciliar el sueño y al final llegué a la conclusión de que serían imaginaciones mías.

Por la mañana, me calcé las pantuflas, me escurrí por el borde del colchón y me encaminé hacia el excusado. Una vez allí, empecé a temblar, sentía el frío atravesándome los huesos y los mocos que poblaban mi garganta. De modo que tomé mucho aire, contraje el abdomen con todas mis fuerzas y expectoré el pollo, que fue a posarse en el espejo. Se resbaló en medio de mi cara, que se desdibujaba entre la humedad del cristal. Hacía mucho frío, tanto que avisé a la señorita Hárbury.

-¿Dónde estabas?-Le pregunté tratando de disimular mi preocupación.
-¿Acaso no lo ha visto señor?, ¡esta noche no ha cesado de nevar! ¡Todas las reses han muerto!-Me aseguró con nerviosismo.
-¡Mierda!- Vociferé al tiempo que ojeaba mi reloj de pulsera, aún faltaban cinco minutos para las doce del medio día. -¡Es una catástrofe señorita Hárbury…pero vaya despojándose las bragas!- Ella así lo hizo, y como era un trato vejatorio, se dejó vejar. Y como Hárbury estaba enamorada y luego llegaría la noche, pasaría lo que tendría que pasar.

Cuando hube acabado, la azoté en la cabeza con el garrote y sus ojos liberaron un par de lágrimas insignificantes.
-Así me gusta sierva, con sentimientos. Sé que te complace lo que hago, lo percibo. Quiero que lo sientas.-Manifesté con altivez.
-Percibe usted mal, monsieur Gorroné- Me reprochó la muchacha entre sollozos.

Pero yo no entendía nada, ¿que no percibía qué? ¡Cojones, se trataba de mi sirvienta!
Después, me dirigí a las escaleras. Cuando descendí un par de peldaños, el ventanuco se abrió de pronto, me atizó en la cara lanzándome contra la pared y me reventó la nariz. Al final, mi rostro se cubrió de sangre.
En aquel momento abrumador, mientras que profería maldiciones al aire, me asomé al exterior y comprobé que todo cuanto alcanzaba contemplar estaba aterido, que hasta el lago de Woodworld se había transformado en una pista de patinaje tan utilizada entre los yanquis.
Y vi hienas, leones, chacales y buitres leonados rodeando mi hacienda. Devorando entre sus fauces el pellejo congelado de mis vacas.
-¡Qué narices ha pasado para que mi finca se haya convertido en un híbrido entre África y el puto Polo Norte!- Y esa voz enigmática y juiciosa me gritó de nuevo.
-¡Tú, puto viejo! ¡Tú, miserable!- Yo no le repliqué. No iba prolongar esa locura, sabía yo de la naturaleza del esquizofrénico y nada que unas pocas pastillas adecuadamente recetadas no pudiesen remediar. ¡Bah, majaderías!-Me dije para sosegarme.

Con el paso de las horas el frío se siguió intensificando, tanto que mi cara y mis manos se ajaron. Después, me volví a mirar en el espejo del cuarto de baño, tras el esputo seco, y vi que había perdido el brillo en los ojos. Me sentí indefenso, me vi tan solo…
Por eso, llamé a la señorita Hárbury, pero ella no acudió esta vez. Entonces, abrí el cajón del lavabo, empuñé mi antigua cuchilla de afeitar y la deslicé por las venas de mis arrugadas muñecas, mientras, escuchaba cómo se abría la puerta de la entrada. Logré oír risotadas abajo, rugidos y fieros graznidos del infierno, y apenas vacilante me dirigí hacia los escalones, donde la seguí reclamando angustiado.

-¡Señorita Hárbury, señorita Hárbury…yo la amo señorita Hárbury!-Voceaba entretanto me sujetaba por las paredes dejando dos regueros de sangre a mi paso. Cuando llegué al descanso de la escalera, el aire sacudió el ventanuco, pero esta vez y casi por instinto, conseguí evadir el leñazo. Miré mi ensangrentado reloj italiano, aparté la sangre, confirmé que eran las doce y la llamé otra vez mientras me iba bajando los pantalones.
Grité por fuera de la ventana que yo no era ni un puto, ni un malnacido, a la vez que las fieras con los ojos rojizos y arteriosos subían las escaleras. En ese momento me giré hacia ellas, las desafié con la mirada, me mofé de ellas y finalmente entregué mis genitales a su merced. – ¡Tomad y comed de mi…!-Me desgañité mientras mi vida se apagaba entre los segundos y los minutos que conducían a la hora prefijada por mi macabra predilección. Las doce en punto.



-¡Al fin te has muerto puto viejo, tú miserable! ¡A tu maldita hora!- Gritó la señorita Hárbury frente a mi cadáver y arropada entre los férreos brazos de su amante. Un domador negro del puñetero circo local.

¡Quién lo hubiera imaginado!



 El arcón


Una niebla espesa oscilaba con calma expandiendo sus ramas en la fachada de un destartalado caserón, situado en lo más inhóspito del bosque de la reserva Dunfront, en el cual, una adolescente llamada Teresa contemplaba con melancolía como se marchitaba el otoño a través de la ventana de su alcoba.
La fría estancia ya se hallaba lo suficientemente limpia como para complacer a su madre, la señora Hárbury. La muchacha advertía que esa pulcritud se debiera quizás a un intento por ocultar su pesar interior, algo que notaba pero que con toda certidumbre no fue siempre así.
La casa en la que moraba había sido cerrada a cal y canto, porque afuera, donde soplaba el gélido viento de octubre algo no estaba yendo bien. La cosecha de maíz continuaba perdida, las vacas que había en el antiguo establo del señor Gorroné ya no proveían de leche y los recién nacidos de los vecindarios circundantes lloriqueaban amargamente sin alivio.
Ella quería pensar que en realidad había sido enclaustrada en la casa, pero no por sus progenitores, sino por las sombras encapuchadas; esas criaturas que según su padre, el señor Gaublin, si estimaran la oportunidad te asirían de la mano y te mirarían directamente a la cara ansiando que perecieses del pánico.
Y quizás no estaba exento de razón, ya que no hacía falta irse al exterior para verles. Bastaba con adecentar un poco el cuarto y echar una mirada de reojo por la ventana para distinguir a esas formas oscuras que un día se presentaron solicitando algo suyo, y que por lo visto, deseaban recuperar a toda costa. Al menos eso expuso Gaublin, que se encontraba sin ocupación tras perder su trabajo como domador de fieras, después de que el circo sufriera un tremendo incendio.
No obstante, Teresa sospechaba que lo que acaecía a su alrededor tenía que ver con ella, porque en lo más remoto de su conciencia, intuía que sus padres no la querían. De cualquier modo, siguió sin atreverse a salir de aquel lugar hasta que tras un largo periodo de encierro, se personó un muchacho enclenque de mirada decidida, que aporreó el portón de la casa con firmeza.

-¡No abras!-le impuso Hárbury.
-Pero madre, no es un espíritu. Ese humilde recadero ha venido en su caravana.-le aseguró en tono de ruego.
-Está bien, Teresa, pregúntale que quiere. Pero si ves presentarse a alguno de esos fantasmas le cierras la puerta al instante, ¿has entendido?-
-Así haré.-asintió la joven.
-¿Qué deseas muchacho?-le consultó al tiempo que se sonrojaba. El mozo captó el efecto que causó en el rostro de la muchacha y balbuceó un poco al iniciar su primera frase. Pero una vez que comenzó a explayarse, todo fue coser y cantar.
-Hola, mi nombre es, es Mike, mierda... Te re, re, resultará gracioso, pero un hombre que se hace llamar el Nigromante del Anticosmos me solicitó la semana pasada que transportara un arcón a esta residencia, y que en concreto, se lo entregara a una doncella pelirroja llamada Teresa.
-¿Un arca, para mí?-
-Eso dijo en un tono severo. Él vestía una túnica gris dejando asomar unos ojos azules blanquecinos que daba pánico mirar. Su presencia me perturbó, si puedo decirlo.-
-Gracias por contarme eso, Mike. Espera un segundo, debo consultarle a mi madre lo del arcón.-Y la mujer, que a chismosa y codiciosa no había quien la venciera, lo aceptó sin rechistar.
-¿Otro baúl?, uno más para la colección.-caviló.
Teresa no lo manifestó, pero observó a los espectros esconderse tras el chaval, mientras que este se marchaba en su carromato impulsado por dos bestias extrañas. De repente, los espíritus la examinaron y percibió que sus ojos se cubrían de lágrimas. No terminaba de comprender porque sollozaba, si bien, supuso durante un pequeño lapso, que esos ojos le parecían demasiado familiares.
Se hacía de noche, así que se dirigió a la cocina, cenó algo de pasta y se encaminó a su dormitorio. Posteriormente, se reclinó en el camastro, abrió un volumen titulado "Infernal Catacombs", y en el preciso momento en que el sueño se adueñaba de ella, escuchó unos golpes insistentes en la cristalera que la inquietaron.



TAC, TAC, TAC

El susto que se llevó, la arrastró a oprimir con sus manos el vetusto reloj de cuerda colgado en su fino cuello, que portaba desde que hacía memoria y que le infundía seguridad en los momentos aciagos. Un reloj que marcaba las doce en punto constantemente.
Posteriormente, tomó su abrigo de pana del perchero y se asomó por la ventana, sin embargo, solo era capaz de escuchar las ramas de los árboles sacudiéndose unas con otras por el viento allá en el Bosque Sombrío. Así que se dispuso a cerrarla, pero justo en ese momento, reparó en la presencia de un sobre que alguien había colocado en la losa de la ventana.
Lo sostuvo entre sus dedos y se percató de que el pulso de la arteria radial le latía con vigor, lo rasgó con pericia, y al hacerlo, la opresión que éste ejercía en sus manos cesó. El pergamino que había en su interior decía lo siguiente:

"Este arcón te ha sido obsequiado por un viejo conocido de la familia, el Nigromante del Anticosmos. Un hombre en constante viaje por: PAÍSES, GUERRAS, DESTINO Y TIEMPO; que te recomienda pasar la noche en su interior,  para que al despertar, dejes que los sueños y anhelos olvidados recobren su sentido original."

Percibiendo que obraba algo prohibido, Teresa cerró su cuarto con llave. En seguida, destapó el destartalado arcón que había terminado en su habitación por mandato de la señora Hárbury (a razón de que la vieja latosa decía que apestaba a leño húmedo), y alojó sus sábanas en él hasta que al fin se durmió. En el momento que abrió los ojos, percibió que una voz similar a un aullido lejano le aseveraba algo en el exterior.
-¡Teresa, mátalos! ¡El tiempo te aprisiona!-
-¡Quiénes sois, decidme! ¡Mis lágrimas besaron el suelo varias veces por vosotros!-
-¡Tienes que degollarlos, ahora que duermen!-
-¿A quiénes?-
-¡Siempre lo has sabido, Teresa, pero no quisiste ver más allá de estas cuatro paredes!-
Teresa se incorporó como fue capaz y salió del arca, cerró los ojos y haciéndose la sonámbula, se escabulló de su aposento hasta llegar a la cocina. Una vez allí, removió la cubertería con sumo cuidado y aferró con firmeza un cuchillo para despedazar huesos. Marchó con lentitud envuelta por una etérea música de amargos violines y lloraba, bien sabe dios que lo hacía. Avanzó con precaución por el pasillo, hasta presentarse en el dormitorio del matrimonio. Después, la joven se situó ante la señora Hárbury, y a punto de reanudar el llanto (pudiendo suscitar la atención de los pernoctantes), se propuso a sí misma contener el aliento. En ese instante, lanzó la incisión inicial. Perforó una y otra vez el amplio escote de Hárbury, que incapaz de rebelarse, abría y cerraba los ojos desconcertada, liberando espumarajos sanguinolentos por la boca.
Al tiempo que la sangre fluía desde sus arterias destrozadas hasta el colchón, su rostro se iba transformando en el de una niñita. Luego, se fue volviendo anguloso por momentos, áspero, deforme, muy repugnante. Hasta que Teresa entendió que tenía frente a ella a un diablo.
Con la respiración entrecortada, se paró en seco en medio de aquella figuración grotesca, y de pronto, sucedió que el señor Gaublin le atrapó por detrás, descubriendo además que éste también era un demonio.

-¡Has ido demasiado lejos, Teresa!-le instó el ser que se hacía pasar por su padre. Mientras le remangaba el atuendo con sus zarpas afiladas, le bajaba las bragas y trataba de mancillarla. En esos momentos, el reloj se desprendió del cuello de la joven a causa de los continuos zarandeos y cayó a plomo contra el suelo, provocando que el tiempo se paralizara, mas no para ella.
La joven aprovechó esa circunstancia y empuñó la hoja afilada con tanta energía que los nudillos se le blanquearon, y de una sola y veloz estocada, le seccionó la mollera al demonio.
Al liquidar al monstruo, el tiempo reanudó su vereda hacia la eternidad, dejando caer la cabeza, que rodó por el suelo con el rostro de un niño cubierto por el plasma que manó de su garganta y tapizó la estancia de rojo carmesí.
Seguidamente, Teresa salió por la puerta del dormitorio empapada en sangre, y una vez que llegó al vestíbulo, descubrió a la señora Hárbury y al señor Gaublin cogidos de la mano con lágrimas en las mejillas. Teresa los miró a los ojos descubriendo que con toda certeza, estos sí eran sus verdaderos padres. Los tres se fundieron en un intenso abrazo que el viento procedente del Bosque Sombrío azuzó con sus fuertes rachas.
Mientras transcurría ese trance agradable, Teresa empezaba a recordar que el tiempo conocido en su niñez, se frenó cuando solo tenía once años…


Bosque Sombrío

Por Félix Olivera


-¡Teresa vuelve!-
-¡Os odio, a ti y a papá!-
La pequeña Teresa se escapó de su casa con los ojos envueltos en lágrimas y se internó en lo más recóndito del aledaño Bosque Sombrío. Hárbury que estaba aquejada de un doloroso esguince la perseguía desde muy lejos, pero al final, tuvo que detenerse no logrando alcanzarla.
Pese a los reiterados chillidos de su madre, Teresa prosiguió corriendo apresuradamente dando amplias zancadas, hasta que de pronto, se hundió en un hoyo oculto entre la densa maleza. Al desplomarse en un estanque, poco profundo y rebosante de nenúfares, su preciado traje se cubrió de barro y se hizo diversos rasguños en la cara, en los brazos y en las piernas. Prontamente, se irguió en la charca como pudo y avanzó a través de la oscura gruta que se estiraba frente a ella, hasta que dio con la deslumbrante luz de la salida.
Allí afuera, el bosque se presentaba más viejo. Todo el suelo estaba cubierto de húmedos helechos, brezos, equisetos cercando lagos infestados de insectos, elevadas coníferas saturadas de piñas, y en la lontananza, se divisaba en lo alto de una encumbrada loma, una empinada atalaya de mineral rojo a la que circundaba una perenne tormenta de rayos y relámpagos.
-Veo que te gustaría inspeccionarla, ¿estoy en lo cierto?-le mencionó una voz infantil procedente de detrás de ella.
-¡Quién eres y de dónde has salido!- manifestó la muchacha al tiempo que se giraba hacia la voz.
-Soy Mádulf, y la que está allí arriba es mi hermana, Arbórea.-
-¡Aquí pequeña, sobre tu molondra!-le anunció una niñita rubia que estaba encaramada en lo alto de la rama de una imponente conífera.
-Somos hermanos y siempre hemos vivido en este bosque, ajenos al tiempo del mundo exterior. ¿Te gustaría quedarte y jugar con nosotros?-
-Sí, claro que me gustaría. Sin embargo, lo que quiero de verdad es conocer al que vive en esa fortificación.-
-Ese antiguo torreón es la morada del Nigromante del Anticosmos.-expuso Mádulf.
-¡Quiero ir allí, ahora!-declaró una enfurecida Teresa.
-Pero está demasiado lejos y es arriesgado.-opinó Arbórea.
-¡Me da igual, quiero verle!-
-No seas arrogante niña, es un consejo que te doy. Amén, vayamos pues.-propuso Mádulf.

Después de interminables y fastidiosos días de éxodo por el extenso bosque de aquel extraño mundo, y guareciéndose de espeluznantes criaturas con la cabeza enorme, seis ojos diminutos colocados formando un círculo sobre ella, dientes puntiagudos y una enorme cola serpenteante (seres solo concebibles en las alucinaciones febriles y a los que vieron desmembrar a otros todavía más raros) alcanzaron la despejada colina en la que se asentaba el fortín. Los niños la escalaron paulatinamente hasta que llegaron frente al colosal pórtico de la entrada, que se abrió ante ellos por arte de prestidigitación.

-¡Pasad!-les vociferó el brujo desde arriba. Mádulf, Arbórea y Teresa atravesaron inquietos el vestíbulo del baluarte y ascendieron la interminable escalera de caracol, hasta adentrarse en el habitáculo del ilusionista. Surgió ante ellos una amplia estancia con una inmemorial biblioteca curvada y ajustada a los muros, abarrotada de polvorientos tomos, pergaminos, probetas llenas de minerales y burbujeantes pócimas de todos los colores. Del techo pendían largas y oxidadas cadenas oscilando como el péndulo de un reloj, sujetando cadáveres humanos serrados por el torso y expuestos a la multitud de las sucias ratas que allí se congregaban. Justo en el eje de la sala se hallaban el altar y el oscuro sitial, en el que un hombre envuelto en un manto gris, dejando asomar unos ojos azules blanquecinos, permanecía meditabundo. Seguidamente, su boca se entreabrió y chasqueó la lengua.

-¿Qué queréis pequeños e insignificantes niños?, exponed lo que deseéis antes de que lamente haberos permitido pasar, y finiquite este pesado asunto con vuestros delicados torsos pendidos de esos grilletes de ahí.-dijo con indiferencia.
-Deseo vivir eternamente, como usted. Es algo que llevo pensando desde que mi hermano pequeño se ahogó en el lago de Woodworld.- Al apreciar la lágrima que surcó la mejilla de Teresa, el brujo se desternilló de risa exhibiendo su perfecta y afilada dentadura.
-Bah, eso es factible para mí. Para la resolución de estas coyunturas, suelo elegir a la familia, clan o compañeros que rodean al litigante. Acércate a mí, no voy a comerte, y coge este anticuado reloj. Dale cuerda en el momento que regreses al lugar en que resides. Vosotros dos iréis al infierno por haberla traído aquí.-
-¡No lo hagas nigromante!-afirmaron Mádulf y Arbórea muy turbados.
-¡Largo si apreciáis vuestras vidas, tengo asuntos esenciales que me atañen! Como el de ese  arcón destartalado.-sostuvo esto último para sí mismo.

En aquel momento, Teresa regresó a su hogar escoltada por sus recientes amigos, que no podían luchar frente la fuerza incontrolable que movía sus piernas ni hablarle de ello. Cuando llegaron a la casa de la muchacha, esta dio cuerda al reloj tal y como le había ilustrado el hechicero.
Por lo tanto, se consumó el hechizo que la hizo extraviar su pasado de la memoria, transfiguró a los hermanitos en demonios tras la piel de unos falsos Hárbury y Gaublin, convirtió a sus padres en sombras y los esclavizó a todos en un eterno octubre.


El Nigromante


¡Birrp, birrp, birrp…! Gimió la detestable alarma del despertador. En su mente sonaron unos leves punteos de guitarra de "Alpha de Radical Sonora", o era quizás, el murmullo que produce un día lluvioso.
Se levantó del lecho y se encaminó hacia el cuarto de baño. Luego, se fue despojando la ropa a la vez que se metía en la ducha y se enjabonaba bien cada miembro. Posteriormente, salió con cuidado de no resbalar y se secó con una rugosa y descolorida toalla. Por el camino del pasillo, aferró los zapatos y se los calzó tan apresuradamente que se hizo daño en los talones. Llamaron al teléfono, pero no le dio tiempo a cogerlo. No hubo en él ni un atisbo de importancia para esa llamada.

-¡Son las siete y media! ¡Mierda!-blasfemó, pues llegaba tarde.

Entreabrió la nevera, cogió un zumo de piña y se lo bebió de camino al vestíbulo. Asió las llaves del apartamento, que estaban suspendidas en una púa mal clavada y tiró el envoltorio de plástico a la papelera. Luego, metió las llaves en la cerradura, echó una última ojeada al interior y selló la puerta de una feroz sacudida.

Conforme descendía los escalones, se escuchó un estruendo y todo comenzó a vibrar. Parecía ser un seísmo de escasa intensidad, que pasó del mismo modo en que apareció.
Después, abrió la puerta de la entrada al garaje y arrancó un vehículo de color negro. Avanzó por la rampa con lentitud mientras se descubrían las puertas plegables. Sin previo aviso, un resplandor anaranjado y cegador le impidió continuar. De modo que pisó el freno y alzó el de mano, abrió la guantera, extrajo del interior sus gafas y finalmente se las colocó con chulería.

Circuló por la avenida deteniendo de vez en cuando la mirada en el vecindario y en los lujosos chalets. Tan solo quedaba un día para que llegase su novia y estaba preocupado por el asunto de la visita.
Diez minutos más tarde, llegó a su despacho y se dispuso a organizar los impresos con los nombres de los jugadores de golf del vecindario. Pensaba que lo que hacía era un trabajo para idiotas, y que pronto, necesitaría encontrar uno que lo hiciera verdaderamente feliz. Entonces apareció Claudia, una mujer de larga y lacea melena rubia, casi pálida, embutida en unos vaqueros ceñidos, con una camisa de cuadros rojos y unas gafas oscuras de marca. Chupaba su pitillo con cierto erotismo, recordándole al mundo que ya no iba a volver a renunciar al tabaco. A sus cuarenta años, y según ella, que importaba.
Claudia, que había entrado sin avisar, examinó al hombre que se ocultaba tras la pantalla del ordenador.
-¿Qué tal Mike? Han dejado en el buzón un sobre para ti.-
-¿Quién?-le interrogó desconcertado.
-Ni idea, parece una invitación y tiene una firma muy rara.-
&AN&

-Déjame ver, le echaré un vistazo. Gracias por tu atención Claudia.-
-Adiós Mike.-expresó con una sonrisa capaz de enamorar hasta las piedras.

El mensaje relataba: &AN& !ordnegne ed nóicisoped elbarcexe y etneilolam oruj oL¡  !sevleuv is ératam et euq oruJ¡ ?nócra le oditem sah ednód y¿ ,!ratneted euq yah euq ol seesop is íuqa asergeR¡ !adarom im ne emratnalpus arap setneicifus senojoc sol odinet ah¡ ,allat ut ed licébmi nu omoc abatnugerp em ,ekiM aloH

-Vaya, parece que el brujo quisquilloso ha vuelto de su viaje.-opinó Mike entretanto notaba el gozoso zumbido del móvil cerca de sus genitales. Lo cogió y…

-¿Quién es?-preguntó, ya que el número aparecía como desconocido.
-Soy Teresa.-
-Oh vaya, Teresa, ¿Cómo te encuentras?-
-Bastante bien. Te llamé esta mañana pero no contestabas y solo quería que supieras que te estoy eternamente agradecida por lo que hiciste por mí. No me cansaré de repetirlo.-
-No fue nada, no te quepa duda de que lo volvería a hacer si se diera la ocasión. Aunque, ese brujo ya se ha dado cuenta de lo del arcón.-
-Ese maldito hechicero me engañó cuando solo era una niña.-
-Veras Teresa, me gustaría preguntarte una cosa. Es algo que me tiene preocupado desde hace mucho tiempo.-
-Dila Mike.-
-¿Volverías conmigo al torreón?-
-Por supuesto que lo haría, gracias a ti logré ayudar a mis padres. ¿Pero, por qué?-
-Porque voy a ajusticiar a ese nigromante y a quedarme con su hogar.
-Entonces…yo te apoyaré.-
-No vemos mañana.-
-Adiós Mike.-
-Adiós Teresa…-


Juicio en el astro

Por Félix Olivera

 

El turbio y espumoso líquido de un mar rojizo, que se desplazaba a bordo de una corriente estelar, se movía incansable a través de las faldas de un remoto y ruinoso santuario. En su interior, un hombre oculto en la sombra de un pilar parecía estar hablando solo.

-¿Ha captado el temblor?-consultó el hombre misterioso.
-Sí.-aseguró el ser procedente del lugar más apartado del universo. El lejano Anticosmos.
-Entonces, la cuenta atrás ya ha empezado. Ha utilizado la energía de este mundo para ayudar a alguien del otro.-dijo un nuevo ente.
-Sí, pronto la muchacha notará los efectos.-le contestó otro.
-¡Tenemos que traer el arcón creado con la energía y matarla antes de que sea tarde!-afirmó preocupado un tercer.
Entonces, un rostro cegador e informe de color anaranjado se materializó frente al hombre misterioso.
-Mike, nos hemos enterado de que has estado empleando la energía prohibida para tu propio beneficio.-
-¡Te lo advertimos nigromante, o quién quiera que seas! ¡Tu trastorno de personalidad nos tiene desorientados!-
-¡Yo no tuve la culpa, están apareciendo brechas por todos lados! ¡Tenía que parar a esa gente!-
-¿Y pensabas solucionarlo resucitando cadáveres humanos, engañando a niños o ayudándolos después? ¿Qué clase de estupidez es esa?-
-No, pero…-
-¡Silencio! Ya sabes lo que opina el líder. Todos quieren que mueras, ese es tu sino, Nigromante del Anticosmos.-
-¿Cómo?, ¡no podéis…!-gritó con todas sus fuerzas al tiempo que le explotaba la cabeza en un millar de fragmentos.
En ese instante, y a billones de kilómetros de allí, Teresa despertó jadeante con el camisón empapado de sudor. Luego, se giró hacia un lateral de la cama, encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el reloj, que marcaba las doce en punto. Lanzó un breve suspiro. Cuando apagó la luz, un desconocido la agarró con firmeza del cuello y le amordazó la boca mientras ella trataba de oponerse. Al parecer, su sueño comenzaba a hacerse realidad…




"Soledad y oscuridad; dos caras de una misma moneda."


&AN&



El lago de Woodworld


Capítulo 2; Infancia




Pasado, presente y futuro

¡Woodworld es un lago rebosante de agua fresca,
da mucho miedo y no debes acercarte!
En Woodworld hay un hombre chiflado, que parece un monstruo.
Es muy malo y te dice: -Niñito de ojos tristes, ven conmigo. Luego, te atrapa con sus manos y te mastica con sus dientes.
¡Woodworld es un loco, que se ahogó en el lago,
también es un lago lleno de agua fresca,
Woodworld da mucho miedo y no debes acercarte!



Una niñita pelirroja, pálida como el nácar, con los ojos del color azul celeste del cielo y vestida con un bañador de franjas rojas y blancas, corría apresuradamente por la orilla del lago de Woodworld, una extensa superficie de agua dulce que se congelaba todos los inviernos. A pocos metros por detrás de ella iba Luco resoplando, su hermanito.
Los dos eran muy diferentes físicamente. Luco había heredado la piel tostada de sus padres, además del cabello oscuro y rizado. Lucía un aspecto de afroamericano, en cambio, Teresa parecía haber nacido en Alemania.
Los hermanos se habían distanciado un poco de la merienda, (que sus padres habían organizado aquella calurosa tarde de domingo) para explorar la zona. La señora Hárbury les había advertido de que no se alejaran demasiado, pero ya se sabe que, en cuestiones de niños, toda precaución es poca.
Luco recogió unas cuantas conchas de colores y con un cordel que había robado del taller de manualidades del parvulario, pretendía elaborar un bonito collar para su hermana, aunque no iba a mostrárselo hasta que todos volvieran a casa. En aquel momento, Teresa se detuvo en seco, entretanto, Luco corría detrás de ella con la mente puesta en el collar y se topó con la espalda de su hermana. Al final, los dos cayeron al suelo a causa del topetazo.
-¡Pero qué haces Luco!-le aseveró Teresa.
-¡Ay, mi cabeza!-gritó el niño.
-Deja que te eche un vistazo, a ver.-dijo Teresa a la vez que se incorporaba y se aproximaba a Luco.
-¡Mira Teresa, sangre!-dijo el chiquillo, la manita de Luco mostraba el fluido rojo oscuro tras haberse frotado la parte posterior de la cabeza, y segundos después, comenzó a sollozar como el niño que era.
-¡A ver, estate tranquilo! Primero vamos a levantarnos despacito, iremos donde está mamá y luego te curará la herida.-dijo Teresa en un tono preocupado.
-No puedo hacerlo, ¡ay, me duele mucho!-lloriqueaba Luco, al tiempo que Teresa le erguía la cabeza con delicadeza y descubría horrorizada que su hermano tenía incrustado en la nuca un guijarro afilado, que permanecía hundido en el barro. Teresa recordaba de sus clases de supervivencia en el campamento, que en esos casos, no se debía tocar al herido, así que no movió a Luco de la piedra y se marchó pidiéndoles auxilio a sus padres, la señora Dalia Hábury y el señor Basilie Gaublin, que ajenos a la tragedia, se encontraban retozando sobre un mantel.


Luco, pasado


El período que el niño permaneció tendido en el barro se le hizo eterno. No obstante, lo que presenciaría durante los breves minutos que se antepondrían a su fin, distaba mucho de la versión oficial de sus padres, su hermana y la policía, en la cual, un pequeño zapatito marrón se había quedado flotando sobre la superficie del lago muy cerca de la orilla, dando a entender que el pequeño se había ahogado.
Lo que Luco vio, hubiera acojonado a miles de hombres valerosos sólo con presenciarlo. Del lago emergió algo, o mejor dicho, alguien, que no vio con claridad hasta que tuvo enfrente, mas sí escuchó sus aterradores pasos. De modo que le invadió un miedo ancestral, como el que provocara El Coco o El Hombre del Saco, ilusiones que renacían tras haber sido aceptadas como erróneas mucho tiempo atrás.
En el momento que lo tuvo delante de su rostro, pudo corroborar que ese era el lunático de la melodía que cantaban algunos niños en el recreo al tiempo que saltaban a la comba.
Lo último que recordó de ese momento, fue que Woodworld daba mucho miedo, porque el tarado le agarró del cabello, lo izó en el aire metro y medio con el guijarro todavía hincado, después se lo extirpó, apartó con sus zarpas las piedrecitas cubiertas de coágulos y le clavó los dientes sobre la abertura sangrante. En seguida, se escuchó un sonoro crack que le fracturó la espina cervical y finalmente Luco cerró los párpados.
Los carrillos de Woodwoorld se atestaron de carne humana y plasma espinal, que mascaba con una mezcla de nerviosismo y excitación. Mientras comía, sus ojos no parecían mirar nada en concreto y oscilaban de un lado a otro como si fueran los de un camaleón. Posteriormente, arrojó a Luco sobre el suelo, lo agarró con firmeza del tobillo y lo arrastró hacía el lago que recibía su mismo nombre, donde el zapatito marrón quedó como último de vestigio de su existencia. Al final, el desequilibrado se sumergió en el agua junto con el cadáver del niño, al tiempo que articulaba estas palabras.

-LA HIERBA NO CRECE ENTRE LAS PIEDRAS.-




Luco, presente


Luco jamás olvidaría el daño que le causó la dentellada de Woodworld. ¿Por qué, os preguntaréis? Porque al perecer las víctimas del tarado, supuestamente pasaban a convertirse en la parte mental del cuerpo que poseía y que Woodworld precisaba para continuar atado a la realidad tanto del lago como del psiquiátrico. Claro, y con toda probabilidad esto lo hacía porque como todos los psicópatas chiflados, quizás hubiese llegado a materializar sus visiones al estar tan cerca de lo que parecía ser el otro mundo (la morada del Nigromante del Anticosmos). Si bien, lo más lógico era pensar que Woodworld había encontrado una vía de escape físico-mental, que conectaba el psiquiátrico en el que siempre estuvo encerrado con el lago. Aunque a ciencia cierta, esto nadie lo sabía.

-Aquí estoy, fuertemente encorsetado e inmóvil. Afuera, se oye el rumor del aguacero y quiero sentir su libertad en mi piel. Sé que no debería estar aquí, pero son demasiados los porqués que se apilan en mi cabeza y sigo sin encontrar una salida lógica a mi situación.
Los años fueron transcurriendo y pude constatar como, poco a poco, la pintura blanca de la pared se iba desconchando a causa de la humedad. Luego estaba la asquerosa visión de las agujas sucias sobre mi piel, el correteo incesante de las cucarachas por mi cara y los horribles picores que me eran imposibles aliviar. No logro acostumbrarme a este cuerpo, al que a veces, posee el hombre loco que me mató, ese tal Woodworld. Sobre todo, lo aborrezco cuando trata de morderle la cara a las auxiliares, o a la jovencita enfermera Kathy. Será por eso que me han encerrado aquí, ¿no? ¿para fustigar y destruir mi conciencia? En fin, no sé porqué sigo resistiéndome a morir.-
Sin previo aviso, la puerta de la celda de Luco se abrió y entró Handro Leitztein, el coordinador del hospital psiquiátrico, que iba tatareando “In the hall of the mountain King de Edvard Grieg”.
-¡Tara ta ta ta ta ta, ta ta ta, ta ta ta…! ¡Alegra esa cara Woodworld, hoy tienes visita!-afirmó Handro Leitztein, al tiempo que proyectaba su mirada hacia el exterior de la lóbrega celda.
-¡Joder, no me llame así! ¡Cuántas veces tendré que repetírselo, subnormal! ¡Luco, me llamo Luco!-gritó, al borde de perder el aliento y sintiendo una punzante presión en las sienes.
-Claro, claro, Woodworld, y yo soy John Locke y me dispongo a cazar jabalíes en una puñetera isla perdida. Ya lo sabes, ningún movimiento en falso o recibirás otro puntapié en los huevos, señor Woodworld.-
-Y dale…-dijo refunfuñando.
-¡Buenos días señor Woodworld!-dijo un hombre de extraña apariencia, al que rodeaba un misterioso halo de muerte, que cubría sus ojos con unas gafas oscuras de marca e iba vestido de etiqueta. Su olor era desagradable, sin duda alguna lo peor de aquel hombre era el hedor que desprendía.
-¿Tú quién eres?-le preguntó Luco sorprendido.
-El hombre que te va a sacar de aquí.-dijo con rotundidad.
-Tendrás o serás un buen abogado, ya que tengo veintidós años y llevo aquí encerrado desde los cinco. Lo tienes bastante difícil, mi hediondo compañero.-añadió.
-Eso ya lo sé, señor Wood…perdón, Luco Gaublin Hárbury.-le contestó gruñendo.
-¡Vaya, tú sí que me conoces, por fin hay alguien que sabe que no miento! ¡Mi nombre completo! ¡Chúpate esa, Handro!-dijo sorprendido.
-¿De qué narices estáis hablando? Esta conversación está fuera de lugar, señor Ortega.-dijo Handro Leitztein desconcertado. Segundos después, el hombre vestido de etiqueta miró a Handro y le sonrió, luego alzó su mano derecha cubierta por un guante blanco frente a su rostro, y entretanto hacía esto, dos finos hilillos de sangre comenzaron a descender por sus orificios nasales. La energía que manaba de aquel hombre le estaba friendo los sesos. De pronto, el hombre trajeado apartó la mano hacia un lado en un movimiento brusco y Handro Leitztein se desplomó sobre el suelo. Pasó con cuidado por encima de él y se acercó al oído de Luco.
-¡Joder, qué mierda está pasando!-le gritó Luco.
-Woodworld, despierta.-le susurró el supuesto señor Ortega, y en cuestión de segundos, los ojos de Luco se tornaron blancos y desorbitados. Había dejado de ser él.

-Sígueme.-dijo el hombre vestido de etiqueta, el cual sonrió de nuevo y miró su anticuado reloj de pulsera de marca italiana, que marcaba las doce en punto. Él ya lo sabía, a esa hora y tan cerca de la brecha de Dunfront, algo iba a suceder. Él se lo había dicho.



Luco, futuro

 

Woodworld lo siguió…


…Teresa despertó jadeante con el camisón empapado de sudor. Luego, se giró hacia un lateral de la cama, encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el reloj, que marcaba las doce en punto. Lanzó un breve suspiro. Cuando apagó la luz, un desconocido la agarró con firmeza del cuello y le amordazó la boca mientras ella trataba de oponerse.
Las manos de Teresa trataban de arañar el rostro de quien pretendía asfixiarla, y en una rápida mirada a su alrededor vio la lámpara de la mesita, la cogió y seguidamente la estampó contra la cabeza de un hombre que pasó a encontrarse muy aturdido por el golpe brutal. En seguida, Teresa se tiró del camastro, deshizo el nudo de la mordaza y empezó a gritar pidiéndoles auxilio a sus padres, los cuales, no contestaban. Así que se levantó como pudo y voló hasta la puerta de su dormitorio, y al girarse para abrirla, vio algo que la dejó desconcertada. Su agresor permanecía recostado sobre la cama hecho un ovillo y succionándose el dedo pulgar como si se tratara de un bebé. Teresa no salía de su asombro.
-¡Voy a llamar a la policía, maldito cabrón!-gritó la muchacha, y de pronto, el hombre dejó de chupetearse el dedo y se incorporó en el lecho muy lentamente.
-Me sigue gustando la frescura de estas sábanas, Teresa.-dijo al mismo tiempo que las acariciaba con ternura.
-¿Cómo sabes mi nombre, desgraciado?-preguntó extrañada.
-No alces la voz, hermanita. Soy Luco, tu hermano, y he vuelto a casa.- Por ver la cara de estupefacción que puso Teresa en ese momento, hubieran pagado cuantiosas fortunas.
-¿Has terminado con ella?-dijo un hombre vestido de etiqueta que apareció por la puerta sin prestar atención a la muchacha que permanecía a su lado con la cara desencajada.
-No, maldito espectro del señor Gorroné ¿Cómo iba a poder hacerle daño a mi Teresa? Y tú… ¿Por qué le guardas rencor a ella? Es con mis padres con quien quieres resarcirte, pero no con ella, no con tu hijita. ¡Redímete y pide perdón por tus actos, he visto a un hombre perturbado en esos ojos!-
Tras escuchar a Luco, la mirada del señor Gorroné pasó de la seriedad a la duda mientras que a su lado Teresa continuaba en estado de shock. Después, Luco se alzó de la cama y abrazó a su hermana, luego, rebuscó algo en su bolsillo, lo sacó y se lo mostró. Era un bonito collar de conchas de todos los colores.
-Mira, esto es lo único que conservo de mi vida anterior, y no sabes, no puedes ni imaginarte lo que he pasado para llegar hasta aquí.-
Entonces, Teresa cerró la boca, le miro a los ojos y le abrazó con todas sus fuerzas. Posteriormente, se colocó el collar en el cuello y le besó la frente.
-Lo siento mucho, hermanito.-dijo al tiempo que unos lagrimones le surcaban las mejillas.
-No llores hermanita, volvemos a estar juntos.-




Muy lejos en el tiempo ¿...?


La oscuridad se cernía en aquel lugar como si un agujero negro hubiese atrapado la luz de todas las galaxias. En un mundo en el que los sueños se confunden con la realidad, vivía un hombre en soledad, que ya no conocía a nadie. A veces, pequeñas lucecitas semejantes a luciérnagas le rodeaban, era entonces cuando cerraba los ojos y se sentía fuera de allí. Recordaba unos besos, como si nunca hubiese sido asesinado, como si su amor aún siguiera esperándole en la misma calle en la que le habían destrozado el corazón aquel amargo día. ¿Recordaba el nombre del traidor? ¿Se trataba de Mike? Los mataron con varios disparos, uno de ellos fue a parar a su cabeza, pero él no desapareció en el lugar en que mueren las ideas. A él solo le invadió la oscuridad, una distinta de la de su amada Teresa, y que Matacuervo nunca olvidaría, el destino de un amor imposible fue el Anticosmos. Para él, oscuridad, tristeza y una melodía, “Moonlight Sonata de Beethoven”. Para los dos, un final aciago bajo la lluvia de los deseos rotos.





“Entonces, la cuenta atrás ya ha empezado. Ha utilizado la energía de este mundo para ayudar a alguien del otro.”


&AN&


El origen de las brechas


Por Félix Olivera


Capítulo 3; Caos


Preludio

El sonido de las taladradoras se introducía de forma persistente en los tímpanos de la mayoría de los habitantes de la ciudad de Dinorah. Las apisonadoras, las excavadoras y las elevadas grúas que acompañaban a los obreros, emprendían al amanecer una faena que les llevaba ejecutar toda la jornada.
Gran parte de las personas de edad media se habituaron a los inconvenientes del progreso y a la masificación de edificaciones que estaban padeciendo cerca de los márgenes de la reserva Dunfront, pero los más jóvenes y los ancianos rehusaban a soportar la situación por más tiempo, y se aproximaban a las construcciones para increpar a todo bicho viviente que se encontrara trabajando allí.
En otra época, aquellos espacios configuraban también una buena parte del arbolado, pero los guardabosques y los agricultores humildes, remunerados por los negociantes de los alrededores, fueron provocando pequeños incendios, que a lo largo de veinte años lo dejaron al borde de la desaparición. Al final, el gobierno de Dinorah tuvo que poner manos en el asunto y designar como reserva al último gran bosque primario que continuaba en la tierra, y éste, pasó a convertirse en la popular reserva de Dunfront.
Con el paso del tiempo, los temblores de tierra y los socavones se volvieron cotidianos a causa de que las construcciones se estaban acercando demasiado a la reserva. Algunas organizaciones en pro de los derechos medioambientales presagiaban que lo peor aún estaba por llegar, y pese a las advertencias, los grandes magnatarios siguieron adelante con sus proyectos multimillonarios.
Cuando corría el verano de uno de aquellos años ajetreados, acaeció una insólita helada de consecuencias catastróficas, que aunque congeló el lago de Woodworld al igual que todos los años, casi acabó con la totalidad de las reses de los granjeros e hizo perder la vida de otros tantos hombres, entre ellos y según los periódicos locales se encontraba el famoso conde monsieur Gorroné, aunque también se barajó el suicidio como la causa principal de su muerte.



Cataclismo


El nigromante llevaba alrededor de diez años soportando las feroces sacudidas, pero no se lamentaba, él seguía inmerso en sus investigaciones, hasta que de pronto, se detuvo en seco barruntando que algo malo iba a suceder. De modo que se levantó del ennegrecido sitial, se encaminó al terrado de la eminente atalaya, y una vez allí, vio cómo millares de bestias salvajes corrían amedrentadas en dirección a la frondosidad de la brecha de Dunfront. En esos instantes, notó un breve escalofrió en su pecho, y por primera vez desde que sus rectores le consintieron morar allí, surcó por su mente la idea de que el cambio que presagiaron los dioses antiguos acontecería muy pronto.
Hacía un par de días que le había enviado una carta de ofensa a Mike, (tras haber realizado el último de sus largos viajes por países, guerras, destino y tiempo) porque el muchacho había sido un ingrato con él. El hechicero lo cuidó en su hogar como si se tratara de un hijo, y justo cuando se convirtió en un hombre, retornó a su mundo para iniciar una nueva vida, no sin antes usurparle el objeto de sus últimas indagaciones cosmológicas, un baúl capaz de deformar la realidad a su antojo.
De repente, como si le hubiesen espetado con un látigo, dejó a un lado las divagaciones y volvió en sí, oteó de nuevo la lejanía lo máximo que le permitió su vista de rapaz y observó cómo una onda multicolor de proporciones inmensas arrasaba las tierras yermas de los dioses.
Los altos dulenkes, bestias cuadrúpedas mitad cebra mitad jirafa, que iban siempre trasladándose en grandes manadas, se desintegraban al paso de aquella insólita ondulación que hacía perecer todo lo que tocaba, ni los duros huesos quedaban.
El nigromante lo tuvo muy claro, o se ausentaba de allí o acabaría igual de carbonizado que los dulenkes. Así, que comenzó a descender con nerviosismo los peldaños de la azotea, llegó a la sala de la biblioteca, asió su mochila, introdujo en ella los libros más importantes del anaquel y restalló los dedos medio, índice y pulgar de una forma singular. En ese instante, los fiambres que pendían de las cadenas de la bóveda levantaron las cabezas y le escrutaron sonriendo con unas miradas malignas. Los muertos tenían la boca, las orejas y los ojos remendados con alambre herrumbroso.
-Aquí nos separamos, compañeros, después de todos estos años juntos.-dijo el hechicero.
-No nos importa, porque nosotros ya estamos muertos. Así que vete.-dijeron al unísono con una voz que deshacía los ensueños y los transformaba en pesadillas.
-Es cierto, pero es sabido que la muerte me rastreará allá donde me dirija, ya que es el camino que he escogido, aunque no elegí que concluyera tan pronto, pues sigo necesitando respuestas. ¡Vamos gato de oscuro pelaje, si posees siete vidas como dicen, entonces te tendré a mi lado!-le dijo al animal, que dormitaba sobre el viejo cráneo de un dulenke.
Al tiempo que le hablaba al felino, las arcaicas estanterías no cesaban de oscilar dejando caer montañas de libros, papiros, probetas y otros objetos de cristal que se hacían añicos al contactar con el suelo, y de pronto, los cascotes más sueltos de la cúpula comenzaron a precipitarse también.
-Adiós, Nigromante del Anticosmos, si tu destino es reinar en Sanctórum, así será, pero si no, otro ocupará tu puesto. Debes estar atento a las señales que descubras en tu nuevo viaje.-le advirtieron los muertos.
-¿Quién entonces, ese ignaro de mi hermano?-
-¿Acaso has olvidado su nombre?-
-Matacuervo sólo es el nombre de un analfabeto que ya ni recuerdo, en este momento soy el Nigromante del Anticosmos, lo más parecido a una deidad que habita este mundo de la desolación, y más notorio que cualquier dinastía que haya pisado estas o las otras tierras.-
-Dile eso a los que te concedieron su poder para impedir lo que está ocurriendo, mientras tú preferías dedicarte a otros asuntos. ¡Ellos han fracasado, tú has fracasado y muy pronto todos estarán tan muertos como nosotros!-

-¡Cerrad el pico, patanes!-dijo el nigromante, que en un veloz gesto con su mano derecha, selló los morros de los despojos que parloteaban al unísono.
Luego, agarró al gato negro del pescuezo, lo metió a regañadientes en el macuto con las demás cosas, lo cerró tirando de un cordel y comenzó a descender con la compañía de las ratas la interminable escalera de caracol que se desmoronaba a su paso.
Entretanto, la onda multicolor prosiguió acercándose y pulverizando todo lo que se interpusiese en su camino.


Esta vez, parecía que las sacudidas habían ido en aumento, y la gente muy asustada en sus domicilios comenzó a salir a la calle. La atónita multitud se preguntaba que era lo que estaba ocurriendo, cuando de pronto, unas grietas enormes comenzaron a expandirse bajo los cimientos de los lujosos chalets, por las que cayeron decenas de individuos. De las aberturas salieron extraños seres de colmillos afilados y los dulenkes, los cuales, saltaron aterrorizados sobre las personas aplastando cráneos y desgarrando cuerpos.
Una gran marabunta humana comenzó a escapar de las brechas que cada vez se hacían más grandes, y sin previo aviso, la metrópoli ascendió unos cuantos metros y luego se hundió envuelta en un mar de polvo. Al poco tiempo, una ondulación multicolor con forma de esfera se originó en las inmediaciones del gigantesco agujero, que estalló segundos después propagando un terrible huracán que levantó en el aire al gentío, casas, vehículos y árboles, logrando así devastarlo todo. Cuando el estruendo de la explosión cesó, un vapor glacial comenzó a manar de la brecha que se había formado, y que luego, se condensó justo encima dando lugar a una enorme tormenta de hielo y nieve.

El brujo despertó exhausto a los dos días del desastre, con la cara cubierta de sangre reseca, y en un espasmo, se dirigió a la mochila, la abrió soltando el cordel y vio al gato, que yacía muerto en su interior.
-Lo siento minino, gracias por prestarme tu séptima vida.-declaró con el rostro ensombrecido, por primera vez en su existencia, sintió compasión por un ser vivo que no fuera él.
Después, se irguió del suelo y contempló el panorama desolador, un cráter de unas dimensiones inconmensurables se localizaba en el centro de la reserva, y a su alrededor, todo estaba siendo engullido por la nieve.
Sí, lo sospechaba, su hermano mellizo Matacuervo, había cumplido la promesa de aunar los dos mundos, ¿pero ahora qué sucedería?, ¿qué sería lo siguiente? Se preguntaba al tiempo que observaba el dulenke al que se había aferrado para evadirse a través de la brecha, antes de que tuviera lugar el gran estallido, que su hermano, el enemigo principal del Nigromante del Anticosmos, llevaba gestando desde hacía tiempo. Pues estaba claro, iría a la caza de Matacuervo, y de paso, lo desterraría al Anticosmos, el lugar al que debió haberle enviado en un principio, pero antes de todo eso tenía que hacer unas cuantas visitas. El asunto de su hermano se resolvería, estaba seguro, pero más tarde.



El rey de los mundos tiene una reina



-¡Dios salve a Matacuervo, el nuevo rey de los mundos!-bramaron las multitudes alrededor de un hombre que se situaba en medio de una ceremonia de coronación. Su aspecto era asaz desaliñado, vestía una coraza de cuero marrón, dos botas negras y enormes se ajustaban a sus pies peludos, unos pantalones rasos cubrían sus fornidos muslos, a la altura de los hombros le caía una melena larga y lisa tan oscura como el plumaje de un cuervo, y sus ojos almendrados eran igual de azules que los de su hermano, el Nigromante del Anticosmos.
Un sacerdote con el cuerpo cubierto por las cicatrices del cataclismo se disponía a hacerle entrega de la corona de los antiguos reyes, que recibía el nombre de Xífocle, y era la decimocuarta vez que se asentaba en un cráneo real.
El acto transcurrió en los restos de una antigua catedral gótica, que cientos de los supervivientes al desastre reconstruyeron para ese día. Matacuervo pretendía edificar allí la primera de sus fortalezas con las que deseaba postergar su mandato.
Él conocía las dificultades, y tras haber alcanzado lo más complicado, que era haber fusionado los dos mundos, su deber sería el de regirlos como rey único y legítimo. Para ello, estaba siendo llevada a cabo la ceremonia, y poco después, tendría lugar el enlace con una hermosa mujer que sobrevivió a aquella hecatombe, y que en ese momento, estaba siendo desnudada por las criadas que formaban parte de lo que había comenzado a ser su corte.

La luz plateada de la mañana bañaba la piel de una bella mujer que mostraba turbada sus pechos, sus pezones estaban endurecidos por el gélido viento que entraba por el ventanal de la sacristía, y mientras que le recogían la dorada melena con horquillas, dejó escapar un par de lágrimas por sus mejillas.
Tan solo hacía unos días que Claudia se encontraba trabajando en la oficina codo con codo junto a Mike, y al llegar a su casa todo sucedió muy rápido. Estaba viendo la televisión cuando una lluvia de escombros la cubrió por completo, pero por suerte, el séquito de Matacuervo que se desplazaba en una gran caravana hizo un descanso en su barrio, y unos niños que estaban jugando a la pelota escucharon sus quejidos bajo los cascotes. Cuando avisaron a los adultos, estos fueron en seguida frente a las ruinas de su apartamento y al final la rescataron muy malherida.
Todo lo que le estaba pasando era difícil de asimilar, en ese momento se encontraba desnuda, y muy pronto, se convertiría en la esposa de un desconocido, en un mundo que ya no era el mismo.
Una de las damas le instó a alzar los brazos y le introdujo con delicadeza un precioso vestido azul que remarcaba sus curvas, y segundos después, le colocaron una diadema repleta de rubíes que ella creía haber visto en una de esas estúpidas revistas de cotilleos.
Al mismo tiempo, Matacuervo recibía la suya, pero esta era una corona de obsidiana tan negra como la penumbra, y el gentío lo volvió a aclamar al ser coronada en su cabeza.
-¡Dios salve a Matacuervo, el rey oscuro!-gritaron.
Seguidamente, el sacerdote se apartó de delante del joven rey, alzó su puño cerrado con júbilo, y mientras se lo mantuvo en el aire, Matacuervo permaneció con los ojos cerrados, como soñando.
-¡Matacuervo, Matacuervo…!- berreó la gente, entonces, el nuevo rey le hizo una reverencia a todos los presentes, y por primera vez abrió la boca para hablar, un momento que no sucedía desde hacía milenios.
-¡Ante todo, he de daros las gracias por haber creído en mí, soy consciente de que aún nos queda mucho que hacer por la reconstrucción de la nueva Dinorah, pero eso será cuestión de tiempo, ahora los mundos tienen de nuevo a su rey!
¡Soy descendiente directo de los dioses antiguos, y por la gracia que me otorgan, juro que le daremos caza a mi hermano, el verdadero culpable de que los mundos estuviesen divididos! ¡Llevábamos siglos esperando este momento, por eso nuestro deber será el de aniquilarle a él y a quién ose interponerse en mis planes de dominación mundial!
¡Si fuese necesario marcharemos hacia el sur, donde el frío de la brecha es menos intenso, pero de momento, nos estableceremos en nueva Dinorah! ¡He hablado!-expuso con seriedad.
-¡Salve a Matacuervo, viva el rey…!-vocearon las masas enloquecidas y henchidas de júbilo.
-¡Ahora, daremos paso a la ceremonia de matrimonio!-afirmó el sacerdote con los ojos humedecidos.

Una de las mujeres más hermosas que jamás se había contemplado en aquellas tierras desoladas se adentró en la catedral desde el portón derruido avanzando lentamente con un ramo de rosas rojas aferrado entre sus manos, y la gente que se sentaba en los bancos a su alrededor se quedó paralizada por su belleza. De pronto, se escuchó la melodía de un órgano barroco, luego, los monaguillos prendieron fuego a los inciensos y un aroma embriagador envolvió la ceremonia. Prontamente, el sacerdote dio un paso, ungió con óleo a los novios y se dirigió al rey novato.
-Matacuervo, señor del mundo de los dioses antiguos, ¿amas a esta mujer como esposa, como reina y como hacedora de un heredero para postergar el reinado de los mundos?-
-Sí.-afirmó Matacuervo con rotundidad.
-Y tú, Claudia, mujer del mundo de los hombres, ¿amas a este hombre como esposo, como rey y como engendrador del heredero que reinará por la unión perpetua de los mundos?-
Tras las palabras del clérigo, se produjo un silencio incómodo que inquietó a todo el mundo.
-…-Claudia permaneció con la boca cerrada.
-¡Vamos habla!, ¿te comió la lengua el gato?-le increpó el sacerdote.
-Sí…-dijo Claudia al fin, pero fue un sí vacilante, como si estuviera a punto de desvanecerse y no poseyera la voluntad suficiente para haber dicho otra cosa. De modo que Matacuervo la atrajo hacia sí y la besó con todas sus energías, pero Claudia no se lo devolvió, y parecía estar asfixiándose bajo el ir y venir de los labios y la lengua de Matacuervo. Entretanto se restregaba con ella, Matacuervo sufrió una erección, que sería el preludio del crepúsculo que muy pronto llegaría.


Noche de bodas


El sexo se perpetuó durante toda la noche y el amanecer del día siguiente. Matacuervo se introdujo en Claudia y la empujó contra el camastro hasta que ya casi no le quedaron fuerzas ni para respirar. Sin embargo, Claudia permaneció mirando hacia otro lado, pero esa actitud, no evitó que se retorciera de placer en todo momento, y cuando ya se alcanzaba a oír el canto del gallo, no sabía si le odiaba o quería procrear con él hasta morir de extenuación.
-Bueno, yo ya he acabado.-dijo Matacuervo al fin, al tiempo que se separaba de ella y se limpiaba el sudor de la frente con la brusquedad de un oso cavernario.
-Mi señor, ¿era necesaria la presencia de las criadas mientras lo hacíamos?-le preguntó Claudia.
-Es parte del ritual, quería estar seguro de que lo harías, y por eso si te negabas, iba a mostrarme haciéndolo con las criadas hasta que ya no pudieras resistir más la tentación y te lanzaras contra mí como una perra en celo, y creo que lo he conseguido.-dijo con orgullo.
Claudia lo miró a esos ojos azules blanquecinos y se ruborizó. Luego, intentó abrazarse a su cintura, pero éste la apartó a un lado con desprecio.
-¿Te he dicho acaso que te quiero?-le dijo con indiferencia.
-¡Cómo!-exclamó Claudia desconcertada, al tiempo que se incorporaba en la cama con sus pechos oscilando de lado a lado.
-Esto es un proceso puramente burocrático, dame un hijo y que tengas buenas noches.-dijo, y de pronto, Matacuervo atenazó su parte de la almohada y la apretó contra sus sienes. No deseaba oír ni darle explicaciones a nadie nunca más. Después de todo lo que había conseguido, no quería que esta vez sucediera igual, no lograba enamorarse, y entonces, un sueño profundo lo invadió.



Propósitos para un mundo nuevo


 

-¡Ven aquí, mozalbete!-dijo una mujer de una belleza demoledora, que estaba sentada en una mecedora frente al fuego de una chimenea de piedra.
-No seas tonta, madre.-le contestó un niñito con el ceño fruncido.
-Ya sabes que los dos sois iguales para mí. -le dijo la mujer, al tiempo que lo sentaba sobre sus cálidos muslos.
-Pero Mataciervo es un idiota, nunca quiere estar contigo, y yo, te busco por el castillo, te abrazo y te cubro de besos. Soy un buen hijo, el mejor, madre.-dijo a punto de soltar unas lágrimas y apartando su mirada para que no le viera.
-Matacuervo, no debes odiar a tu hermano, aunque los dioses lo hayan elegido a él como su sucesor, tú siempre serás importante para mí.-le dijo su madre con ternura, a la vez que le acariciaba los largos mechones oscuros.
-¿Por qué lo dioses son tan crueles conmigo, madre?-
-Ellos nos rebelaron tu destino, Matacuervo, pero no permitiré que acabes en esa prisión oscura. Sólo si haces lo que digo.-
-Los dioses son despiadados, han maldecido a nuestra familia.-dijo el pequeño, al tiempo que alzaba la vista a través de la ventana del salón en dirección a la lejana cúspide celeste.
-Los dioses no, Matacuervo, yo fui la que elegí a vuestro padre, el Nigromante del Anticosmos.-
-Entonces, cuando yo haya unido los mundos, esa horrible estirpe de nigromantes habrá sucumbido, seré coronado rey, me alzaré con una reina y por nuestro linaje fluirá la sangre de la vida, no la de la muerte. Las gentes de ambos mundos me aclamarán sin siquiera preguntarse el porqué, ¡lo harán, simplemente lo harán!-
-No Matacuervo, sin amor nada fluirá, y tú eso lo sabes. Aléjate de la oscuridad y ven conmigo, que hay que preparar la cena de tu padre.-

De pronto, Matacuervo se despertó de la pesadilla con un sudor frío en la frente, recordando en su mente las sabias palabras que pronunció su madre aquella noche bajo las estrellas del destino; “Matacuervo, sin amor nada fluirá”, y entonces miró a Claudia, que dormía a su lado a pierna suelta, y vio con claridad que nada fluía.



Los efectos


 

Teresa vio a Matacuervo en sueños, cuando aún se encontraba durmiendo en el interior del arcón, pero no se conocían, entonces, ella se acercó a él y le obsequió el collar de conchas de todos los colores de su hermano Luco, la realidad se había deformado, y Matacuervo le sonrió con ternura, después se lo cogió, se dio la vuelta y dirigió su mirada hacia un lago que se asemejaba al de Woodworld, la realidad se había distorsionado, pero que se hallaba en la tierra de los dioses. Ella lo miró asustada unos segundos, y en ese instante, él lanzó el collar hacia la laguna con todas sus fuerzas, luego, el colgante se hundió en el agua oscilando con lentitud y Matacuervo le habló a Teresa con la mente despejada de un erudito.
-Muchacha, pide un deseo.-dijo Matacuervo, y luego se produjo un silencio que se prolongó durante horas.
-Que ojalá pueda volver a verte.-dijo la joven al fin.
-Deseo concedido, muchacha de ojos claros e ígneos cabellos.-
Por lo tanto, el colgante de conchas de todos los colores se transformó en una burbuja multicolor que se fue expandiendo al ritmo de los latidos del corazón de Teresa.
-¿Sabes que has trastornado el cosmos por volver a verme?-le preguntó Matacuervo con asombro.
-No me importa ser la causante de la unión de los mundos, como no me dolerá matar a esos niñitos llamados Mádulf y Arbórea cuando despierte.-
-Ahora tengo que marcharme, ya que esto tardará un tiempo en desarrollarse. Mi gente me espera.-
-¿Hablas de mi amor por ti o de la onda multicolor que arrasará con todo?-
-No lo sé.- dijo Matacuervo con resignación.
-¡Entonces corre, ve con ellos, porque cuando yo despierte, lo habré olvidado todo y seguiré pensando en Mike!-
-Pues yo no ignoraré lo que has hecho, Teresa, te prometo que no lo olvidaré.-

Pero lo olvidó, porque la realidad se había deformado. Y mientras Matacuervo se marchaba con la cabeza agachada, sonaba en su mente “Goodbye baby, baby goodbye" de "Deep River Quarter”, la canción que su padre le tatareó a su madre antes de partir hacia su muerte.

Goodbye baby, baby goodbye...






Las huellas de los fantasmas se pierden en la profundidad de la noche de los muertos.
 

&AN&


Rastreadores


Capítulo 4; Búsqueda



Bajo los cúmulos tormentosos del oeste de Dinorah y en la más completa oscuridad, surgió un sinfín de gotas argentadas de agua nieve que calaron a un individuo envuelto por un manto agrisado, el cual, cabalgaba con apremio y en soledad a lomos de un enérgico dulenke.
Sus ojos reflectaban tenuemente la luz escarlata procedente del astro, al tiempo que la bestia iba plasmando las huellas de sus cascos en la nieve que ocultaba una antigua carretera comarcal. El jinete hostigaba al animal en el dorso con la vaina de su estoque, obrado con extraordinaria madera de robledal, y al mismo tiempo, le espoleaba hasta perder el aliento para que no aminorase la marcha.
Las tinieblas que proyectaban los árboles ubicados a los flancos de las cunetas iban quedándose atrás, mientras que el horizonte se iba expandiendo en altura, pudiendo vislumbrarse un pequeño caserío con unas cuantas casuchas erigidas con piedra, y alumbradas por las doradas lucecitas de los quinqués.
Sin previo aviso, el caballero atrajo las riendas hacia sí para detener al dulenke, que relinchó haciendo que una muchacha que estaba recogiendo agua de la fontana de la plaza, desasiera el ánfora del sobresalto y se quedara paralizada por el pánico. Brevemente, la joven apartó su mirada del forastero entretanto éste se acercaba al paso hacia ella, en aquel momento, una mano enorme y envuelta por un guantelete de cuero oscuro la sujetó de las mejillas, la levantó del suelo e hizo que posara sus ojos en su rostro pálido y anguloso. La chica se aterró al verle la cara y hubiese gritado de haberse valido, mas no lo hizo, fundamentalmente porque esos ojos endiablados la hubiesen pulverizado al instante. Repentinamente, el jinete la liberó empujándola hacia atrás y se quitó el capuchón que escondía sus largos y grises cabellos.

-¿Has oído hablar de Teresa, Mike, Luco y Matacuervo?-preguntó el forastero, con una voz grave y seca, una especie de aullido que denostaba un rencor y repulsa ilimitado.
-Matacuervo fue nuestro rey durante un tiempo, señor. De los otros no sé nada, lo siento.-dijo la joven con la voz muy débil a la vez que se incorporaba.
-¿Cuántos habitantes residen en tu aldea, muchacha?-
-Con mi familia somos alrededor de treinta, y cuando llegue la fiesta del carnaval vendrán muchos más, sepa usted.-
-Sé que los sujetos de los que hablo caminan por estas tierras, y también sé que los campesinos les están ayudando a esconderse de mí. No deberías fingir cuando te pregunto que si los has visto.-
-No miento, de veras.-dijo con inquietud al tiempo que comenzaba a sollozar. -¿por qué le mentiría a alguien como usted?-
El jinete enigmático miró hacia otro lado guiñando los ojos con desconfianza, trotó un poco tras tirar con brío de las riendas hasta cruzar la avenida, y finalmente regresó al mismo punto, luego, se giró hacia la jovencita y la observó de arriba abajo con los ojos abiertos como platos.
-Acércate a mí, muchacha, y no pronuncies una sola palabra o me veré obligado a rajarte la garganta.-
-Mis amigos me llaman Clarita, ¡pero, por favor, no me haga daño, se lo ruego señor, mis ancianos padres están muy enfermos y me necesitan!-exclamó la joven al tiempo que lloriqueaba.
En aquel momento, Clarita se acercó al jinete con lentitud y cuando éste la tuvo enfrente la golpeó en la cabeza con el puño cerrado, dejándola inconsciente al instante. Entretanto, los enfurecidos lugareños permanecían guarecidos en el interior de sus hogares, y sus padres que lo estaban viendo todo no cesaban de llorar ante la imposibilidad de socorrerla.
Así, que el jinete la agarró del pelo, la aupó al dulenke y se alejó de la aldea galopando con presteza.
Una hora más tarde, el caballero se detuvo en el claro de una arboleda, arrojó a Clarita sobre la espesa manta de hojas resecas que forraba el suelo y la mancilló con agresividad durante horas hasta dejarla medio muerta, y mientras transcurría esa escena atroz, ella no cesaba de suplicarle entre lágrimas sangrantes que se detuviera por el respeto que éste le profiriese a los dioses. Después, el perverso jinete retornó al caserío y arrojó a la muchacha sobre las baldosas de la plaza central, que comenzaron a salpicarse con la sangre que brotaba de sus incontables lesiones.

-¡Le dije a esta joven que si había oído hablar de Teresa, Mike, Luco y Matacuervo!, pero ¿queréis saber qué me contestó? ¡Que Matacuervo fue nuestro rey, menuda novedad, y está en lo cierto, fue, porque a partir de ahora no habrá reyes, nigromantes y estúpidos elegidos! ¡Comienza el reinado de los Rastreadores, y pobre del que se oponga!-
Súbitamente, el jinete descendió del dulenke y se posicionó frente a la muchacha, mientras tanto, sus allegados proseguían contemplando horrorizados la situación.

-¡El resultado de engañar a un Rastreador es la muerte! ¡Clarita se fue de la lengua y me lo contó todo, ellos estuvieron aquí hace dos días! ¡Buen intento!-
Después de declarar esto, el Rastreador agarró a la joven de los escasos cabellos que aún le quedaban sin desraizar y la empujó contra el reborde de piedra de la fuente, pegándose otro sólido impacto en el cráneo. Pronto, el jinete exhibió la espada que pendía en su espalda y la blandió en el aire proyectando una rápida tajada que seccionó a Clarita a la altura del abdomen, destrozando también los adoquines de piedra que había bajo ella. Posteriormente, sus miembros comenzaron a fluctuar temblorosos y sus grandes ojos marrones se perdieron en la profundidad de la noche de los muertos. Al final, el jinete misterioso miró desafiante hacia las casas con el semblante asaz serio, procurando traspasar con su mirada la cordura de los aldeanos.

-¡Vamos, no hay nadie en esta aldea capaz de vengar la muerte de una ramera embustera!-anunció enfurecido.
En ese instante, se escuchó la detonación de un rifle, y se originó en la cabeza del Rastreador un boquete carmesí que le abrió la piel del occipital como una lata de conserva, segundos después, las fibras de los músculos y de los huesos del cráneo empezaron a fusionarse al tiempo que el jinete despiadado berreaba como si le estuviesen extirpando las uñas con unos alicates.
-¡Sólo a las doce, únicamente acontece a esa hora! ¡Recuérdalo malnacido, arg!-gritó el Rastreador entre balbuceos de intenso dolor.
Cuando hubo sanado la herida provocada por el disparo del rifle, el Rastreador asió uno de los quinqués que alumbraba la explanada, rompió el cristal y comenzó a prender fuego a los techados de paja de las casas, mientras, los aldeanos permanecían atemorizados e inmóviles en su interior, parecía que se inclinaban a morir quemados antes que confrontarse con ese monstruo imperecedero al que las viejas leyendas llamaban Rastreador.
Esa amarga noche, todos los residentes de la aldea sucumbieron pasto del fuego, en seguida, el explorador se alejó de allí galopando a gran velocidad y sosteniendo con firmeza un morral de piel de venado, que botaba en su espalda debido a las violentas sacudidas del dulenke.
El jinete tenebroso prosiguió el viaje durante horas hasta que tuvo que detenerse a la fuerza al pie de un precipicio abismal, desde el cual, lograba verse otro pequeño poblado, pero antes de ir hacia allí para continuar rastreando, le apeteció hacer un descanso frente a un arroyo contiguo para remojarse y así poder deshacerse del hedor a carne calcinada de aldeano. De modo que se quitó el manto harapiento y dejó al descubierto una piel cadavérica cubierta de extraños tatuajes numéricos.
La mirada que se reflejaba en el agua reveló unos ojos arteriosos que centelleaban como ascuas, un semblante de rasgos jóvenes repleto de suturas, multitud de tatuajes del número doce, y unos largos cabellos grises que se movían en todas direcciones agitados por el viento helado procedente de la brecha de Dunfront.
Más tarde, el jinete salió de las frías aguas del torrente y se dirigió hacia el macuto del que jamás desviaba la atención. A continuación de secarse las manos con la túnica que yacía en el suelo, se dispuso a encenderse un cigarro de hierba, ojeó su reloj de cuerda y vio que marcaba las doce en punto, en ese momento, los vestigios de la herida que aún quedaban sin cicatrizar comenzaron a gotear sangre, y tuvo que envolverse la cabeza con un vendaje que olía a carne descompuesta, seguidamente, el Rastreador se desternilló de risa contemplando el cielo con una mueca aterradora, se agachó apoyándose en las rodillas y empezó a deslizar con lentitud el cierre del macuto, y al hacer esto, acudieron multitud de moscas verdes de la carroña.
Ante el Rastreador, yacía putrefacta la cabeza del Nigromante del Anticosmos, luego, la estudió con adustez durante unos momentos y finalmente cerró la cremallera al tiempo que exhalaba el humo del cigarro con alivio. Después, se puso el manto del nigromante que tanto le había costado abatir  y se colgó nuevamente el morral en su hombro derecho.
Aún quedaban huellas que rastrear y humanos a los que destripar, ese era su dicho, pues pocos sabían que la fusión de los dos mundos traía a la existencia a los viejos Rastreadores, o lo que es lo mismo, los cuerpos de los nigromantes que antes que Mataciervo batallaron por sostener la escisión de los mundos.
En otro tiempo, los Rastreadores fueron seres despiadados, siempre sometidos a un líder ladino con el corazón ennegrecido, que había presenciado la agonía de Clarita desde su trono del tiempo con la fascinación que siente un niño por la adquisición de un juguete nuevo en navidad, de esta forma era el amo de los Rastreadores, Danke, o también conocido como el Guardián de las Doce, y, verdadero origen de esta historia.



¡Kruoguer, Kruoguer, Kruoguer!

&AN&


La historia de Mike




Capítulo 5; Experiencia


Anexo I

Un automóvil rojo de gama alta circulaba por una carretera que discurría serpenteante en el seno de un bosque montañoso, cuyas ramas eran azotadas con fiereza por el viento otoñal, y que de haberse demorado unos minutos hubiese sido sepultado por una avalancha de rocas procedente del gélido pico Kruoguer, pero eso, nunca lo sabrían.

-¿Qué tal lo hago?-preguntó una mujer rubia de ojos castaños en tono de aprobación.
-Para haberte sacado el carné hace dos días no lo haces nada mal.-opinó su marido sonriendo.
-Tres, pero gracias por tu comprensión, Peter.-le respondió a su esposo con ironía.
-Sé que te va a gustar la nueva casa, Mike.-dijo su padre.
-Bueno, tendré que acostumbrarme a estar sin mis amigos, y ya van... ¿cuatro veces en un año?-declaró Mike con resignación.
-Al menos, no podrás quejarte de los vecinos japoneses que te destrozaron la bicicleta al arrojarla contra el camión de la basura.-dijo su madre mientras le miraba por el espejo retrovisor.
-Es un pueblo acogedor, fijo que haces buenos amigos, y si no tiempo al tiempo, los Sullivan siempre acabamos rodeados de buena gente.-contó su padre con cierto optimismo.
-…-
No obstante, sólo les contestó el silencio, ¿qué esperaban que dijese?, Mike se sentía como al principio de aquella extravagante película de "Hayao Miyazaki".
-Tienes que cambiar esa cara, ¡anímate hombre, ni que fuera el infierno!-exclamó su padre al tiempo que se giraba en su asiento hacia él.
-¡Cómo voy a hacer lo que dices, si nos mudamos de Dinorah para vivir en un pueblo de mierda durante un año!, ¿qué cara quieres que ponga?-expresó Mike enrabietado.
-¿Qué has dicho?, ¡repítelo que te voy a dar una colleja tan fuerte que vas a tener que estar escupiendo dientes todo el año! Mike, ya lo hemos discutido, sólo será hasta que la situación de la empresa de tu padre se estabilice.-manifestó su madre con irritación.
Minutos después, la familia llegó frente a un antiguo caserón de dos plantas que estaba circundado por unos jardines que prosperaban salvajes tal vez por décadas, y su apariencia era bastante siniestra.
-Bueno, ¿qué os parece?, y sed honestos.-preguntó Peter.
-Una ruina bastante grande.-contestó Mike siendo borde en el tono.
-¿Una ruina?, esto es como un palacio, la veo igual que cuando vine de pequeño.
Cambiando de tercio, Mike, vamos a sacar las maletas del coche, y ayúdame esta vez, por favor.-le reprochó Peter.
-Vale.-le dijo el muchacho sin rechistar, ya que no podía evadirse de allí.
Peter entreabrió el maletero, sacó dos maletas, las dejó en el suelo y continuó retirando las otras cosas. Por otra parte, Mike tomó su macuto y su gorra predilecta de los Guns & Roses, se la colocó en la cabeza y agarró dos bolsas que estaban atestadas de latas de conserva, pasta y cerveza.
-¿Me prestas las llaves, mamá?-formuló Mike ya más calmado.
-Aguarda un segundo, déjame ver si las encuentro en los bolsillos del pantalón, ¡ah sí, aquí están, tómalas!, pero ten cuidado no las vayas a perder.-
-No seas pesada, mamá, ¡ya tengo diez años!-dijo Mike poniendo cara de perro.
Entonces, su padre le adelantó a gran velocidad haciéndole trastabillar y se puso delante de él.
-En esta región es costumbre rezar antes de entrar en las casas, se hace para alejar a los espíritus del mal.-enunció Peter.
-Creía que eso sólo lo hacían los japoneses-dijo Mike, que ya había tenido una buena ración del país del sol naciente para toda su vida.-ya sabes que no creo en esas cosas, así que me da igual, haz lo que quieras.-dijo Mike con indiferencia.
-Pues deberías empezar a admitir que hay cosas que se escapan a nuestro entendimiento, y no tardarás mucho tiempo en darte cuenta de eso, hijo.-

Sin hacerle caso a su padre, Mike prosiguió avanzando por el jardín a la vez que observaba de soslayo las efigies que había agazapadas entre los matorrales. Allí, había gárgolas, quimeras, endriagos, ángeles y criaturas de la mitología griega desperdigadas por todo el vergel, y la mayor parte de ellas estaban rajadas y tapizadas por musgo reseco. A Mike no le agradaban mucho, pero la que más captó su atención era una en la que un hechicero con el número doce tatuado en la frente alzaba sus brazos implorando hacia el cielo. La cara de terror de aquel hombre de piedra le sobrecogió el alma.
Luego, el joven se detuvo cerca de la casa y advirtió que el soportal estaba precedido por varios peldaños semicirculares que llegaban hasta un formidable portón de madera, en los laterales de la puerta había dos columnas dóricas, y a cada lado de los pilares se veían dos ventanales que se alargaban hasta el suelo. En la segunda planta, se observaba un frontón tallado con motivos de labrantío con otras dos cristaleras de colores, otorgándole a la fachada la apariencia de un rostro siniestro, y en vez de tejado, se localizaba un terrazo cercado por barrotes macizos de mármol blanco.
Después, Mike se adentró en la casa, dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina, ascendió los peldaños de la escalera de caracol apoyándose en un robusto pasamano, y al final tropezó con un dormitorio ornamentado con abalorios del siglo pasado.
-Supongo que esta va a ser mi habitación-sostuvo Mike, condescendiente.
Luego, se dirigió al ventanal que estaba cubierto de telarañas, las apartó con la mano, giró con fuerza la manivela y se asomó al exterior cuando una ráfaga de viento le agitó el pelo. Desde allí, podía verse el atardecer en un lago y el encendido de las farolas de las calles del pueblo, que no distaba mucho de su nueva morada. Más allá, se contemplaba meramente la tenebrosidad del inabarcable bosque de Dunfront. Al final, Mike bajó a cenar y se fue a la cama temprano.

-¡Despierta, espabílate Mike!-le espetó Mariah, al tiempo que le zarandeaba del hombro con brusquedad.
-¡Sí, eh! ¿Qué hora es?-preguntó Mike.
-Hora de ir al colegio, y no te hagas el remolón.-
-¿Dónde está papá?-
-Hoy no se encuentra bien, así que no va a trabajar.-
-¿En serio…?
Mamá, te resultará extraño, pero anoche soñé que algo malo iba a sucederme, y tenía que ver con el número doce. ¡Ese número me taladraba el cerebro y me hacía llorar sangre por los ojos!-
-No te preocupes que sólo ha sido una pesadilla, no va a ocurrirte nada, pero esos sueños no te sucederían si dejaras de ver tantas películas violentas.
Tu padre me ha dicho que cuando vengas del colegio te va a dar algo, pero no le preguntes todavía, espera a la vuelta de clase.-
-¿Me dejarás con la intriga, mamá?-
-Te he dejado el desayuno preparado, así que ya puedes estar vistiéndote.-dijo Mariah.
Posteriormente, Mike se puso el uniforme del colegio, se lavó las legañas de la cara y por último bajó a la primera planta para desayunar.
Entretanto Mike salía por la puerta de la cocina con la mochila colgada de un hombro, prestó atención a un sonido metálico que parecía provenir del sótano, de modo que se encaminó al vestíbulo, se asomó por el hueco de la escalera y divisó dos ojos que resplandecían en la oscuridad como los de un gato. En ese momento, el muchacho se quedó petrificado unos segundos y en seguida corrió amedrentado en dirección a la salida cerrando la puerta de un fuerte portazo. Pensaba que le había traicionado su imaginación.
Mike se encaminó por una senda de tierra con destino al pueblo, al tiempo que empezaron a repiquetear las campanas de la iglesia.
Onas era el tradicional pueblo de montaña, las viviendas estaban hechas de piedra ennegrecida y de tejados de pizarra gris azulada, y por alguna razón que a Mike se le antojaba desconocida, no le extrañaba que en otros tiempos estuviesen hechas de barro y paja.
Mientras Mike caminaba con la mente distraída, vio cómo un grupo de chiquillos corría con sus mochilas oscilando sobre sus espaldas.
-¡Eh, esperad!-gritó Mike confundido, pero los chicos no se detuvieron, solamente una niñita de pelo oscuro se giró hacia él, le sonrío y se marchó tras ellos. Después, Mike prosiguió la marcha aligerando el paso en la dirección de sus compañeros, al parecer se le había hecho tarde a casi todos.
El colegio estaba a las afueras del pueblo, era un edificio antediluviano sin nada en particular cercado por una verja de hierro muy oxidada que evocaba al famoso videojuego de terror “Silent Hill”.
A continuación de apresurarse por llegar y pasar la típica vergüenza del primer día, Mike conoció a un par de compañeros con los que rápidamente entabló amistad, uno de ellos se llamaba Joseph, y el otro Mario.
-¿Así que tú eres el nuevo?-formuló Joseph intrigado.
-Sí.-respondió Mike con contundencia.
-Aquí ya puedes olvidarte de las pijerías de Dinorah.-dijo Mario con la cara seria.
-Nunca he sido un pijo de ciudad, me gustan las películas gores, el metal y escalar montañas escarpadas, y prueba de ello es esta vieja gorra de los Guns & Roses que mi padre me compró cuando vivíamos en los Andes, también he estado en Nueva Zelanda, Japón, España, Chicago, Alemania, Turquía, Checoslovaquia, Cuba…-
-¿Guns y qué…?-le preguntó Joseph pasmado.
-Bah, no tiene importancia. ¿Quién es esa chica?-preguntó Mike, cuando vio aparecer por la puerta a la misma joven que le sonrío en la calle mientras sonaban las campanas.
-Esa es Ángela.-declaró Joseph sin mostrar gran interés en la muchacha.-no puede hablar, pero no te preocupes por ella.-
-¿Qué le sucedió, por qué se quedó sin voz?-le cuestionó Mike.
-¡No se lo cuentes!-interrumpió Mario, que había estado escuchando toda la conversación con atención.
-¡Cállate Mario! Se lo contaré si quiero, bueno, si promete no decírselo a nadie.-dijo Joseph dirigiéndose hacia Mike.
-¡Shhht, silencio!, ¿cuántas veces tendré que repetirlo esta mañana? ¡Ya me duele la garganta, mocosos!-vociferó la maestra muy encolerizada.
-Te lo contaré más tarde, Mike, durante el recreo.-dijo Joseph en voz baja mientras intentaba hacer ver a la famélica instructora que le atendía.
Una hora después
-Venga, cuéntame lo que le pasó, soy todo oídos.-dijo Mike, casi con la expresión de un yonqui que busca su dosis de caballo.
-Mira, este pueblo no es muy común, yo que tú me andaría con cuidado.-dijo Joseph temeroso.
-¿Con cuidado? ¿De qué?-preguntó Mike con extrañeza.
-En este pueblo hay un agujero, pero no es uno de esos comunes excavado en lo profundo de la tierra, es una brecha que va de la mano de las desgracias, al menos eso me contó mi abuelo en su lecho de muerte, el pobre que en paz descanse trató de advertirme, pero yo nunca se lo conté a mis padres, además de que por aquel entonces no comprendía bien el significado de sus palabras.-
-¿Y qué tiene de especial ese agujero?-le interrogó Mike con incredulidad.
-Que las pocas personas que han entrado jamás han vuelto para contarlo, excepto la chica muda, Ángela.-
-¿Y cómo logró ella salir con vida de allí?-
-Nadie lo sabe con certeza porque no lo ha contado, lo único que es indudable es que se quedó sin voz al perder la lengua, y que tras eso, el agujero se cerró con barrotes de acero para que ningún niño volviese a entrar.-
-Entonces, no hay nada de lo que preocuparse, Joseph, el agujero se tapió y se acabó la historia.-
-Yo creo que sí, compañero, porque Ángela no paraba de escribir un nombre con tinta roja en sus libros y libretas al poco tiempo de regresar al colegio.-
-¿Y se puede saber qué nombre era?-
-Ves, esto es lo más raro de todo el asunto, porque ese nombre era el tuyo, Mike, Mike, Mike, ¡MIKE HA MUERTO A LAS DOCE SEPULTADO BAJO LAS ROCAS DEL MONTE KRUOGUER!-
-¡¿Cómo?! ¡Deja de repetir mi nombre, idiota!-exclamó Mike sorprendido, al tiempo que el recuerdo de la sangre que brotaba de sus ojos le golpeaba en las sienes como un martillo en las manos de un demente, y que el pitido estridente del timbre señalaba el final del recreo.


Anexo II


Mike llegó a su casa muy derrotado, dejó la mochila en el perchero del vestíbulo y se encaminó a la cocina, una vez allí, vio a su padre que estaba sentado junto a la mesa meditando algo con una taza de café aferrada entre los dedos.
-¿Te encuentras mejor, papá?-le preguntó Mike preocupado.
-Sí, gracias hijo. Me imagino que ya te lo habrá dicho tu madre, tengo algo para ti.-
Mike se quedó callado frente a él y mirándolo con suma atención.
-Esto que ves es una llave maestra, Mike, una pequeña obra de arte hecha de cobre capaz de abrir cualquier cerradura, y es sólo para ti, hijo.-dijo Peter al tiempo que se la ofrecía sonriendo.
-Gracias papá, pero no entiendo por qué me la das.-contestó Mike mientras la examinaba con detenimiento.
-Mi padre me la entregó cuando tenía tu edad, y ahora yo he hecho lo mismo contigo, hijo.- dijo Peter pensativo.
-¿Y te sirvió de algo?-preguntó Mike.
-Sí y no, recuerdo haber conocido a un tipo extraño, pero me fui muy pronto de aquí y no pude seguir indagando en el asunto, por eso te dejo el cuidado de la llave.-
-Gracias papá, es el mejor regalo que me has hecho, de verdad.-y seguidamente los dos se dieron un abrazo.
La noche llegó con sus sombras cinco horas antes de que Mike se despertara sudoroso de una nueva pesadilla. En aquel momento, intentó tragar saliva, pero tenía la garganta reseca, de modo que saltó de la cama y descendió las escaleras con los pies descalzos midiendo los pasos con precaución a causa de la oscuridad. De pronto, Mike se hincó una astilla en la planta del pie, y por culpa del dolor se cayó rodando por las escaleras hasta darse de bruces con el perchero de la primera planta. Al final, el joven se levantó ileso del suelo y sin llamar la atención de sus padres, que proseguían durmiendo plácidamente. Tras incorporarse, alzó su pie izquierdo sobre el muslo derecho y examinó el corte para luego retirarse la astilla con rapidez. Mientras Mike se la guardaba en el bolsillo, escuchó un lamento sutil procedente del sótano que se asemejaba a una voz humana, si bien, al seguir oyéndolo se dio cuenta de que sólo era una corriente de aire, luego, el murmullo fue desapareciendo hasta que pudo escuchar con claridad el chirrido de un engranaje giratorio.
Posteriormente, Mike se frotó los ojos con asombro notando como se le erizaba el vello de todo el cuerpo, y cuando el ruido cesó se condujo a la cocina, abrió el frigorífico, sacó una botella de agua fresca, sorbió dos tragos largos y finalmente la dejó en su leja.
De repente, la inquietud comenzó a invadirle, llegando a reflexionar qué narices podría haber sido aquello, así que recordando las palabras de su padre decidió que si había un momento en la vida para deshacerse de las pesadillas que arrastraba desde Dinorah, era ese sin ninguna duda.
De modo que Mike se dirigió al trastero, buscó una linterna, se abrigó con una chaqueta recia, se puso sus botas de montaña y se fue en dirección al sótano.
Luego, bajó la escalera muy despacio con la linterna encendida, giró un recodo y dio con una puerta de madera carcomida que tenía un hueco sellado con barrotes en la parte superior. La entrada estaba cerrada con un candado oxidado, así que Mike se sacó de la chaqueta la llave maestra y la introdujo en la cerradura, seguidamente, giró la llave hacia la derecha, se escuchó un breve chasquido y la puerta se abrió al fin. Cuando Mike asomó la cabeza pudo percibir el aire fresco que la sala albergaba en su interior, y poco después accionó el interruptor de la luz, pero estalló la bombilla y se llevó un susto tremendo.
La luz de la linterna reveló una antigua bodega, y el muchacho se adentró en ella para investigarla a fondo. Más allá de las filas de barriles mohosos, vio un desagüe pequeño cerrado por una reja oxidada. Luego, se dirigió a la reja, la abrió con la llave maestra y se metió en un túnel inundado de agua que cubría hasta las rodillas.
Al tiempo que Mike avanzaba por el túnel, la llave pasaba a estar presente en todos sus pensamientos, y cada paso que daba era una batalla ganada al terror que padecía en aquel lugar desapacible. Después, llegó frente a un arco esculpido en la piedra y repleto de grabados del número doce que se bifurcaba en dos direcciones; el camino de la derecha estaba iluminado por una luz amarillenta e intermitente, mientras que en la otra senda reinaba la más absoluta tenebrosidad.
Mike se fue por el camino de la luz parpadeante, pero no era él que avanzaba, sino los músculos de su cuerpo que obedecían a una voz que le resultaba curiosamente familiar. Así continuó hasta que se topó con otra reja, se detuvo junto a ella unos instantes y miró a través de los barrotes logrando ver el callejón del que le habló Joseph durante el recreo, dándose cuenta de que se encontraba en el lugar en el que su compañera Ángela perdió la lengua. En ese instante, los pensamientos acerca de la llave se desvanecieron de su mente, el pavor lo invadió por completo y empezó a vocear pidiendo socorro; pero nadie escuchó sus lamentos bajo la tormenta de truenos que se avecinaba desde la reserva de Dunfront.
Mike cogió la llave maestra con un temblor incontrolable en las manos, y en los intentos por forzar la cerradura ésta se rompió. En aquel instante, el muchacho estuvo a punto de tener un ataque al corazón, así que cuando se recuperó del pálpito se dio la vuelta y trató de deshacer el camino realizado.
Sin embargo, tras una hora caminando, se percató de que posiblemente hubiese escogido mal el camino, y resignado, decidió dar la vuelta cuando se detuvo en seco al escuchar un ruido procedente de lo más profundo del túnel que se parecía al de un engranaje giratorio. De repente, el sonido desesperante cesó y se encendió una bombilla que oscilaba de un cable del techo de la gruta.

-Ven, siéntate, tenemos muchas cosas de las que hablar.-dijo la voz de un hombre con cabeza de carnero, que estaba sentado en una antigua mecedora de madera al tiempo que volvía a girar la rueca de una arcaica máquina de coser.
En ese instante, Mike se desmayó, y cuando al fin despertó, el hombre de la rueca se quitó la máscara de carnero con lentitud y la depositó en el suelo, su mirada era directa y sus ojos azules blanquecinos refulgían a la luz de la oscilante bombilla que iluminaba el túnel.
-Sabía que vendrías, tarde o temprano, ya que por tus venas fluye la sangre de nuestra estirpe. ¿Aceptarías sucederme como nigromante cuando muera, Mike?-
-¿Quién eres?-
-¡Sí o no, respóndeme ahora!-
-Creo que sí.-dijo Mike atemorizado.
-Entonces, dame tu mano.-dijo el nigromante, luego, éste agarró el dedo índice de Mike, lo acercó a la aguja de la rueca, lo clavó con lentitud y al final emergió de éste una gota de sangre con la que tejería su destino para siempre.



Anexo III


El carpintero


Cientos de esquirlas de serrín volaban desde las ventanas de una enorme vivienda y acababan flotando en las aguas tranquilas del lago de Woodworld. El carpintero había soltado el cincel, el martillo y se había restregado el sudor de la frente con la mano izquierda, ya casi había terminado su trabajo, apenas le quedaba remachar un par de clavos y el resultado había sido un arcón de dimensiones considerables.

-¡No puedo creer que ya esté acabado!-afirmó un hombre con entusiasmo.
-El trabajo ha sido duro, ya sabes, rehacer el portal hacia Sanctórum no es algo que pueda realizar cualquiera.-le contestó el carpintero.
-Ya lo creo, pero no me explico cómo conseguiste los restos de esa madera, si no quedó nada en las ruinas tras la última batalla entre el antiguo Nigromante del Anticosmos y los Rastreadores, mis antepasados lo comprobaron con sus propios ojos.
¿Cómo funciona?-
-¿Crees que voy a decírtelo?-expresó el carpintero con sarcasmo.
-¿No confías en mí?-
-No, no confío en la gente que viene desde el túnel secreto de mi sótano.-
-Entonces, creo que simplemente me lo llevaré y lo descubriré por mi mismo.-
-Puede que lo hagas, Nigromante del Anticosmos, pero nunca encontrarás Sanctórum, te faltan las…palabras mágicas.-
Sin más preámbulos, el carpintero dio un salto hacia el nigromante, lo empujó contra el suelo, se introdujo en el interior del arcón y cerró la tapa con premura. Cuando Mataciervo lo destapó, descubrió que no había nadie en su interior y soltó una maldición, aún así, el arcón ya había quedado en su poder.
De pronto, el carpintero abrió los ojos entretanto las olas de una playa desierta le mojaban los pies, poco a poco se incorporó del suelo y pudo comprobar que las aguas de un mar tan rojo y espeso como la sangre se mecían incansables entre las faldas de un santuario en ruinas. Los restos de la antigua Sanctórum se alzaban imponentes ante él, y después de observarlos durante un largo rato se encaminó hacia allí.
-¿Qué es el Anticosmos?-preguntó el carpintero en voz alta, situado en el mismo eje de las arcaicas ruinas de Sanctórum.
-¡NO ES A TI A QUIEN CORRESPONDE HACER ESA PREGUNTA!-exclamó una voz grave y omnisciente que retumbó en los oídos del carpintero y que producía escalofríos.

                                             Mike, presente

-¡Mike, Mike, Mike, despiértate amigo!-
-¿Quién es, qué ocurre? Ay, mi cabeza.-dijo Mike muy aturdido.
-¡Aquí corres peligro muchacho!-
-¿Qué ha pasado? ¡Todo está destruido!-declaró al tiempo que se incorporaba sobre los antebrazos para contemplar la desolación de todo cuanto le rodeaba.
-Alguien ha unido los mundos, y has tenido la suerte de no haber sido sepultado bajo las piedras.-
-¿Quién eres?-
-Algunos me llaman El carpintero, otros, Danke, pero será mejor que me ahorre las explicaciones, van a matar a tu novia. ¿Se llama Teresa, no?-
-¡Le ha sucedido algo a Teresa! ¿De qué estás hablando?-expresó Mike desconcertado.
-Debes llevarme hasta ella, guíame y te explicaré todo lo que ha pasado.-dijo Danke sonriendo afablemente, cuando tan sólo había transcurrido un día desde que uno de sus acólitos le cortara la cabeza al Nigromante del Anticosmos.
Ahora, Mike, su sucesor, yacía en el suelo indefenso junto a él, todo transcurría como lo había planeado, y quizás, su ansiada pregunta al fin se resolvería.

-¿Qué es el Anticosmos?-preguntó Danke en voz alta, ubicado justo en el centro de las ruinas de Sanctórum.
-TRÁEME A MIKE Y QUE ÉL ME LO PREGUNTE, SOLO ENTONCES CONTESTARÉ.-dijo imperturbable la voz omnisciente.
-¿Y quién cojones es Mike?-se preguntó Danke enfadado.


Ángela, pasado

El cálido vapor del agua salía de una bañera que estaba cubierta de restos sangre, y una niña de unos nueve años de edad permanecía inmóvil flotando boca abajo, mientras, se oían golpes insistentes en la puerta que antes había bloqueado con el pestillo.
Junto a la muchacha ondeaba en el agua una hoja de papel con un mensaje escrito con tinta roja.

Mi carne y su sangre le harán un Rastreador cuando muera.
Mataciervo me engañó en ese túnel con sus sucios trucos de magia haciéndome creer que éramos amigos, pero al final, me cortó la lengua con su daga y luego se la comió. También me dijo lo que le haría a Mike, por eso, me escapé de casa, escalé el pico Kruoguer y empujé unos riscos muy pesados que formaron una avalancha de piedras. Sin embargo, el coche cruzó la carretera antes de lo previsto.
Pobre Mike, si intuyeras que tus padres no son quienes dicen ser, que ni los niños ni la profesora me permitieron acercarme a ti, si supieras que eres mi hermano y que nos separaron al nacer para llevarme a la casa donde me tienen presa. Pero no por más tiempo, hoy moriré y acabaré con esta pesadilla.


-Mike, ojalá hubiera podido decirte lo mucho que…


...te… ¿qué es este lugar, sigo viva?-
 

-Sé bienvenida al Anticosmos, querida Ángela.-




El verdugo del rey


&AN&

 
Capítulo 6; Viaje

El soldado y el libro


-¡Vamos chaval! ¡Dispara!-exclamó un soldado raso, que apuntaba con un rifle Ñ1 Garrand a un joven de aspecto ario, aunque también judío, de no más de diez años de edad. -¡No vaciles!-
La Lluger Paragellum P-12 del muchacho oscilaba con los temblores de su mano, y las frías gotas de sudor descendían por su frente sin cesar. Después de todo, el niño se veía incapaz de acabar con la vida de su madre.
-¿Has leído la Biblia alguna vez, muchacho?-le consultó el soldado con el semblante solemne.
-Lo que dios consideraba un verdadero acto de fe, era cuando forzaba a sus seguidores a traicionarse a sí mismos, y en tu situación, lo sería sacrificar a tu madre. Te lo pondré claro con una comparación como ejemplo; digamos que tú eres Abraham, el predecesor del rey de los judíos, y tu madre, su único hijo, engendrado por la gracia de dios, que soy yo, porque tengo el rifle apuntando a tu cabeza.-
Mientras tanto, el muchacho no paraba de temblar y había cerrado los ojos tratando de evadirse. Su madre estaba fuertemente amordazada e inmóvil. Se la oía sollozar con desesperación.
-Imagina por un momento que dios te pide que la mates como un acto de fe, pero por lo que yo creo, que odio a cualquier persona que salga de los márgenes mentales del III Reich, entonces, ¿la matarías?
No hace falta contestar a eso, ¿verdad? Está claro, menos aún que antes. Pero, y si te dijera que dentro de muy poco tú serás un verdugo al no haber acabado con tu madre, entonces, ¿dispararías?-
-Soldado, ¿y no has pensado que antes que matar a mi madre escogería morir yo?-formuló el joven, que había comenzado a alcanzar un poco de serenidad en su mente.
-No, no era eso lo que te estaba preguntando, de cualquier modo, ya se acercan las doce y el momento de tu ejecución. Tienes quince segundos para contestar, y de lo que digas dependerá tu futuro.-
-Anoche, mientras transcurría la invasión en el gueto tuve un sueño, soñé con un mundo en el que los humanos se respetaban para siempre, sin ninguna concesión, soñé que la guerra había sido una mala pesadilla y justo al final deseé con toda mi alma que no fueran los inocentes los que más sufrieran. Pero estaba equivocado, soldado, y ahora viene lo más interesante y lo que responderá a tu pregunta. La única forma de vencer en esta vida es haciendo el mal a los demás, y mi respuesta es sí. Dispararé.-declaró el muchacho, cuando alzó la mano en la dirección del rostro de su madre y le metió una bala entre ceja y ceja. El sonido de la detonación fue ensordecedor, y la sangre fluyó en el suelo hasta conformar un charco viscoso.
-Bien hecho.-aseguró el soldado. -No te mataré, ya eres de los nuestros, y como recompensa te revelaré un secreto.-le anunció el soldado. -Se trata del libro que ves entre mis manos, sólo que está en blanco. Vamos, escribe algo, lo que sea, aquí tienes una pluma.-
-Cómo empezar…-dijo el niño, aún temblaba. -Bien, al otro lado de este mundo, existe un lugar de ensueño, se vislumbran maravillosas tierras rebosantes de maná y magos poderosos bendecidos por dios.-escribió y luego narró en voz alta.
-Continúa con el relato, no te detengas.-le dijo al narrador.
-Pero, ¿qué son los magos malignos sino nigromantes…?-
-Por supuesto.- contestó el soldado afirmando con la cabeza, al tiempo que contemplaba el rostro desangrado de la madre con una amplia sonrisa.
-…y allí, todos buscarán con ansia un lugar del cosmos, el que contenga todas las respuestas a los enigmas de sus vidas y del universo.-
-Continúa…-
-Pero, ¿qué es el lado opuesto del cosmos sino el…?-
-Anticosmos.-le respondió el soldado con satisfacción.
-Sí, es lo que yo había pensado.-dijo el muchacho, y luego sonrió brevemente.
-Ya puedes soltar la pluma.-
-¿Por qué he de hacerlo? Me gusta la sensación.-
-Porque ese lugar ya existe fuera del papel.-anunció el soldado. -Y con respecto al libro, puedes quedártelo. Es todo tuyo.-
-No puedo darte las gracias por lo que me has obligado hacer, pero sé que en el fondo mi vida acaba de cobrar sentido. Hoy me marcharé de aquí y algún día llegaré a ese lugar.-
-Yo también dije lo mismo que tú hace mucho tiempo. Te deseo suerte con la búsqueda.-
-Una última cosa, soldado ¿Quién eres en realidad?-
-Si te lo dijera, no me creerías. Los otros tampoco lo hicieron.-contó el soldado con cierta amargura.
-Te creeré, vamos dímelo, ¡lo juro!-insistió el niño.
-Yo, no soy el sargento Hartman, sólo un soldado más, un verdugo, que más da, tu madre ya está muerta y la guerra acaba de comenzar.-



Woodworld y el otro Woodworld



Luco permanecía de pie, estático, junto a su hermana Teresa, y la miraba con un semblante indescriptible. A su lado, monsieur Gorroné, balbuceaba en un idioma, también, indescriptible. Y más allá, bajo los escombros y los hierros retorcidos de la vieja casa enclavada en el bosque de Dunfront, los cadáveres del señor y la señora Hárbury hedían ya a la carne descompuesta que tanto les gusta devorar a las aves carroñeras.
De pronto, la joven entreabrió los párpados y comenzó a tiritar de frío, los copos de nieve caían sin parar y habían conformado a su alrededor un manto de unos pocos centímetros de espesor, dándole a la reserva la apariencia de una estampa navideña.
Teresa miró a su alrededor y contempló la destrucción que había provocado el cataclismo, sin embargo, no lograba recordar nada anterior a ese momento, probablemente por el golpe que se dio en la sien, donde unos delgados hilillos resbalaron hasta cubrir su rostro pálido de irregulares líneas carmesíes. Poco después, la joven arrancó un pedazo de tela de su falda y se lo colocó para taponarse la herida como si se tratara de una gasa, al tiempo que Luco, su obnubilado hermano, se acercaba a ella con un puñal bien asido entre sus dedos.
De repente, la voz de un hombre con un tono tan cortante como la hoja de acero del rey de los condados norteños, Metaluck, resonó en el aire.

-¡Quieto!-le espetó el desconocido, y entonces, Luco, que soltaba espumarajos blanquecinos por la boca, se giró y gruñó como una bestia salvaje, al tiempo que las patas musculosas de un dulenke avanzaban al galope en su dirección.
-¡Mata a la chica!-le gritó nuevamente monsieur Gorroné, y Luco miró otra vez a la muchacha, aunque ya era demasiado tarde cuando la embestida del dulenke lo lanzó contra los escombros arrancándose el ojo izquierdo con el hierro de una viga, saliendo despedido como una pelota saltarina con todo el nervio óptico detrás. Al final, Luco se dio de bruces contra el suelo y se retorció de dolor.
-Nada bueno.- reflexionó Teresa de la situación.
-¡¿Quién ha permitido que tu espíritu vague por este mundo y utilice como lacayos a sus moradores?! ¿Rastreadores?-le formuló Mataciervo enfurecido a monsieur Gorroné, bien agarrado a las crines grises de su dulenke.
-¡Esa ramera tiene que morir, ha unificado los mundos! ¿Sabes lo que eso significa?-le manifestó monsieur Gorroné agitando vivamente los brazos en la dirección de Teresa.
-Sí, han tenido que ser Rastreadores.-se dijo Mataciervo sin prestarle atención.
-¡¿Quiénes sois?!-demandó la joven con aturdimiento.
-No has de darme ninguna explicación, muerto viviente. ¡Tu boca está sellada!-recitó el nigromante sin contestar a la pregunta de la muchacha.
-¿Quién eres?-le volvió a preguntar Teresa, esta vez dirigiéndose únicamente al nigromante.
-¿Otra vez tú?, no haces nada más que darme problemas, ahora sólo tengo que encontrar ese maldito arcón y solucionar este entuerto.
Mike, todo esto está ocurriendo por tu culpa.-recalcó Mataciervo. -Si no te hubieses llevado el arcón, todo estaría en su lugar.-
Al tiempo que el Nigromante del Anticosmos descabalgaba del dulenke para internarse en los escombros de la casa y ponerse a buscar el arcón, Luco se alzaba del suelo lentamente con una mano tapándose la cuenca vacía y aproximándose a él por la espalda con sumo sigilo.
Mientras tanto, Teresa estaba viendo las intenciones de Luco desde el suelo y lanzó un grito para avisar al nigromante del peligro.

-¡Dese la vuelta, el hombre loco va hacia usted!-le advirtió Teresa.
De pronto, Mataciervo se giró y vio a Luco con restos de sangre entre los dedos de una mano que trataban de taponarse la cuenca ocular, y con la otra, portando un puñal alzado hacia su cabeza.
-¡Detente!-afirmó el nigromante desgañitándose.
En cuestión de segundos, sus piernas se detuvieron y comenzaron a temblar a la vez que su cuerpo iba ganando en musculatura y sus ojos se iban inyectando en sangre.
-¡Criatura, hay alguien más en tu interior que se resiste a abandonarte, y voy a sacarlo!-
-¡No! ¡No le hagas esto a Woodworld, porque la hierba crecerá entre las piedras sin él! ¡Debes dejar que se coma los ligamentos de los niños, sus deditos le parecen sabrosos! ¡Él engulle el revoltijo de carne y uñas con satisfacción, hummm, pero los ligamentos son sus favoritos sin duda!-
-¡Atrás, monstruo, no te me acerques!-le gritó Mataciervo, que estaba viviendo las horas más extrañas de toda su vida. -¡Quédate donde estás!-
-Woodworld no se moverá y perdonará al nigromante si este le ofrece a Teresita como tentempié, me gusta la carne blanquita y rojiza de esa moza, sus ligamentos, hummm, mis favoritos.-afirmó Woodworld, a la vez que se relamía los labios con una lengua revestida de llagas purulentas
-¡Woodworld, regresa al plano de los muertos!-le espetó el nigromante, a la vez que el espíritu parlanchín se desunía de la parte física de Luco revelando su verdadera imagen, un roedor robótico con pelaje sintético gris, de un metro de altura y con ojos semejantes a canicas, en cuyo interior, permanecía anclado un demente, el cruel asesino de niños del lago Woodworld.
-¿Quién te construyó?-le preguntó Mataciervo, extenuado tras el ritual de concentración.
-Mi amo está muerto, fue un famoso cirujano en San Fake City, de los mejores sí, pero ya no se encuentra entre los vivos.-
-¿Debo creer a una rata de peluche robótica?-le formuló Mataciervo.
-No es mi aspecto lo que debes juzgar, pero sí tu ineptitud, pues sé quién te matará. He estado lejos de aquí, muy lejos en el tiempo y he visto el fin del mundo, también el mío, y, no hablaré más de eso, al menos contigo.-expuso Woodworld, o el otro, quién quiera que fuese ya no importaba, esa era la única certeza.
-¿Y quién tendrá el lujo de hacerlo?-le formuló el nigromante con arrogancia.
-Lo tienes justo detrás de ti.-señaló la rata robot, haciendo círculos con una de sus garras para que se girara.
-¡¿Cómo?!-se preguntó el nigromante cuando tuvo a Luco frente a él, vio el cuchillo y sintió su indefensión. Era demasiado tarde para pararle los pies al tuerto, o en el mejor de los casos, el entuerto.
Seguidamente, el afilado puñal que Luco sostenía dibujó un arco en el aire seccionándole la cabeza al Nigromante del Anticosmos. Un puñal que tenía la letra D plasmada en la empuñadura, la letra inicial de un nombre conocido como Danke.
-¡Desgraciado, me has dejado sin ojo!-sentenció Luco.
-Ahora que Woodworld se muestra tal como fue creado en realidad, ha decidido que seguirá a Luco adonde Luco vaya, ¿habrá en este viaje algún rico ligamento para él, maese Luco? Woodworld no ha comido otra cosa en su vida, aunque sabe que está mal, eso es más del estilo del loco.-
-Rotundamente no. ¡Qué dolor más insoportable, mierda, no más ligamentos, Woodworld!-anunció Luco, a la vez que se apretaba la cuenca vacía del ojo fuertemente con las manos.
Mientras tanto, Teresa permanecía escondida tras la pared de lo que quedaba del vestíbulo del caserón cuando monsieur Gorroné la atrapó por la espalda a traición.
-Terminemos con esto, zorrita, muy pronto vas a comprobar lo que soy capaz de llegar a hacer. Lástima que Hárbury ya esté muerta, ella no se hubiera resistido.-le susurró Gorroné henchido de lujuria.
-¡Ayúdame Luco!-chilló Teresa, al tiempo que el monsieur Gorroné la inmovilizaba contra la prominencia muscular que se alzaba entre sus piernas.
-¡Mi hermana está en peligro! ¡Woodworld, sólo tú puedes acabar con Gorroné! ¡Cómete sus ligamentos!-
-¡Así haré, maese Luco!-
Más tarde, Woodworld encontró a Teresa, se acercó a monsieur Gorroné a hurtadillas y abrió sus fauces mostrando una hilera de dientes de motosierra mecánicos que atraparon a Gorroné por el traje de etiqueta reduciéndolo a un montón de sangre, vísceras, músculos, y como no, ricos ligamentos.
Teresa estaba empapada de sangre y de restos de carne zombi cuando Woodworld le ofreció su mano de peluche robótica.
-Ya no comeré más ligamentos podridos, damisela Teresa.-le explicó Woodworld, al tiempo que la atónita muchacha se agarraba con desconfianza a sus zarpas para alzarse del suelo.
-Esta debe ser una de esas extrañas pesadillas que nunca parece tener fin.-pensó la joven en voz alta.
-No, damisela, Woodworld es tan real como usted y le ayudará a encontrar a Mike,
él sabe muchas cosas del futuro, pero no las dirá todavía porque en su interior sigue habitando un loco que no le tolera contarlas.-
-Hermana, no le hagas mucho caso.-le dijo Luco.
-¿Hermana?-
-Sí Teresa, eres mi hermana. ¿No me recuerdas?-le dijo Luco con preocupación.
-No, debo de haberme dado un gran golpe en la cabeza, no logro acordarme de nada, bueno sí, puedo ver en mis pensamientos a un hombre junto a mí, un lago extenso y un bonito collar de conchas de todos los colores hundiéndose en el agua con lentitud. Quiero al hombre que lo ha arrojado al agua, lo sé, y se llama Matacue… ¿cómo era?-
-¡Matacuervo!-gritó Woodworld eufórico. -Sé donde vive. ¡Si venís conmigo os llevaré hasta él!-
-Sí, Matacuervo, ahora lo recuerdo muy bien, pero también un niño y un viejo arcón destartalado.-dijo Teresa con la mente distraída. Aún parecía desubicada.
-Ahhh, ese arcón.-dijo el robot pensativo. -¿No sabes dónde está, me equivoco?-
-No, no tengo ni idea.-le contestó Teresa encogiéndose de hombros.
-Pues mejor que no lo sepas.
¡Rumbo al norte, maese Luco, en aquella dirección, damisela Teresa, Woodworld les guiará hasta Matacuervo!-exclamó el robot con una extraña e inquietante sonrisa.
-Aquí dice que te diseñó un tal Danke.-explicó Luco, mientras sostenía una etiqueta cosida al pelaje del robot con una mano y con la otra se tapaba la cuenca ocular.
-¡Suelta eso!-le aseveró Woodworld a la vez que lo empujaba contra el suelo. -¡Si vuelves a hurgar en mi cuerpo, la próxima vez que salte algo será tu otro ojo!, pero no me comeré esa cosa tan gelatinosa y grasienta, echo en falta ligamentos en mi dieta.-
-Woodworld, busquemos ya a ese Matacuervo, aunque no creo que llegue muy lejos ese que dice ser mi hermano si se le infecta la herida del ojo.-habló Teresa.
-Tenlo claro, soy tu hermano.-le dijo Luco dolorido.
-Yo la remendaré con hilo, se me dan bien estas cosas, pero no te impacientes, sobre todo tú Teresita.-declaró Woodworld. -¿Veis aquellas tierras ocultas bajo la nieve?, ahora nada tiene nombre aquí, muchacha, uniste los mundos y esto que ves son los efectos. Mi creador, al que probablemente ya conocéis, solía decir que las doce del medio día era el momento perfecto para dejar a un lado las herramientas y tomarse el almuerzo, y que en ese lapso le daría igual morir, porque él ya estaba muerto de placer.-dijo Woodworld con una expresión de sorpresa. -¿No os parece curioso?-
-¿Tu creador era pariente de Gepeto?-le preguntó Luco sin mucho sentido.
-No, yo soy muy, pero que muy diferente de Pinocho, y ya lo comprobaréis, aunque de momento, seré vuestro guía.-



Visita inesperada



El frío de la brecha había lentificado los días y el éxodo hacia la fortaleza de Matacuervo estaba resultando ser más fatigoso de lo que en un principio pudiera parecer.
Las ventiscas se sucedían con el transcurso de las horas haciendo que su situación fuera a peor, no obstante, las ganas de afrontar un destino contrario al de acabar convertidos en témpanos de hielo los llevó a continuar con el camino.
El dolor de la herida remendada de Luco también se había acrecentado con el viaje y lo había hecho hasta el punto de hacerle retorcerse de dolor en cuantiosas ocasiones, además, iban muy poco arropados. Sin embargo, Woodworld nunca perdía esa pérfida y maquiavélica sonrisa que lo caracterizaba, hasta que de pronto, se detuvieron junto a un precipicio escarpado en el que Luco lanzó un par de guijarros para comprobar la profundidad.
-¡Tenemos que encontrar un refugio!-manifestó Luco a la vez que arreciaba el vendaval, con las cejas cubiertas de nieve y los mocos de la nariz con forma de estalactitas.
-Eso estaría bien para los humanos.-dijo Woodworld al mismo tiempo que se quitaba la nieve de las orejas.
-Por estos precipicios debe haber alguna cueva en la que podamos refugiarnos del temporal.-habló Teresa, y en su mirada sólo cabía la desesperación.
-Bajemos y busquemos desde allí.-señaló Luco.
-Yo no pienso descender por ahí, Luco.-declaró Teresa con pocas ganas de colaborar.
-No hay otra vía por la que seguir, Teresita, si quieres vivir tienes que bajar con nosotros.-le contó Woodworld tratando de hacerla entrar en razón.
Entonces, mi camino concluye aquí.-dijo Teresa. -Antes prefiero morir congelada que descalabrada por el acantilado.-
-¿No hay otra alternativa?-le sugirió Luco a Woodworld mientras tiritaba.
-Me temo que no, maese Luco, tendremos que bajar por ahí. En cualquier caso, yo podría entrelazar varios hilos para hacer una cuerda resistente y después atarla a ese tocón.-
-Démonos prisa, ¿de acuerdo?, pero hagamos algo.-dijo Teresa resignada por el cariz que habían tomado los acontecimientos y tiritando de frío.
Tras media hora al borde de la congelación, el grupo comenzó a descender por la cuerda de Woodworld, habiéndose cubierto con anterioridad las palmas de las manos con trozos de tela de la falda de Teresa.
Woodworld fue el último en bajar, oteó el camino realizado y lo que en un principio parecía un copo de nieve, descendió por su ojo surcando su cara de peluche, al final, se restregó la lágrima con una zarpa y continuó descendiendo con cuidado.
-¿Vais bien por ahí abajo?-les preguntó Woodworld.
-¡Perfectamente, aquí abajo no hace tanto frío!-le gritó Luco.
-¡Empezad a buscar un refugio, señores!-


Tras dar muchos rodeos por las rocas de la base del acantilado, Luco encontró una gruta bastante estrecha en la entrada pero que se hacía más grande al avanzar por su interior.
-Podríamos buscar algo de leña para encender un fuego.-dijo Teresa. -Tengo los dedos de los pies congelados.-
-No os preocupéis por nada, yo iré a investigar por la zona, ya que las bajas temperaturas no afectan a mi sistema operativo.-aclaró el roedor robotizado.
Woodworld regresó al cabo de media hora, soltando una pila de troncos junto a ellos, después, abrió la boca sacando un cilindro mecánico y comenzó a exhalar fuego azulado sobre la madera como si se tratara de un lanzallamas ratonil.
-¡Genial Woodworld!-exclamó Teresa. -Un gadget muy útil para la ocasión.-
-Venga, calentaros alrededor de la lumbre, mañana será un día muy largo. Debemos encontrarnos con Matacuervo.-habló el robot.
-Estoy muerta de hambre, Woodworld, ¿no podrías cazar algo? Espero no parecerte una pesada.-le dijo Teresa con cara de cordero degollado.
-Woodworld traerá la cena en un periquete. No os acongojéis.-
Tras otra media hora de búsqueda por la arboleda que había cerca de la cueva, el autómata  regresó con un cervatillo degollado, sujetó uno de los troncos bajo su axila, desolló al animal con una facilidad pasmosa, luego lo empaló, lo colocó sobre las brasas y finalmente empezó a darle vueltas.
-¡El ciervo asado huele de muerte!-afirmó Luco con alegría. -¡Qué hambre joder!, no lo había pasado tan mal desde que estuve encerrado en el psiquiátrico con las cucarachas correteando por mi cara.-
-Comed humanoides, el ciervo está listo.-aseguró el androide sonriente.
-Gracias por todo, Woodworld, de no ser por ti ahora estaríamos muertos.-le dijo Teresa con seriedad. Se había comportado todo el viaje como una cría y se veía obligada a disculparse.
-No me las deis, de verdad, es justo lo que debo hacer.-
-Háblanos de ti.-le propuso Luco. -¿Quién eres en realidad? ¿Un espíritu o un muñeco de peluche robótico?-le preguntó intrigado.
-Veréis, jóvenes amigos, es una historia muy larga, pero os contaré todo lo que pueda recordar. El espíritu está cada vez más lejos.
Antes de que Luco le cercenara la cabeza, el Nigromante del Anticosmos me liberó de mi anterior imagen corpórea, y ahora él está dentro de mí pero un poco adormecido, sin embargo, antes era mi cuerpo el que permanecía dormido, y el espíritu asesino el que campaba a sus anchas para almorzarse a los niños que se acercaban al lago, yo lo pude ver, no sé por qué me lo preguntas, ya sabes lo que es ser un prisionero de ese loco, maese Luco.-relató el otro Woodworld, el que en principio no estaba loco.
-Sí, lo sé, no quiero recordarlo más.-contó Luco suspirando de alivio.
-¿Qué tal el ojo?-le preguntó Teresa a Luco, al tiempo que mordisqueaba un pedazo de la lomada del ciervo.
-Las cefaleas han disminuido, pero gracias al remiendo de nuestro amigo la herida ha comenzado a cicatrizar, y ya no me duele tanto, gracias otra vez.-
-¿No hay forma alguna de liberarte de ese lunático?-le consultó Teresa.
Woodworld apartó la mirada del rostro de la muchacha, miró en dirección a las brasas que se reflejaban en sus ojos parecidos a canicas y comenzó a sollozar.
-¿Por qué lloras Woodworld?-le volvió a preguntar.
-Por nada, Teresita, por nada.-le respondió Woodworld, invadido por la melancolía.

La rata robótica había elaborado unas camas con ramas y hojas sobre el suelo de la cueva, y los tres compañeros de fatigas se habían puesto a dormir, cuando en mitad de la noche, un resoplido animal procedente del exterior despertó al androide de un sobresalto.
El pequeño robot salió de la cueva con inquietud y abrió la boca mostrando el lanzallamas al tiempo que avanzaba por la nieve en la más absoluta oscuridad. Sin previo aviso, escuchó relinchar a un dulenke, luego, se giró y vio a un jinete que por el aspecto parecía un mensajero de las tinieblas.
-¡Oye robot! ¿No habrás oído por casualidad hablar de Teresa, Luco, Mike y Matacuervo, verdad?-le preguntó el desconocido con la voz impostada.
-No sé de quienes me hablas, Rastreador, en mi vida he conocido a nadie con esos nombres tan raros, bueno, quizás a uno de ellos sí…pero porque hace poco que estuve allí, en la empalizada de Matacuervo.-
-¡Matacuervo! ¡¿Dónde está?! No me mientas, sabandija, porque cuando haya acabado con mi misión volveré y te arrancaré esa cabeza cibernética.-
-Si no me crees, ¿por qué han de estar encendidas las antorchas de aquella almenara? Mira en aquella dirección.-señaló Woodworld. -¿Qué llevas en esa bolsa Rastreador?-
-No es de tu incumbencia. Pareces valiente, pequeño androide, lástima que no tenga tiempo para destrozarte, pero cuando termine con este asunto, quizás lo haga. Supongo.-
-Puede que para entonces los mundos hayan vuelto a separarse, ¿no crees?-le dijo Woodworld con sarcasmo.
-Vaya un mezquino que estás hecho, debieron haberte creado sin lengua. ¡Arre dulenke! ¡Volveré para aplastarte el cráneo con las suelas de mis botas, rata de peluche! ¡No lo olvides!-
-No lo creo, en el fondo no eres como los otros Rastreadores.-señaló Woodworld, mientras veía alejarse al jinete que llevaba la cabeza de Mataciervo en su morral, la cabeza que Luco le había cercenado en estado catatónico junto a las ruinas de la casa de Teresa, su desmemoriada hermana.
¿Para qué la querría? Se preguntó.




Habitaciones interiores



La ruinosa fortaleza de Matacuervo se divisaba a la otra orilla de un río medio congelado, apenas quedaba en pie el minarete y cantidad de tablones de madera habían cubierto los destrozos provocados por el cataclismo dándole la apariencia de un fuerte salido de algún western hollywoodiense.
El aparente silencio en las estepas circundantes y el poco movimiento de los siempre ajetreados hombres del rey, hacía pensar en que quizás algo extraño hubiese sucedido allí. Pese a ello, el Rastreador prosiguió su rumbo y atizó al dulenke que galopó como si le hubiesen abrasado los cojones con un hierro incandescente.

El nombre del Rastreador era Einar, y como ya sabréis, antes que Rastreador fue un nigromante, que al final, feneció vilmente traicionado.
En su vida anterior, Einar tenía la peculiaridad de ser bondadoso con sus semejantes, pero la carga de pertenecer a una casta como la de los Nigromantes del Anticosmos lo acabó corrompiendo, y como todos, quiso perpetuar su vida tras la muerte que algún día le llegaría.
Einar fue el consejero del rey Frithhof del otro mundo a lo largo de muchos años, y el encargado de hacer cantar a los caídos del enemigo. E incluso, se ganó la simpatía de la hija del rey, la bella Edith, hasta que un feliz día de invierno se enamoraron.
Una noche, Einar le abrió una vena a Edith con un punzón, luego bebió su cálida sangre en una copa y al final le arrancó con los dientes un pedazo de la carne de la herida, un acto mancillador que el rey descubrió mientras permanecía escondido en el interior del ropero de su hija y que castigó severamente quitándole la vida.
A la mañana siguiente, Frithhof llamó a Einar a su encuentro en la sala del trono junto a multitud de guardias de la orden Bertrand, y le dijo que le sacara información al cadáver que reposaba bajo una sábana que estaba manchada de sangre.
Cuando Einar escuchó la voz de su amada, una furia incontrolable se adueñó de él, se abalanzó sobre Edith, destapó la tela que cubría su cabeza y la cubrió de besos. En ese instante, Frithhof puso una mueca de satisfacción y al descender el dedo pulgar una lluvia de flechas acabó con Einar.

Pero ya hacía mucho tiempo de eso, razonó Einar, cuando hacía dos días que había salido a pie de su nicho, al tiempo que el dulenke saltaba con gran agilidad de un margen del río congelado al otro.
Einar prosiguió su viaje galopando con presteza durante una hora más hasta que finalmente llegó frente a las puertas de la fortaleza de Matacuervo.
En seguida, amarró el dulenke al tronco de un olmo y se paró frente a la empalizada, que permanecía con la puerta medio derrumbada, hecho que llamó su atención para mal. Después, se internó en el patio central y tuvo ante sus ojos la imagen de lo que podría haber ocurrido. Una masacre. En aquel momento, Einar se acercó a uno de los cadáveres que había desperdigados por el patio y lo despertó de su sueño de ultratumba.
-¿Qué ha pasado aquí? ¡Habla engendro!-le espetó Einar al desfigurado cadáver.
-Uhg, uhg, el verdugo…-balbuceó el zombi de forma reiterada.
-¿El verdugo? No lo entiendo, debo de haber invocado mal.-se dijo Einar. -¿Qué verdugo, de quién hablas? ¡Dilo alimaña del infierno!-
-¡El verdugo del rey!, uhg, oh, pronto volverá, no deja descansar a los muertos. ¡Los quiere a todos, a todos para él!-afirmó el saco de despojos inmundos con los ojos desorbitados.
-Está delirando.-caviló Einar. -Pierdo el tiempo con esta alimaña. Pase lo que pase, tengo que entrar ahí dentro y encontrar a Matacuervo.-
Einar se alejó del cadáver destrozado del guarda de la empalizada y se encaminó al pórtico de la catedral reconstruida. Posteriormente, apoyó los pies en el suelo con firmeza y empezó a empujar el portón hacia dentro hasta que quedó un resquicio por el que poder entrar.
La respiración profunda y sincopada de un ser maléfico retumbaba por todo el templo y se agarraba a la mente como una garrapata, alentando los temores más ocultos de la infancia, quedaba bastante claro que la exhalación que parecía tener origen en las habitaciones interiores no era humana. Einar tembló al acabar de comprender que allí dentro no quedaba nadie con vida por culpa del ser que aún permanecía oculto, y que Matacuervo, posiblemente se hallase a decenas de kilómetros de su encrucijada.
Envuelto en esa situación tan peliaguda, Einar se dio la vuelta y se dirigió hacia el portón, pero este se cerró de un feroz portazo que le retumbó en el cerebro. De pronto, los retablos del púlpito comenzaron a resquebrajarse y las paredes se abrieron con una explosión de cientos de cascotes que lo cubrieron todo de una capa de polvo gris.
-¿Adónde crees que vas, Rastreador?-le interrogó la voz del ser de la respiración profunda y sincopada.
Einar no le respondió, estaba atemorizado y era muy consciente de que aquella criatura no procedía de ninguno de sus mundos conocidos.
-¿Buscas al rey? ¿A uno de los descendientes de Frithhof? ¿Quién mató a Edith, la pobre y bella Edith?-
-¡¿Qué sabes tú de mi vida y de mi sufrimiento?! ¡Demonio!-le vociferó Einar entre lágrimas de rabia.
-Sé muchas cosas, Einar, pero no soy un demonio.-habló el ser al mismo tiempo que agitaba entre el polvo lo que parecía ser el torso y el costillar de una pálida mujer.
-¡Entonces, déjame salir!-le dijo Einar desgañitándose.
-Sabes que no lo haré.-
-¿Qué eres?-le preguntó Einar con los ojos entornados por la nube de polvo.
-Uno y muchos a la vez, Ingvar, el que reclama cuerpos como el tuyo.-contó Ingvar mientras mostraba su verdadera apariencia a la luz del hueco del techo de la catedral, un cuerpo hecho con despojos de seres humanos y Rastreadores. Una masa deforme en constante mecimiento, donde la cabeza fue un momento la de un guerrero, al instante, la de un niño de cuatro años y finalmente la de una pálida mujer, Claudia, la que otrora fuera esposa del rey Matacuervo. La mujer tenía la piel del pómulo arrancado y hablaba con la voz grave de un monstruo enseñando la mandíbula y los dientes ensangrentados.
Poco a poco, Ingvar se fue aproximando a Einar a la vez que éste empezaba a retroceder de espaldas, luego, tropezó con un cascote, se cayó al suelo y comenzó a arrastrase como un cangrejo hasta tocar el cadáver del sacerdote que ofició la boda entre Matacuervo y Claudia. De modo que Einar despertó al sacerdote, lo enfrentó a Ingvar y al final éste liberó una carcajada maquiavélica.

-¡Qué ocurrencia! ¡Einar, esto sólo retrasará tu final!-afirmó Ingvar con convencimiento.
-¡El mayor error que cometí en mi vida fue el de convertirme en nigromante, y no voy a estar pagando siempre por ello, demonio! ¡Padre, salta sobre el demonio y arráncale los ojos! ¡Sácale los ojos!-bramó Einar con todas sus fuerzas.
Y entonces, el clérigo dio un salto tremendo sobre Ingvar y se aferró a la masa oscilante de cadáveres.
-¡Sácaselos!-voceó Einar, y el muerto le obedeció y mordió como sólo los muertos saben hacer. De modo que Ingvar se deshizo del padre golpeando su enorme brazo hecho de despojos humanos contra el pórtico, logrando así destruirlo en miles de pedazos. Tras la monumental sacudida, varios cuerpos se desplomaron contra el suelo, uno de ellos pertenecía al de un Rastreador, el cual, se levantó como pudo y se fue corriendo con premura por la brecha de la puerta en dirección al patio central.
-¡Einar, mira lo que acaba de hacer tu compañero! ¡Se salva a sí mismo!-le expuso Ingvar con ironía.
-¡A partir de hoy, estoy solo en esta contienda!-le contestó Einar con orgullo.
-¡No, mi querido amigo, a partir de ahora estás muerto!-afirmó Ingvar a la vez que atraía a Einar contra su cuerpo y lo transformaba en uno de muchos, en un despojo más para su colección. En seguida, Ingvar salió a la luz del día, que cegó sus ojos, y cuando su vista se habituó a la luminosidad, vio en el horizonte alejarse al Rastreador en el dulenke de Einar y con el morral de la cabeza del Nigromante del Anticosmos en su poder.




Rastreadores II



Dos siluetas cortadas por el sol y la nieve discutían sus asuntos airadamente en un apartado lugar de la reserva Dunfront. Un duro cara a cara.

-¡Detente Rastreador!-le gritó Mataciervo. -¡Soy el Nigromante del Anticosmos!-
-¡No podrás contenerme, inepto, no ves que Danke nos ha protegido, yo seré el que te dé muerte a ti!-le anunció el Rastreador exaltado.
-Tú hablas mucho, veremos a ver si te defiendes tan bien con el verbo como con la espada.-sentenció Mataciervo.
-Los trucos de ilusionista no te servirán conmigo.-le dijo el Rastreador con sarcasmo, al tiempo que desenvainaba una destellante espada de increíble factura.
-¡Esa espada, Metaluck, al parecer tu jefe el carpintero ha iniciado una guerra contra mí!-exclamó Mataciervo. -¡Pero su viejo acero no me detendrá!-
Entonces, el Rastreador arremetió contra el nigromante y éste izó sus manos hacia su cuerpo maldiciéndolo con el número doce. -¡Ya estás preparado para morir, dentro de unos minutos verás a tus antepasados! ¡Salúdalos de mi parte!-
-¡No tan raudo, amigo! ¿Si terminas con todos los Rastreadores, qué quedará entonces para mí?-preguntó una voz profunda y siniestra, que parecía proceder de las mismísimas entrañas del infierno.
-¡Ingvar! ¡Tú, tú destruiste Sanctórum hace mil años!-afirmó Mataciervo con asombro.
-Sí, eso dicen, pero ahora he vuelto para continuar mi trabajo y para acabar con todos los seres de este planeta.-
-¡No! ¡No conmigo!-vociferó el nigromante, al tiempo que se aupaba sobre el dulenke y se largaba a toda prisa de allí.
-¡Joder, creía que ya lo había visto todo! ¡Las leyendas eran ciertas!-exclamó el Rastreador.
-Eres un pobre necio, todos vosotros sois las mismas ratas de cloaca para mí, y te unirás en mi contienda. No hay alternativa.-
-¡No! ¡Me niego!-
-Di lo que quieras, patalea, grita, no puedes huir. Ahora, nos dirigiremos hacia el castillo de Matacuervo, y allí, tras sus muros, sembraré la muerte, la destrucción y precipitaré su caída.-dijo Ingvar soltando una carcajada estridente. -Esta vez será diferente, he aprendido de los errores que cometí en el pasado.-



¿La verdad?



Dos días después de que Danke encontrara a Mike inconsciente entre las ruinas de su casa, una interminable travesía de nieve y hielo era todo cuanto alcanzaron avistar.

-Por cierto, Mike, ¿viste algún arcón durante el tiempo que conviviste con el Nigromante del Anticosmos?-le formuló Danke, tratando de parecer inofensivo con el tono de la frase.
-No, no vi ninguno.-le dijo Mike con rotundidad a la vez que avanzaba por la nieve.
-¡No me mientas, Mike!-le abroncó Danke, a la vez que se detenía frente a él y lo empujaba por el pecho. En ese instante, Mike lo miró enfurecido a los ojos, y vio algo extraño en aquel tóxico verdor que giraba en torno a sus pupilas.
-Justo antes de que tuviera lugar el terremoto, yo mismo iba a buscarle para matarle, no me hables como si estuviese ocultándote algo, ya que te estoy guiando hasta la casa de mi novia, y no creas que no he pensado en quizás seas tú, Danke, y no los demás, o los otros de los que hablas, los que intentan matarla, ya que por lo que sé hasta ahora, me considero una pieza clave en todo este entuerto. Cuando yo era pequeño, Mataciervo se adueñó de una gota de mi sangre y selló mi destino con un título que me importa menos que la mosca que vi revolotear sobre el cadáver de un viejo esta mañana, Danke, sé que nos necesitas para algo, y, ahora te lo digo, no seré un hueso fácil de roer para ti.
Sea lo que sea que ha ocurrido tiene una explicación y me la darás, porque de otro modo, me cortaría el cuello antes que ayudar a un desconocido como tú.-expresó Mike al tiempo que lo empujaba de la misma forma haciendo que Danke torciera el gesto y frunciera los labios, quizás, no lo tuviese todo tan controlado como pensaba.
-Sigamos andando, estamos a sólo un día de camino de la reserva Dunfront.-habló Danke, tratando de romper la tensión que se había alzado entre ambos.
A la mañana siguiente, los sobrecogió un estruendo enorme procedente del castillo de Matacuervo.
-¡¿Qué ha sido eso?!- se preguntó Mike tras despertar sobresaltado.
-He tenido que sacrificar ciertas cosas.-le contó Danke con el rostro ensombrecido. -A veces, uno es tan insignificante que tiene que aguantarse y cerrar el pico, y eso va por ti, Mike.-
-¿Son esas cosas tan importantes como para sacrificar las vidas de miles de inocentes?-le preguntó Mike con una aparente solvencia.
-Veras, Mike, yo construí el arcón que tu mentor me usurpó.-
-¿Mentor? ¡Ja! ¿Con qué propósito?-
-No puedo contarlo.-
-¡Vamos dímelo!-
-Esto que está pasando, Mike, ¡es de locos!-declaró Danke desatado.
-Sí, eso es cierto, el mundo se está congelando sin ninguna razón, y ese terremoto… No entiendo nada.-dijo Mike con desánimo.
-Hay pesadillas de las que a veces uno no puede despertar y yo…yo estaba, ¿estoy?, no sé cómo contarlo para que me creas. En fin, que estoy en coma por el accidente.-le dijo Danke con el rostro inexpresivo.
-Venga ya, ¿en coma?-dijo Mike con incredulidad.
-Mi mente construyó ese arcón como metáfora para llegar a Sanctórum, y quiero encontrarlo con toda mi alma, me gustaría saber qué es el Anticosmos, quizás, esa sea la salida, Mike, mi salida del coma, y esta pesadilla se acabe de una vez por todas.-
-¿Y mi vida? ¿Cómo puedes demostrar que es una invención de tu mente a causa del coma?-
-No sabes nada de ti, Mike, tú no tuviste padres. Todo es una estratagema para impedir que yo despierte, quizás, el mismo Anticosmos me lo impide.-
-Si los tuve, joder, estás desvariando, Danke.-
-No, no lo hago, a las doce yo…-declaró Danke al tiempo que era interrumpido con brusquedad.
De pronto, y desde las oscuras sombras del amanecer, apareció Matacuervo cubierto de sudor, sangre reseca y pisoteando los rescoldos de las brasas de una hoguera casi extinguida.
-¡Tú!-le gritó Mike, desconcertado por la repentina aparición.
-¡Ese demonio, dios mío! ¡Claudia, su cabeza! -balbuceó Matacuervo, mientras que Danke se abalanzaba contra él y lo derribaba a base de puñetazos.
-¡Tu eres Matacuervo! ¡Te voy a cortar en pedazos, maldito miserable!-le vociferó Danke al tiempo que forcejeaba con él.
-¡Danke suéltale!-le instó Mike.
-¡Oh Claudia, todos están muertos, muertos! ¡El fin de mi reinado!-dijo Matacuervo en estado de Soc.
-¡Tú y la muchacha, sí, vosotros invocasteis la onda multicolor! ¡Dime por qué lo hicisteis, dímelo!-le gritó Danke a la vez que lo zarandeaba contra las piedras.
-¡No sé de qué me estás hablando, suéltame, tengo bastante con haber sobrevivido!-contestó Matacuervo con la cara destrozada.
-¡Déjale Danke!-le reiteró Mike al tiempo que lo separaba de Matacuervo.
-Y ahora, continúa por donde ibas, los golpes y los ajustes de cuentas que tengas con este hombre pueden esperar.-le dijo Mike a la vez que miraba al extraño frotarse con el brazo derecho la sangre que brotaba de una brecha en el labio. -¿Qué te ocurrió a las doce?-

-De acuerdo, Mike.-dijo Danke, entretanto se sacudía la tierra de los hombros y miraba de soslayo a Matacuervo. -A esa hora, yo estaba subido a una escalera barnizando el techado del pabellón de un colegio del que no recuerdo bien el nombre, y tú, estabas jugando al fútbol con tus amigos del orfanato hasta que pasasteis corriendo junto a mi escalera, y de pronto, uno de los niños lanzó un pelotazo que me dio en la cabeza, me mareé un instante, la escalera volcó y me precipité contra el suelo quebrándome el cráneo a la vez que un charco de sangre oscura comenzó a extenderse desde la enorme brecha que se abrió en mi sien. Mike, estás aquí, en este mundo, porque me dejaste en coma a las doce del mediodía, a mi hora del almuerzo y tras lanzarme un fuerte pelotazo en la cabeza.-

Matacuervo torció el gesto pero no dijo nada. Todo era tan caótico…

-¡Yo, yo, yo…!- dijo Mike apretándose las sienes con los antebrazos. -¡No! ¡No puede ser cierto!-
-¿Alguna vez has soñado con un número, Mike, un número que te taladraba el cerebro cada noche de tu infancia?-le preguntó Danke con malicia.
-¡Ahí tienes la respuesta que esperabas, Mike! A las doce de ese día me taladraste la cabeza.-declaró Danke, y ahora, su voz parecía calmada, una calma que asustaba.
-¡Mientes!-gritó una voz desde detrás de la maleza, y todos se giraron para contemplarle. Se trataba del androide, de Woodworld.
-¡No le escuchéis! ¡Ese hombre, si lo es, fue el que me construyó y transmutó en mi cuerpo a un psicópata de niños! ¡Nada bueno puede salir del líder de los Rastreadores, del verdadero origen de esta historia!-sentenció Woodworld con el ceño fruncido.
-Nada bueno.-dijo Teresa, que cruzó la mirada con la de Matacuervo, y hubo un flash en sus cabezas, pero de muerte.
-Nada bueno.-habló Luco, que tenía la herida del ojo perfectamente cicatrizada y un parche cubriéndola hecho con otro trozo de tela del vestido de su hermana.
-¿Lo hice?-se preguntó Mike, y la sonrisa de Danke se transformó en una expresión desesperanzorada, había sembrado la sombra de la duda en el muchacho. -Nada bueno.- caviló Mike.



¿Por qué lloras Woodworld?


-¿Y no hay forma alguna de liberarte de ese lunático?-le consultó Teresa.
Woodworld apartó la mirada del rostro de la muchacha, miró hacia las brasas que se reflejaban en sus ojos similares a canicas y comenzó a sollozar.
-¿Por qué lloras Woodworld?-le volvió a preguntar.
-Por nada, Teresita, por nada.-le respondió Woodworld, invadido por la melancolía.

…Woodworld tenía los ojos vidriosos cuando el espíritu del hombre malo lo abandonó para siempre, sí, estaba roto, y quizás, ya no hubiese vuelta atrás, pero el ratoncito era bueno y completo por fin, sólo tuvo un último deseo, y se materializó cuando en las luces blanquecinas del desvanecimiento vio a Gepeto, no ha Danke, pero también a sus amigos, y las lágrimas que cayeron, las últimas, fueron de felicidad.

.
.
.
.
.
.
.

La Tierra

-¡¿Puedes verlo en la pantalla?! ¡Es el descubrimiento del siglo! ¡Qué digo del siglo, del milenio!-
-¡El presidente no va a dar crédito! ¿Tienes las coordenadas de la nebulosa Danke?-
-Espera un segundo, sí, ya las tengo. Cuadrante número 12; 72 horas.-
-¿Habremos encontrado el camino al Anticosmos? ¿La caja de Pandora?-
-Si es así, no nos queda mucho tiempo. Tenemos que encontrarle antes de que todo se congele.-


¡Pasen y observen cómo acabará todo!

Producciones &AN&

Presentan a

Ingvar & Reuben Solomon

En:Observatorio



Capítulo 7; Visión

Si no era olor a vómito, entonces no sé que sería. Intenté desperezarme entre las sábanas, me despegué los calzoncillos de la ingle y me calcé las zapatillas de Bugs Bunny. Esas zapatillas no eran lo suficientemente ridículas para un gilipollas de mi clase, un tipo de esos que se pasa la vida en una plataforma petrolífera esperando a que llegue un tsunami que lo arrastre con toda la mierda que le rodea a lo más oscuro y profundo del fondo marino.
Había elegido ese curro por dinero, o al menos, eso creía hace dos años. Ahora, tenía veintidós o, ¿veintitrés? El cannabis, los narcóticos y el peyote habían hecho mella en mi conciencia, pero lo que de verdad esperaba con ansias, incluso más que la droga, era la llegada de las prostitutas. Con ellas pasaba esos breves momentos placenteros que todavía puedo rememorar si me preguntan, el problema es que Sumatra y sus preciosas montañas Barisan quedaban lejos, y la travesía en ferry para las putas era peligrosa por la precariedad, no así en helicóptero. Pero ¿desde cuándo viajan las putas en helicóptero para ganarse el pan? Este hecho nunca dejó de sorprenderme.
Al principio, recuerdo haber oído comentarios graciosos sobre un naufragio y putas de veinte pavos siendo pasto de los tiburones blancos, pero si había algo de cierto en todo aquello, era que cada vez que me bañaba en las cálidas aguas del Índico, al final, eran siempre los tiburones los que acababan huyendo de mí. Lo digo en serio.
El camarote se me había quedado pequeño y salí al exterior para despejarme un poco del mareo existencial. De pronto, oí el rugir de las hélices de varios helicópteros sobre mi cabeza, no era sábado, día de putas quiero decir, así que algo extraño sucedía. Cuando aterrizaron sobre el helipuerto, salieron del interior tres soldados armados que escoltaban a dos hombres ataviados con trajes de astronautas, que se dirigían al centro de la plataforma petrolífera. Sin previo aviso, la enorme superficie de metal comenzó a agitarse al tiempo que ésta se abría por el eje emergiendo de ella un magnífico y moderno cohete espacial ruso. Increíble.
En ese momento, uno de los hombres armados fue en mi dirección a toda prisa, se abalanzó sobre mí, me encañonó con su rifle M12 Garrand en el entrecejo y me retuvo contra el suelo aplastándome los huevos con sus botas de hierro. El soldado tenía la cabeza tapada con un pasamontañas negro, así que no pude verle la cara, y en ese instante, sucedió algo que aún no puedo explicar con claridad.
Me desperté tirado en el suelo en medio de una sala que estaba a oscuras y con un desagradable dolor de cabeza, donde vi encenderse una luz pequeña y parpadeante de color rojo. De repente, se detuvo el ruido atronador de unos motores. ¿Estaría ya en el espacio? Todavía no podía afirmarlo con seguridad, pero, ¿por qué estaba tan seguro de estar dentro del cohete?
Segundos más tarde, se oyó el deslizamiento metálico de una puerta abriéndose y el ritmo sincronizado de varias pisadas. Yo me agazapé entre los cajones precintados con símbolos nucleares para esconderme cuando se iluminó toda la sala mostrando a un hombre escuálido que estaba crucificado al fondo de una pared, con los ojos vendados y conectado a multitud de cables de todos los colores, su hinchada y amoratada barriga oscilaba al ritmo de su acelerada respiración. Aquel hombre estaba suspendido a una altura de dos metros y parecía sostenerse a la vida desde un hilo muy fino. Daba pena verlo así.
Los dos tipos con batas de doctor que tampoco pude identificar se acercaron a él, y uno de ellos agarró una palanca del sistema de controles y accionó unas turbinas. En un instante, el crucificado comenzó a convulsionar a causa de la electrocución que estaba sufriendo y la sangre comenzó a brotarle de los ojos, de la nariz y de la boca. Después, el hombre que tenía pinta de científico loco volvió a alzar la palanca y detuvo la tortura, mientras, yo contemplaba atónito todo aquello. Finalmente, los investigadores se fueron por donde llegaron y me dejaron a merced de la oscuridad con el crucificado y su entrecortada respiración. Sin embargo, no habían transcurrido ni dos minutos cuando dos lucecitas rojas con forma de esfera se encendieron en medio de aquella oscuridad, se acercaron a mí levitando con lentitud, me miraron fijamente a los ojos y al final me desmayé súbitamente. Cuando por fin abrí los párpados, me encontraba en una especie de cubo que irradiaba una luz cegadora en el que sólo había un espejo ornamentado y una cuchilla de afeitar manchada con sangre reseca sobre el suelo.
Estaba completamente desnudo, sin rastro visible de mis mugrientos calzoncillos, además, me escocía todo el cuerpo, y allí, frente a aquel extraño espejo lo comprendí todo. Fue tan claro como un sí porque pude escuchar el clic en mi cerebro.
Todo lo que me dijo mi padre cuando sólo era un niño de nueve años, todo lo que le dijo mi abuelo sobre aquel misterioso soldado y aquel libro mágico durante la segunda guerra mundial. Y con la sangre brotada de mis laceraciones, estaban escritas en mi carne como si de una profecía se tratase el final de cinco individuos de otro mundo.
El crucificado me había llevado hasta aquella sala para observar. Ese lugar era un observatorio, e Ingvar, que era el nombre que recibía el hombre crucificado, me lo mostró todo a través de sus ojos rojos como el fuego del infierno. Para llegar al Anticosmos es necesario dejar de ser uno mismo…


Teresa y Matacuervo

La oscuridad se cernía en aquel lugar como si un agujero negro hubiese atrapado la luz de todas las galaxias. En un mundo en el que los deseos no pueden hacerse realidad, vivía un hombre en soledad, que ya no conocía a nadie. A veces, pequeñas lucecitas rojas semejantes a luciérnagas le rodeaban, era entonces cuando cerraba los ojos y se sentía fuera de allí. Recordaba unos besos, como si nunca hubiese sido asesinado, como si su amor aún siguiera esperándole en la misma calle en la que le habían destrozado el corazón aquel amargo día. ¿Recordaba el nombre del traidor? ¿Se trataba de Mike? Los mataron con varios disparos, uno de ellos fue a parar a su cabeza, pero él no desapareció en el lugar en que mueren las ideas. A él solo le invadió la oscuridad, una distinta de la de su amada Teresa, y que Matacuervo nunca olvidaría, el destino de un amor imposible fue el Anticosmos. Para él, oscuridad, tristeza y una melodía, “Moonlight Sonata de Beethoven”. Para los dos, un final aciago bajo la lluvia de los sueños rotos.

Woodworld

…Woodworld tenía los ojos vidriosos cuando el espíritu del hombre malo lo dejó para siempre, sí, estaba roto, y quizás ya no hubiese vuelta atrás, pero el ratoncito era bueno y completo por fin. Sólo tuvo un último deseo, y se materializó cuando en las luces blanquecinas del desvanecimiento vio a Gepeto, no a Danke, pero también a sus amigos, y las lágrimas que cayeron, las últimas, fueron amargas.

Luco

Lo último que recordó de ese momento, fue que Woodworld los había traicionado, porque el tarado le agarró del cabello, lo izó en el aire metro y medio y le clavó los dientes de motosierra en la nuca. En seguida, se escuchó un sonoro crack que le fracturó la espina cervical y Luco cerró los párpados OTRA VEZ.
Los carrillos de Woodwoorld se atestaron de su carne, que mascaba con una mezcla de nerviosismo y excitación. Mientras comía, sus ojos no parecían mirar nada en concreto y oscilaban de un lado a otro como si fueran los de un camaleón. Posteriormente, arrojó a Luco sobre el suelo y se lo mostró a Mike. El único amigo que quedaba con vida.

Mike

No pudo cumplir el cometido de separar los mundos, ni saber de la existencia de su hermana Ángela. Menos aún, de conocer el Anticosmos. Porque yo lo maté a las doce, a las puertas de Sanctórum, porque no soy el sargento Hartman, solo un verdugo, que más da, ellos ya están muertos. He ganado la guerra.



…y a las doce en punto de ese insólito día, Reuben Solomon se hizo llamar Danke (el carpintero), e hizo que todos los cerebros pensantes del universo esculpiesen con cincel esa hora en sus cabezas, y con ese mismo cincel, hizo que esculpiesen también un trono del tiempo desde el que contemplar eternamente la muerte, su observatorio particular.
Cuando el cohete ruso aterrizó en Dunfront, Danke asesinó a sus tripulantes, luego, liberó a Ingvar de su cautiverio, lo abandonó a su suerte y se marchó a vivir a una casa abandonada de la reserva en la que posteriormente residiría Mike. Una vez allí, construyó un robot al que llamó como al lago que había junto a su casa, y años después, terminó un arcón con los restos de madera de la cruz del crucificado. Tras un breve forcejeo con el nigromante Mataciervo, recitó las palabras mágicas que le enseñaron de pequeño, se introdujo en el arcón, viajó a Sanctórum y le preguntó a una voz omnisciente cómo llegar al Anticosmos, pero ésta le contestó que encontrara a Mike, el sucesor de Mataciervo, y que sólo entonces respondería.
Y Reuben Solomon que ahora se llamaba Danke, despertó nuevamente en Dunfront a la orilla de un lago, una gran extensión de agua que se congelaba todos los inviernos y de la que copió el nombre para su primer robot, un lago…

…en el que vio a Teresa y a Matacuervo en una especie de borrosa ensoñación, cuando ésta aún se encontraba durmiendo en el interior del arcón que le había regalado Mike para que escapara del conjuro que tenía presa a su familia, pero ellos desconocían que estuviesen siendo observados. Entonces, ella se acercó a él y le obsequió el collar de conchas de todos los colores de su hermano Luco, la realidad se había vuelto a deformar, y Matacuervo le sonrió con ternura, después se lo cogió, se dio la vuelta y dirigió su mirada hacia un lago que se asemejaba al de Woodworld, la realidad era la que era, pero que se hallaba en la tierra mágica. Ella lo miró asustada unos segundos, y en ese instante, él lanzó el collar hacia la laguna con todas sus fuerzas y finalmente el colgante se hundió en el agua oscilando con lentitud. Sin embargo, Danke estuvo allí todo el tiempo, oculto tras la espesa maleza de la ribera, lo escuchó todo y vio el origen de la onda multicolor que iba a retrasar sus planes.

Un segundo más tarde, Danke abrió los ojos en medio de un cementerio junto a una lápida que tenía grabada la esquela: Aquí yace monsieur Gorroné (el padre de Teresa), despertó al cadáver con las palabras aprendidas desde su observatorio particular y sacó a Woodworld del psiquiátrico con su ayuda para que éste matase a Teresa, sin saber que en el interior de su aberrante creación ahora residía el alma de su hermano Luco.
Poco tiempo después, hubo un terremoto provocado por la onda multicolor de la borrosa ensoñación que unió los mundos de ese planeta, y posteriormente, Danke reunió y lideró a los Rastreadores, antiguos nigromantes muertos que despertaron con la unión de los mundos, para pedirles la cabeza del Nigromante del Anticosmos por ser el origen de tamaño desastre.
Ingvar, el crucificado, comenzó a atraer los cuerpos de los vivos y de los muertos hacia sí mismo, fiel reflejo de la unión de los mundos, y Danke se dio cuenta de que a partir de ese momento tendría que mentir para llegar al Anticosmos y así poder destruir el universo. Todo lo que le dijo su padre cuando tan solo era un niño de nueve años, todo lo que le dijo su abuelo sobre aquel extraño soldado y aquel libro mágico durante la segunda guerra mundial era eso.


“Hijo, ponle fin a esta historia.”



Mientras tanto, en algún gélido y recóndito lugar de la reserva Dunfront, en el interior de un cohete espacial ruso hecho un cachivache por el largo paso de los años, la voz apocalíptica e inerte de una mujer resonaba recitando una cuenta atrás para el despegue de la nave.

-Quedan veinticuatro horas, cuarenta y ocho minutos, doce segundos para el despegue automático del UMIR 12 y el regreso a la Tierra. Todo el que se quede fuera pasado el plazo morirá congelado.
Quedan…-

Y la voz apocalíptica e inerte que soltaba la misma parrafada cada trece segundos no se parecía, era la de la joven e inocente Teresa. En esta ocasión, la realidad se había deformado para acelerar los trágicos acontecimientos venideros.



El ocaso de las tormentas

Capítulo 8; Encuentro



-¿Lo hice?-se preguntó Mike, y la sonrisa de Danke se transformó en una expresión desesperanzadora, había sembrado la sombra de la duda en el muchacho.
-¡Por supuesto que no! ¡Danke además de ser un líder miserable es un mentiroso!-le gritó Woodworld enfurecido.
-Yo seré quien quieras, puede que incluso un mal padre, pero he de recordarte que yo te construí y te di la oportunidad de existir. Quizá puedas odiarme, pero seguiste con vida después de todo.-le aclaró Danke.
Woodworld lo contempló con desprecio y se mordió la lengua tragándose el veneno. El tiempo se había vuelto gélido.
-¿Vida?-se dijo con aflicción, Danke no le había dado eso, sólo un penoso y aletargado cuerpo ratobótico, encadenado durante años a un psicópata de niños y a un joven llamado Luco.
-Vaya, parece que estamos todos juntos por fin. Antes de enzarzarnos en disputas que no lleven a nada desearía mantener una conversación a solas con la chica.-les comunicó Danke.
-Lo que tengas que contarle a mi novia es algo que todos debemos escuchar.-dijo Mike cortando las palabras de Danke con severidad.
-Mike, mi pequeño Mike, no puedes interferir en mis asuntos. Ninguno de vosotros está a mi altura.-dijo Danke en un tono imperturbable.
-¡Cómo que no! ¿Tú me lo impides? ¿Un hombre con aspecto de profeta descafeinado? ¡Nadie va a conseguir que vuelva a estar lejos de ella! ¡Menos aún después de lo que ha ocurrido en los últimos días!-aseguró Mike muy enojado.
-¡Recuérdalo Mike, el número doce! ¡Las pesadillas!-exclamó Danke con voz de taumaturgo maligno, y tras decir esto Mike se apretó las sienes con las manos y se quedó inmovilizado como si hubiese sido envenenado por la mamba negra de Kill Bill.
-¡Yo no soy la novia de ese hombre, es más, es la primera vez que le veo! ¡Al único hombre al que quiero en mi vida y al que siempre amaré se llama Matacuervo!
Nosotros hicimos una promesa, ¿verdad?-dijo la joven con cara de embelesada.
-Sí, y juramos que algún día volveríamos a encontrarnos.-le contestó Matacuervo concentrado en el rostro de su codiciada amada.
-¡Qué! ¡Eso nunca sucedió! ¡Cómo puedes querer a un completo desconocido!, ¿Qué te ha pasado Teresa? ¿Quién te ha hecho esto?-le exhortó Mike, al tiempo que salía a duras penas de la parálisis.
-¡Basta de balbuceos y de absurdas preguntas!-proclamó Danke, a la vez que su discurso era sesgado otra vez por la inocente e infantil voz de Luco.
-Teresa se dio un golpe tremendo en la cabeza durante el terremoto, y bueno, ni siquiera recuerda como me llamo yo. Soy Luco, su hermano por parte de madre.-le explicó el muchacho.
-Encantado de conocerte Luco, me llamo Mike, y antes de que sucediese el terremoto que desoló el mundo estábamos juntos tu hermana y yo.-le habló Mike, al tiempo que recuperaba totalmente la movilidad de sus músculos y le estrechaba la mano con firmeza a su, por el momento, supuesto cuñado.
-¡Vuelve a mi lado Teresa! ¡Ven conmigo y olvida esta locura que no parece tener fin! ¡Larguémonos lejos y vivamos juntos nuestra propia aventura, tal y como lo planeamos!-le suplicó Mike.
-¡No!-gritó la muchacha, y en ese instante se dirigió hacia Matacuervo con presteza, lo abrazó con delicadeza a la altura de los hombros, puso una pierna a la pata coja y le besó en los labios con intensidad. Todos pusieron cara de póker, pero sobre todo Mike, y Danke puso una mueca maquiavélica que en algo se parecía a una sonrisa.
-Mike, si quieres que ella te recuerde tienes que dejar que venga un minuto conmigo y de ese modo a la vuelta te reconocerá.-le expuso Danke.
-No le creas, el mago de ojos tóxicos no puede hacer nada.-le aconsejó Woodworld.
-No te metas en esto, rata de peluche. Me sorprende que hayas llegado tan lejos, mucho más de lo que te creía capaz cuando proyectaba tus bocetos en mi bloc.-
-¡Ja!, ya sabes que yo, Reuben Solomon, no me rendiré hasta que vuelva a ser el dueño de mi cuerpo y expulse a Danke, ese mal parido de Ingvar y a su absurda obsesión con el Anticosmos de tus entrañas.-sentenció Woodworld.
-No te rindes, ¿eh?-le dijo al androide.
-¡Devuélveme mi alma hijo de putaaa!-le bramó Woodworld hasta el hastío.
-Lo siento Danke, y lo siento de veras por todos.-declaró Mike en tono desafiante y pasando de todos. -Pero no puedo volver a separarme de Teresa, aunque esté trastornada y me lo esté poniendo difícil con su actitud. La quiero con toda mi alma.-
-Ni yo de ella.-se dijo Matacuervo para sus adentros, mientras veía aproximarse a Mike hacia ellos con el semblante amenazador.
-Entonces no me queda otra opción, me veré obligado a mataros a ti y quién se interponga en mi camino hacia la verdad.-señaló Danke con los ojos ensangrentados por la ira.
-Ya puedes empezar.-le respondió Mike, al tiempo que agarraba del cuello a Matacuervo con sus manos y comenzaban a forcejear separándose del grupo, mientras, Teresa no cesaba de golpear los brazos de Mike con los puños cerrados.
-¡Suéltale! ¡Le vas a matar!-gritaba la muchacha entre sollozos muy desesperada.
-¡Claro que sí!-exclamó Mike.- ¡Hace tan solo dos días que quedaste conmigo por teléfono, no con este desconocido! ¡Así que lo soltaré, pero una vez que haya muerto, porque si lo mato no tendrás que volver a besarle!-dijo Mike completamente desatado.
En medio del fragor de la pelea, surgieron dos lucecitas rojas y esféricas que volaron desde los ojos de Danke hasta internarse en los de Mike. Seguidamente, el brujo de ojos tóxicos se sacó del hábito una Lluger paragellum que llevaba oculta todo el tiempo, se la lanzó en un segundo a su hipnotizado compañero y éste se giró para cogerla. Mike giró el tambor y apretó el gatillo sin pensarlo dos veces contra Teresa y Matacuervo, que comenzaron a alejarse con rapidez de las detonaciones.
-¡Corred todos hacia el bosque! ¡Allí nos encontraremos!-les propuso la metálica voz de Woodworld, entretanto que una tormenta de nieve que impedía ver a más de un metro de distancia arreciaba con fuerza sobre sus desvalidos cuerpos.
Luco, Woodworld, Teresa y Matacuervo huían a toda velocidad cuando uno de los disparos le alcanzó a la muchacha en el brazo haciendo que se retorciera de dolor sobre el hielo.
-¡A ella no, imbécil, mata a los otros! ¡La chica es importante!-le ordenó Danke a Mike, que iba corriendo jadeante tras ellos.
En el momento de la deflagración, Matacuervo se giró para sostener a Teresa entre sus brazos y le lanzó una mirada furiosa a Mike que se perdió en la impenetrabilidad de la nieve, el temporal continuaba creciendo y la hemorragia del brazo estaba complicándolo todo. Y fue que en esos breves instantes de dolor, que Teresa le contó a Matacuervo que debían dirigirse hacia un viejo cohete espacial, el cual se encontraba oculto en lo más profundo del bosque de Dunfront, y que no les quedaba mucho tiempo antes de que todo el mundo acabase finalmente congelado.
-¿Cómo sabes eso mi amor?-le preguntó Matacuervo con desconcierto.
-No es fácil de explicar, menos aún de entender pero te lo relataré si me prestas mucha atención.




La breve historia de Teresa


Cuando la realidad se deformó al estar dentro del arcón la mía propia lo hizo también.
Hubo un tiempo cuando yo era pequeña en el que el lago de Woodworld se congelaba todos los inviernos, sin embargo, cuando unimos los mundos para que llegases a convertirte en su rey, mi recuerdo de esos duros inviernos se materializó, y creo que no se irá hasta que al fin yo muera. Ahora, puedo decidir el destino de los que me importan, pero ese hombre llamado Danke quiere arrebatarme el poder matándonos uno a uno.
Tendré que reunirlos a todos, Matacuervo, a todos mis amigos de la infancia. Porque sólo recordando la triste melodía de Little Susie, el viejo toca discos con las canciones inéditas de los Beatles, la cabaña del maizal y el enigmático Anticosmos que tantos quebraderos de cabeza nos dio…se arreglarán las cosas.
Y quizás, esa melodía suene en un mundo muy diferente del que conocemos, un mundo roto y desvalido por la erosión del pensamiento. Será como un do grave, como un último y quejumbroso aullido del averno, y sólo entonces se alzará uno de nosotros como rey inmemorial del tiempo y de la muerte. Un nuevo nigromante.

¿Anticosmos? ¿Nigromante? Únicamente lo segundo le resultaba familiar…
Matacuervo no la entendió con la mente, pero sí lo hizo con el corazón y cargó con ella en los hombros hasta internarse en lo más profundo del último bosque que moraba en esas tierras congeladas, la reserva Dunfront.


 

LA PRIMERA EN MORIR

Por Félix Olivera

Capítulo 9; Muerte

Teresa no tuvo una infancia feliz, marcada por la pérdida de su hermano pequeño Luco en el lago de Woodworld, o por la extraña y escalofriante convivencia con los demonios que habían suplantado a sus padres, el señor Gaublin y la señorita Harbury, fue de todo menos alegre.
Años más tarde, en su adolescencia, Teresa parecía haber encontrado algo de estabilidad en los brazos de Mike, un joven muchacho que la ayudó a salir de la ilusión en la que vivía con la ayuda de un arcón mágico del que quizás ya no se vuelva a hablar con detenimiento en lo poco que queda para alcanzar el final.
Las cosas en su vida iban bien encaminadas hasta que ocurrió un terremoto que unió los mundos de ese planeta y comenzó a congelarlo todo a través de una brecha de dimensiones descomunales. Todo esto sucedió quizás porque ella misma había mencionado lo siguiente en una ocasión: -Mis recuerdos de la infancia, esos duros inviernos en Dunfront se están materializando por culpa de haber dormido en ese arcón mágico.-
Y por el pacto que hizo con Matacuervo en su interior, que generó una burbuja multicolor, arrasadora y congeladora.
Y haber hecho eso, ser partícipe de esa locura, la convertía con total seguridad en la primera del grupo en morir, así tenía que ocurrir porque eso también formaba parte del enigmático Anticosmos.
Matacuervo sollozaba con amargura entretanto corría atravesando la ventisca con las tripas encogidas por los nervios, con la respiración entrecortada y cargando con Teresa en su espalda. Su ropa estaba empapada de sudor cristalizado y de la sangre de la herida de su amada. Así prosiguió durante varias horas hasta que se cayó al suelo de rodillas con extenuación y soltó a Teresa contra la nieve. Matacuervo trató de sujetarla junto a él pero llegó tarde y la joven se hundió en la nieve dejando tras de si multitud de manchas rosáceas.
-¡Teresa! ¡No me abandones! ¡No podré seguir viviendo sin ti, te necesito a mi lado para acabar la tarea!-gritó Matacuervo con desesperación. -¡¡¿¿Por qué será que tarde o temprano pierdo todo lo que quiero??!!-
Matacuervo la agarró nuevamente de los hombros, le apartó la nieve de la pálida cara y la recostó sobre su pecho y sus muslos mientras trataba de hacerla entrar en calor con la fricción de sus manos.
El joven ya no era el mismo que en otro tiempo ocultaba sus sentimientos, ahora lloraba balanceándose sin consuelo al tiempo que el mar de nieve aumentaba a cada segundo que Teresa se alejaba de su corta existencia. Nada podía detener ninguno de esos avances. Y si era verdad que la muchacha era tan importante en el devenir de la historia del Anticosmos y el cohete, lo único que cabía pensar era que todo eso estaba apunto de irse a tomar por culo con su partida.
Posteriormente, Matacuervo razonó que Danke quería viva a Teresa porque ésta sabía que la única salida que quedaba para escapar de ese mundo cada vez más congelado era el viejo cohete espacial del que le había hablado. Sin embargo, las cosas se habían puesto muy jodidas para que Danke la volviera a encontrar y eso tendría que dejar de preocuparle.
Segundos después, Matacuervo también recordó a su hermano Mataciervo (el que había sido anteriormente el Nigromante del Anticosmos) y los sabios consejos de su madre en el castillo donde se criaron. Mataciervo ya debía de estar muerto porque era raro en él no haber aparecido para pedir cuentas en todo ese tiempo transcurrido, aunque en el fondo de su corazón le daba igual, nunca se llevaron bien del todo y gran parte de la culpa de lo que pasó después, fue que su hermano sí logró convertirse en lo que estaba destinado desde que nació. Por el contrario, Matacuervo había fracasado en su empeño de convertirse en el rey de los mundos por su exagerado orgullo y por culpa de Ingvar, el demonio que le traspasó a Danke todo su poder, el que arrasó su fortaleza y mató a su mujer Claudia. Una criatura a la que los viejos libros llamarían mitológica, que llegó a la Tierra a través de un meteoro procedente de la órbita de Sanctórum, luego acabó en el cohete ruso, en el cual viajó mucho tiempo y finalmente terminó en la espesura de la reserva Dunfront. Un ser que a la par que Danke podría considerarse el verdadero origen de esta historia.
Y mientras pensaba en estas cosas, Matacuervo vio en la lejanía un claro resplandor que indicaba la cercanía de un poblado, un lugar en el que posiblemente hubiesen ido a parar Luco y la rata robot de triple personalidad, más conocida como Woodworld.
Matacuervo tenía que conseguir llegar hasta allí con Teresa como fuese y comunicarles a todos lo del cohete porque si no todo iba a irse a la mierda. Después, tuvo su primera y última revelación sobre el Anticosmos.
Escondido en algún lugar, en algún recóndito archivo cerebral, estaba guardada la información de que quizás en otro karma, existencia o reflejo, llámalo como quieras, fueron niños, otros e iguales a la vez, chavales que jugaban juntos en una de esas típicas cabañas del árbol al parchis o a las damas y escuchaban Little Sussy de Michael Jackson en el viejo tocadiscos del padre de Mike.
-¡¿De Mike?!-se preguntó enfadado. -¡¿Pero por qué tiene que ser de Mike?! ¡Del hombre del que solo albergo deseos de muerte, decapitación y canibalismo irracional!-se dijo irritado.
Ahora, eso parecía tener mucho más sentido que todo lo que le había sucedido con anterioridad, aunque no lo de Mike, tampoco le contentó la idea de ser un reflejo de un yo más real, pero ante tanto caos, una idea tan descabellada como esa, tan simple y sencilla puede que tuviese más sentido que los mundos congelados, los demonios o los mismos Rastreadores. Lo del tocadiscos le estaba taladrando el cerebro, pensarlo un poco más lo hubiese hecho cambiar de idea sobre Mike, pero claro, la moribunda Teresa también le estaba nublando el raciocinio.
Doce segundos desde que empezara a cavilar entre vaivenes y abrazado a su amor platónico, la palabra Anticosmos estaba tomando forma en su corazón. ¿Qué sentido había tenido todo lo que había sucedido? Porque alguno debía de tener, para él claro.
Matacuervo no quería otra estúpida broma esta vez, como las que se gastaba su hermano cuando eran críos.
-El mundo es como el Anticosmos, Matacuervo.-le decía Mataciervo con socarronería.
-¿Pero que cojones es el Anticosmos?-se preguntaba Matacuervo con impaciencia.
-Lo primero que tienes que hacer para saberlo es meterte el dedo en el culo, soplar y luego dárselo a oler a la chica que te gusta.-
Después de acabar esa frase hubo unos cuantos moratones y narices reventadas, pero solo en el cuerpo de Matacuervo, la madre creyó que su niñito se había caído jugando junto al río. Mataciervo era un cabrón, él si lo sabía, pero nunca se lo dijo.
Ahora, esa palabra volvía a relucir en la agonía de Teresa. Después, Matacuervo volvió en sí del recuerdo. ¿Debía subirse en el cohete? Puede que sí. ¿Pero hacia donde iría? ¿Fueron? ¿Son niños realmente? ¿Por qué tendría que reunirlos?
Sin embargo, lo que estaba viviendo en esos momentos era lo más real que había experimentando jamás, y pasó tanto tiempo en estos devaneos de la mente que cuando se vino a dar cuenta, la muchacha, Teresa, estaba rígida e inerte, sus pupilas totalmente dilatadas, sus mejillas pálidas como el nácar y su pelo rojo bermellón completamente cristalizado. Esa apariencia la convertía en una dama de las nieves, una gélida Melibea que yacía muerta sobre sus muslos. Muerta, y muerta después de todo. La primera en morir.
Después de todo lo que Matacuervo la había amado, como quizás nadie haya amado jamás a otro ser en todo el universo. La abrazó. La besó con delicadeza en sus fríos y amoratados labios. Lloró la última lágrima que le quedaba, y en ese instante Matacuervo murió. Murió después de todo y vio negritud, una oscura y perversa negritud acechándole. Matacuervo lo sintió, lo vio. Lo creyó hasta su muerte. No ha habido ni habrá un amor más efímero y perfecto.
Después solo, y tal vez solo llegaría su eterna venganza.

¡MIKE! ¡EL HIJO DE PUTA DEL TOCADISCOS!




LOS SIGUIENTES EN MORIR


Cuando Woodworld y Luco llegaron a Rhesus, muy al oeste de Dinorah, apenas se podían distinguir las casuchas bajo la nieve. Pronto salió a recibirles el alcalde, un tipo gordo que se parecía a Santa Claus y unos cuantos hombres rezagados que no parecían tener miedo al intenso frío.
-¡Bienvenidos forasteros! ¡Pero un mal momento para recibir visitas!-afirmó sir Santa.
-¡Dadnos cobijo y charlemos junto al fuego! ¡Quieres! ¡Antes de que abandonemos estas tierras del demonio para siempre!-le respondió don Woodworld.
En el salón de los acontecimientos importantes de Rhesus, se habían congregado alrededor de treinta personas abrigadas hasta los dientes pese al calor de la lumbre. Todos observaron a los forasteros con gran admiración, pero sobre todo a Woodworld, que con su disparatada apariencia despertaba las risas de los niños y los adolescentes. Entonces Marcus, el alcalde, alzó el bastón de mando con rapidez y les concedió la palabra a los forasteros. Ante la breve indicación de sir Santa habló el pequeño ratobot.
-Gracias por atendernos con tanta amabilidad, maese Marcus. Señores y señoras, rheusianos y rehusianas, el tiempo juega en nuestra contra porque todo lo que conocemos morirá sepultado bajo la nieve esta misma noche. ¿Comprenden? Ahí afuera hay un hombre llamado Danke que está utilizando a los antiguos Rastreadores para darnos caza y probablemente ha matado al Nigromante del Anticosmos para después poder proclamarse el rey absoluto de estos mundos y de los de allá. Lo primero que tenemos que hacer es salir de aquí en dirección al interior de la reserva y...-
Hubo un silencio demoledor, algo chirrió a sus espaldas. Cuando de pronto, se abrieron las puertas del salón de acontecimientos importantes de un golpazo y un viento gélido apagó la hoguera central interrumpiendo la rimbombante charla coloquio de Woodworld. Para mayor asombro de todos apareció Matacuervo cargando sobre su espalda el cuerpo inerte de Teresa, estaba muy agotado y al borde de la congelación, aún así le quedaron fuerzas para decir lo que tenía que decir.
-¡¡Todos, y cuando digo, todos, tenemos que coger un cohete cuanto antes y salir de este puto y loco mundo!!-
Las gentes se rieron de Matacuervo sin ocultarlo. ¿Hablaba en serio de un cohete? ¿Puede que el frío de la brecha lo hubiese dejado medio lelo? Lo más probable.
-¡Hermana!-se desgañitó Luco cuando la vio.
-Lo siento de veras. Hice todo lo que pude y aún así…-dijo Matacuervo cabizbajo cuando Luco se le acercó.
-No. No. ¡No! No respira… ¡Está muerta!-gritó Luco desconsolado.
-¡Él le ha hecho esto! ¡Ese Mike! ¡Mike, el hijo de puta del tocadiscos!-y sus ojos eran furia. La furia de un cuervo caníbal.
-¿Al menos me haréis caso vosotros? ¿Vendrás conmigo al cohete para cumplir el último deseo de tu hermana, Luco? ¿Y tú, Woodworld? ¿Vendrías también?-
-Lo haremos.-le contestó Woodworld. -Pero ya lo sabes, sabes que somos los siguientes en morir y que tu muerte no será precisamente la mejor de todas. Te rodea un aura de negritud y quizás te espere el Anticosmos, o peor aún, la nada imperecedera. Señor Matacuervo, jugaste con el arcón de Danke y eso te traerá consecuencias desagradables. Ese arcón deja una marca mortal al que lo utiliza. Se ve.-le aclaró Woodworld.
-¡Vengaré a mi hermana y mataré al cerdo traidor de Mike!-espetó Luco, abrazado al cadáver de Teresa y sollozando. No había tenido la oportunidad de estar mucho tiempo con ella.
-Todos lo haremos, viajaremos al cohete, nos esconderemos tras sus sombras y cuando el puto del tocadiscos aparezca yo mismo le asfixiaré con estas manos.-dijo Matacuervo con el semblante serio.
El alcalde Marcus, o sir Santa, los observaba con una extraña fascinación. Más que extrañado con incredulidad. ¿Qué significaba para él una ventisca? Otra de tantas de las que había habido a lo largo de la historia en la reserva Dunfront. ¿Un cohete? ¡Venga ya!
Al final, las gentes se retiraron y solo se quedó una muchacha junto a ellos. Era una chica rubia y bastante guapa que los miraba con cierta curiosidad.
-Os deseo suerte en vuestro viaje, forasteros.-les dijo la joven sonriendo.
-Gracias, pero harías bien en largarte de aquí. Todo lo que nos rodea quedará congelado en unas pocas horas.-le habló Luco con desánimo.
-Si fuera tan fácil como dices. No tengo adonde ir y debo ayudarlos, puede que cambien de opinión si me escuchan, pero nunca los abandonaría. Y mis padres están muy enfermos.-
-O puede que antes de eso todos muráis pasto de las llamas de los Rastreadores.-señaló Woodworld con frialdad.
-Eso es asunto suyo.-dijo Matacuervo, al tiempo que dejaba a Teresa sobre la alfombra de símbolos arcanos que cubría la gélida estancia.
-La muchacha tuvo que ser hermosa en vida. Ya lo es sin ella. ¿Por qué la llevas contigo?-le preguntó la muchacha con una inocente curiosidad.
-Ella tiene que venir con nosotros, forma parte del misterio del Anticosmos. Es una sensación de compañerismo la que crece en mí y a la vez siento que estoy haciendo lo correcto.-
-¿Anticosmos?-se preguntó Luco, olvidando por un momento el asunto de su hermana. ¿Eso de que me suena?-
Y Woodworld le lanzó una mirada de complicidad, porque ellos pertenecían a un mundo reflejo. Daba cierto mareo pensarlo pero era así, y Woodworld lo sabía desde el principio. Bueno, desde que tuvo conciencia y control de su cuerpo ratobótico el día en que Danke lo arrastró a ese estado y le arrebató su alma para insertarle la de un psicópata de niños y la de Luco. De Danke sabía unas cuantas cosas, sabía también lo del asunto de la plataforma petrolífera pero lo de Ingvar no lo supo hasta después. Cuando el mismo Danke se lo dijo al tiempo que terminaba su cuerpo de rata en aquel viejo taller cercano al lago de Woodworld. Cuando solo era un carpintero de tres al cuarto y no había comenzado con el arcón creado con la madera de la ciudad legendaria, del mismísimo templo de Sanctórum, donde las aguas tienen la roja tonalidad de la sangre y los dioses tienen formas redondas y anaranjadas.
-Mi nombre es Clara, y aquí tengo un regalo para ustedes. Un collar de conchas de todos los colores, que espero que les dé suerte.-
-¿De dónde lo has sacado?-le preguntó Luco frunciendo el ceño.
-Vino con la nieve de la ventisca.-
-¡Es el colgante que le regalé a mi hermana! No lo entiendo. ¿Existen dos colgantes iguales? Aunque ya da lo mismo, ella ya carga con el suyo.-dijo Luco con resignación.
-Entonces, éste siempre debe estar contigo, amigo.-le dijo la muchacha con cariño.
-Gracias Clara, pase lo que pase te deseo la misma suerte.-le contestó de forma amigable, en otra ocasión puede que le hubiese pedido el número de teléfono, o el Facerbook.
Matacuervo tenía su propia versión sobre el asunto del collar de conchas de todos los colores cuando estuvo en aquella especie de realidad deformada junto al lago, si no recordaba mal todo comenzó cuando Teresa lo arrojó a las frías aguas. Ahora, solo quería olvidar todo aquello, ojala que hubiese algo con lo que poder enmendar el mal causado. Otra oportunidad de abrazarla, de encontrar a otra Teresa en algún lugar, como había sucedido con ese colgante que ahora cargaba Luco alrededor de su cuello, quería volver a verla con vida.



DESPEDIDAS JUNTO AL COHETE



Como había presagiado Woodworld durante la conversación en el salón de los acontecimientos importantes, Rhesus se consumió pasto de las llamas, y la bella e inocente Clarita murió tras ser cruelmente torturada y violada por el Rastreador de los tatuajes del número doce, que ahora viajaba en dirección al cohete siguiendo la extensa y grisácea nube de humo que los motores de éste estaban arrojando a la atmósfera de Dunfront. Cargaba con la cabeza del Nigromante del Anticosmos (Mataciervo) en su morral y tenía pensado lanzársela a la sucia cara de Danke con todas sus fuerzas en cuanto llegara a su destino.
El muy hijo de puta se las había hecho pasar canutas para encontrarla, sobre todo por los acontecimientos ocurridos en las habitaciones interiores de la fortaleza de Matacuervo.
Ingvar, el otro origen de esta historia, el ser hecho de cadáveres humanos y no humanos también se conducía hacia el cohete, era como si una extraña visión de la localización exacta los hubiese conducido a todos en una única dirección y todo lo demás se hubiese vuelto más blanco que la nieve. Incluso la reserva Dunfront era apenas una sombra de lo que fue y los árboles apenas se intuían, había llegado a los peores días de toda su historia y ciertamente contemplaba su fin.
Danke y Mike, pero sobre todo Danke, habían tenido además esa extraña visión en sus cabezas y se dirigieron con presteza hacia el cohete, este último todavía hipnotizado por las malas artes de Danke.
A las doce en punto de la noche, el claro del cohete ruso hecho un estropicio por el largo paso de los años se había convertido en una reunión de viejos y nuevos enemigos con todas las de la ley, casi todos se debían cuentas unos a otros y la tensión del ambiente se podía cortar con un gélido témpano de hielo.
Allí se congregaron todos, tanto los vivos como Mike, Danke, Matacuervo, Luco y Woodworld, como los muertos, entre los que se encontraban Teresa e Ingvar, la montaña de cadáveres.
Unos tenían venganzas que cumplir, y otros, otros en realidad lo único que querían era salvar su triste pellejo en ese cohete y salir de allí cagando leches para poder convertirse en el rey de ese extraño lugar al que se dirigía. Esta descripción encajaba perfectamente con Danke, el mayor culpable de todo lo sucedido.
No se sabe a ciencia cierta quién comenzó la masacre, pero lo único que Mike recordó en los largos caminos de la soledad y las yermas tierras de la Tierra, fue la caída de Woodworld al vacío desde el precipicio que había en el extremo del claro cuando éste trataba de ayudar a Luco para que esquivase las certeras balas de su Ruger paradellum, que acertaron en su pecho por supuesto, y sus últimas palabras fueron: -Teresa, al fin juntos.-
En su corazón, Mike sabía que algo había cambiado y que la forma en la que ocurrieron las muertes también, era ese el mismo valor de la amistad que el de los niños habitantes del reflejo, y su visión había logrado vencer a la visión de Danke. Ganó. Se jactó de ello.
Se acordó también de la muerte de Matacuervo, recordó que él mismo siguió disparando y que las balas fueron a parar a la cabeza de oscura melena del que otrora fuera rey de los mundos por un día, que estalló en miles de fragmentos óseos desparramando su cerebro y su sangre contra la nieve en un sinfín de miles de metafóricos pensamientos que jamás iban a cumplirse, y casi todos eran sobre Teresa, como no. Matacuervo repitió la misma frase que Luco al morir: -Teresa, al fin juntos.- Pero a él lo esperaba la oscuridad del Anticosmos, eso no se podía cambiar.
Tras tanta muerte y sangre derramada, lo único que consiguió despertar a Mike del embrujo de Danke, el cual había estado riendo a carcajadas todo el tiroteo fue ver el cadáver de Teresa junto al de Matacuervo.
Ellos también se habían amado tiempo atrás, concretamente él la había ayudado en su adolescencia y juntos tenían pensado arrebatarle el torreón al Nigromante del Anticosmos. Pero ahora faltaban doce minutos para que la chatarramóvil del espacio despegara con rumbo a las estrellas, y tan solo quedaban en pie Danke, Ingvar y Mike, este último aturdido por la larga y extraña pesadilla que viviría por siempre en su subconsciente. No es fácil cargar con la muerte de todos tus amigos.
A una orden de Danke, Ingvar se abalanzó contra Mike, que permanecía inmóvil junto al cohete y sin entender nada de lo que estaba pasando. Mike se apartó ante lo que se le venía encima e Ingvar colisionó contra el enorme amasijo de chatarra espacial que por un instante pareció desmoronarse contra los pinos. En esos momentos, apareció el Rastreador del número doce a lomos de su dulenke y agarró el morral con la cabeza del Nigromante del Anticosmos para lanzárselo a Danke a la cara, pero éste la vio llegar en el último instante, se agachó y el morral acertó de lleno en el abdomen de Ingvar, la criatura mitológica.
Seguidamente, el malogrado cuerpo de cadáveres multiforme lo engulló como un pez de acuario se zampa su comida, e Ingvar se giró hacia Danke con una muestra de lentitud y pena, lanzando un alarido de horror tan desgarrador que heló la sangre de Mike desde la punta de los dedos de los pies hasta los pelos de la nariz, y que lo hizo reventar en miles de pedazos de todos los hombres y mujeres que había ido reuniendo durante esos días, incluyendo el cuerpo destrozado de Claudia y de Einar, el Rastreador bueno, que cayó por el mismo precipicio que Woodworld. El malo simplemente huyó de allí tras completar su venganza.
Danke también lanzó un grito de rabia contenida, acababa de darse cuenta de que su plan gestado durante tanto tiempo estaba fracasando, el tóxico verdor de sus ojos centelleó, y seguidamente se lanzó a la desesperada contra Mike tratando de asfixiarlo y de arrancarle la garganta para después hacérsela tragar entre vomiteras sanguinolentas.
Mientras tanto, justo detrás de ellos y ajeno a la pelea, el cohete estaba a unos pocos minutos de despegar.
-¡Tú, maldito desgraciado! ¡Has desbaratado todos mis planes! ¡Iba a convertirme en Dios, soy con todo derecho el verdadero origen de este mundo y no habrá vuelta atrás! ¡Iba a reconstruirlo todo, o mejor dicho, a rehacerlo a mi manera y tú lo has fastidiado! ¡No dejaré que subas a ese cohete, Mike, solo hay un billete para el planeta Tierra, y ese billete es mío, hijo de puta! ¡El secreto del Anticosmos será mío y no dejaré que nadie lo vuelva a usar jamás! ¿Verdad Kiel Aklator? ¿No era así como estaba escrito en el altar de las mismísimas ruinas de Sanctórum?
¡Kiel Aklator est Deux Suoremum! ¡Kiel Aklator es mi padre y yo seré su Dios  supremo! ¡AQUÍ, ALLÁ Y EN LA TIERRA!
¡MIKE! ¡TÚ SOLO ERES EL HIJO DE PUTA DEL TOCADISCOS, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA…!-y su asquerosa risa se hubiera extendido hasta el infinito de no ser porque Mike habló al fin.
-TÚ, Danke, dios de los mezquinos, por tu culpa he matado a todos mis amigos del mundo del reflejo, fuiste un carpintero del mal, que viajó hasta los mismísimos confines de Sanctórum tratando de que le respondieran sobre el verdadero significado del Anticosmos, y la única respuesta que obtuviste de tu padre Kiel Aklator fue ninguna, y a la vez fue que me buscaras a mí, porque Danke, acabo de recordarlo, fuimos niños en otro lugar parecido a este, no sé cuándo pero lo fuimos, y hablamos del Anticosmos todas las noches en la cabaña de un árbol enclavado en el maizal de mi padre. Y tú, Danke, nos venias a contar siempre aquella aburrida historia sobre el libro mágico y los nazis, El soldado y el Libro, y creo recordar que también querías ser uno de nosotros, pertenecer a nuestro grupo, pero no te dejamos Danke y nunca lo hicimos. Porque en el fondo de nuestro corazón todos y cada uno de nosotros lo sabíamos, eres un veneno para este mundo, éste o cualquiera, un ser envidioso, ruin y traidor. La encarnación del diablo, y eso siempre nos dio miedo.
Escucha bien estas palabras Danke, y no las olvides lo poco que te queda de tu puta y mísera vida.
¡Yo soy Mike, el único y verdadero origen de esta historia!
¡Soy el nuevo Nigromante del Anticosmos!
¡Soy el número doce de todos los nigromantes del Anticosmos y el que pondrá fin a esta locura que se inició en el otro lado, en el reflejo!
¡Yo me subiré en ese cohete, tú te quedarás y morirás para siempre aquí! ¡No habrá ni cielo, ni tierra, ni descanso para ti! ¡Eres el veneno de este mundo y no dejaré que lo extiendas! ¡Lo juro por mi hermana! ¡Por Ángela!

-¿¡Ángela!? ¡JA! ¡JA!-se burló Danke. -¡Tu hermana pequeña se suicidó porque la abandonaste!-
-¡Calla escoria!-y tras decir esto, Mike sumergió sus pulgares en los ojos verdes de Danke con todo el odio de los mundos, y de estos emergió un tóxico verdor que en algo se parecía a la sangre, pero que quemaba como el puto ácido.
Al fin, el nuevo Nigromante del Anticosmos acabó con la vida de Danke.
Luego, Mike se limpió la sangre de las manos en los vaqueros y se dirigió hacia sus compañeros caídos durante la batalla, o mejor dicho, a sus amigos del reflejo. Primero arrastró a Teresa hacia el interior del cohete, luego a Matacuervo, después a Luco, y finalmente buscó a Woodworld, pero éste se lo trajo Einar del fondo del precipicio por el que ambos se cayeron.
-Gracias por traerlo aquí.-le dijo Mike dándole una palmada en el hombro.
-No hay de qué. Es justo lo que debo hacer, para eso estuve destinado toda mi existencia, para ayudar al nigromante definitivo.-le respondió Einar.
-¿Vienes conmigo?-le preguntó Mike.
-No, yo me quedo aquí. Mi misión está cumplida.-declaró Einar con orgullo. -Solo puede haber uno a partir de ahora, y ese uno siempre has sido tú, Mike. HERMANO.-
-Te doy las gracias amigo, por haber llegado hasta aquí. ¿Me ayudas con Woodworld?-
-Por supuesto.-
Mike y Einar dejaron los cuerpos de los niños del reflejo en el interior del cohete espacial hecho un cachivache por el largo paso de los años, y Einar se despidió de Mike con un fuerte apretón de manos. Después, se sentó sobre la nieve y comenzó a comerse a Danke por las cuencas vacías de los ojos. Antes de esperar la lenta y agónica congelación, se comió al origen de esta historia, porque Einar era un nigromante zombi y hambriento.
Al tiempo que Mike terminaba de colocar los cuerpos de sus amigos en la sala de operaciones, comenzó a recordar la vida del reflejo con total claridad.
Estaba en aquel hogareño lugar, en el interior de la cabaña del maizal con todos sus amigos, y al parecer vio que todos seguían teniendo la misma personalidad. Él y Matacuervo seguían adorando a Teresa y combatiendo entre ellos POR SU AMOR en secreto. Woodworld, se llamaba Félix en realidad, tenía la típica y normal apariencia de un niño con acné, pero seguía siendo un lumbreras de cuidado, y también vio a Luco, al más pequeño de todos, alegre como siempre y dispuesto a correr nuevas aventuras. Aunque tenía una extraña malformación por la que le faltaba un ojo. Tenebrosas e inquietantes similitudes solo comparables con la extrañeza del Anticosmos. Había más amigos pero solo nombraré a unos cuantos: Pascual, José Antonio, el Abuelo, Dufroise, Donpipollas…
De pronto, Mike se despertó de la agradable ensoñación al tiempo que el cohete comenzaba a oscilar con fiereza. Se encendieron todos los motores de ignición, e incluso los estropeados, decenas de aparatos raros, surtidores de gases y cientos de lucecitas de colores innombrables.

-Quedan cero horas, seis segundos para el despegue automático del UMIR 12 y el regreso a la Tierra. Todo el que se quede fuera pasado el plazo morirá congelado.
 

¡…SEIS, CINCO, CUATRO, TRES, DOS, UNO! ¡DESPEGUE!-espetó la apocalíptica e inerte voz de Teresa.
El cohete estaba comenzando a abandonar la reserva de Dunfront para siempre con aparente lentitud, y Mike, nuestro querido Mike sabía que siempre recordaría ese momento. El lejano Anticosmos estaba más cerca que nunca.




"ANTICOSMOS"


Por Félix Olivera


Capítulo final; Renacimiento


Para encontrar el final camina hacia el noroeste


<<Escuché su voz, y hasta que no estuvo a mi lado no supe si eran los ecos del destino...>>



En la soledad y la oscuridad del cohete tuve numerosos ataques de pánico cuando el transbordador se acercó demasiado a los meteoritos, pasé hambre al alimentarme exclusivamente con latas de conserva caducadas y vi descomponerse los cadáveres de todos mis amigos.
No recuerdo cuánto tiempo vagué por los confines del espacio siguiendo una ruta prefijada, pero lo primero que pude observar en el agua de un charco cuando el cohete aterrizó en un lugar llamado Tierra, fue que mi pelo se había tornado blanco y que mis ojos se habían colmado de cataratas.
Ese punto desconocido para mí estaba devastado por la erosión del pensamiento, y las ruinas de interminables ciudades de antaño se extendían por kilómetros más allá de donde alcanza la vista. Y más lejos es adónde me dirigí, siempre hacia el noroeste para encontrar el final. Mi desenlace.
Creo que tras más de mil años en el cómputo humano, mi largo camino concluyó junto a los restos de la famosa cabaña del maizal, donde encontré un pequeño arcón que guardaba todos nuestros secretos de la niñez, y en su interior localicé escrito en un papel de mi puño y letra la palabra Anticosmos. De súbito, el viento agitó las ramas resecas del árbol en el que se asentaba la cabaña, oí su voz, y hasta que no estuvo a mi lado no supe si eran los vientos del destino.
-Hola Mike, soy tu hermana Ángela. Me alegro de que al fin estés a punto de completar la misión.-
No, no era el viento. Era una voz errante, angelical y hermosa.
-¿Qué es lo que ha pasado aquí? ¿Qué es este lugar?-le exhortó el envejecido Mike.
-Éste es el lado del que todos venimos, y al que tarde o temprano todos volvemos. Es nuestra casa, y nuestro padre Kiel Aklator se encarga de que eso siga siendo siempre así.-
-Recuerdo este emplazamiento, las melodías del tocadiscos, las risas hasta altas horas de la noche, las cartas, las peleas, y el relato del dodecaedro:


<<La desdichada historia de la habichuela espacial>>


Dos locuelos con barba de tres días se encuentran después de mucho tiempo para analizar un extraño dodecaedro, tras ser abducidos una noche de borrachera en lo que parecía ser un templo maya al que llegaron siguiendo unos grabados nazis, que a fin de cuentas quizás lo explique todo, o puede que no. La cuestión es que despiertan y descubren al dodecaedro encima de un altar maya y ven que a través de las ventanas del templo solo se aprecian estrellas y una inmensa oscuridad.
-Acércame el dodecaedro Cristopher.-
-Aquí tienes Deogracias.-
-No debemos mirar mucho tiempo al otro lado de los espejos, no sabes lo que pasaría.-
-Las voces de la piedra me dan miedo, se adueñan de mis pesadillas, como aquella del balneario del oeste con los clientes desquiciados, y creo personalmente que si continúo con la investigación me acabarán matando.-
-Aún es pronto para sacar conclusiones, Deogracias.-
-Nunca imaginé que intentar encerrar pensamientos humanos en una piedra fuese algo tan difícil. Tan desquiciadamente, ¿absurdo?-
-No en una piedra cualquiera, Cristopher, en un dodecaedro extraterrestre.-
Y justo en el momento en el que Cristopher cogía la roca, ésta se iluminó con un verdor cegador que los envolvió y los llevó a una sala vacía y completamente blanca, con cosas rojas que aparecían por todos lados. Poco a poco esas cosas rojas se hicieron más visibles y comenzaron a caer multitud de narices de payasos.
-¡Venga ya, para esto Cristopher!-
-¿Qué significa esta locura?-
-¡Mira a través del cristal!-señaló Cristopher.
-Entonces, se vieron a ellos mismos como si fuesen gigantes, con los ojos blancos y desorbitados y con unas extrañas formas indefinidas sobre cada una de sus cabezas. Cristopher y Deogracias se asustaron porque acababan de comprender que esas figuras habían sustituido sus cuerpos a cambio de introducirlos en aquella prisión dodecaédrica. Sin más dilación, las sombras se levantaron y metieron la piedra en el bolsillo del pantalón de Cristopher.
-¡Nos han encerrado! ¡Socorro! ¡Nos arrastran al infierno!-
-¿Qué crees que pasara ahora?-
-No lo sé Cristopher, debimos de haberla dejado quieta en aquel templo maya de Sudamérica. Aquí, en este cuchitril nadie oirá nuestras llamadas por el intercomunicador.-
-¿Crees que regresarán a la tierra?-
-No lo sé, no sé lo que harán maldita sea, joder, mierda ya, para de decir gilipolleces o sandeces.-dijo Cristopher, al tiempo que un siniestro escalofrío le recorría la espina dorsal.

Claro que no lo sabían, y la nave tomó un rumbo desconocido. Viajo durante mucho tiempo surcando los rincones más rocambolescos de toda la galaxia, atravesando nebulosas y extrañas nubes de partículas estelares, hasta que al fin la nave se detuvo en un planetoide en el que sólo había una pequeña casa con un bonito tejado rojo carmesí, un par de ventanas de forja del tipo casa de la abuela y una preciosa puerta de madera de abeto navideño marca acné.
Los saqueadores de los cuerpos de Cristopher y Deogracias recogieron el dodecaedro y llamaron a la puerta de la casita tres veces, y sin mucha espera salió a recibirles un niño con cabeza de haba, el que desde ese momento recibió el nombre de niño haba.
Los investigadores no salían de su asombro, y le observaron atónitos desde el interior del dodecaedro como pequeños ratones de laboratorio.
-Hola desgraciaos.-les habló el niño haba con altivez.- ¿No os acordáis de mí, vedad? De vuestras clases de genítica. (Guisantes amarillos, verdes y arrugaos) Sombras gotescas y atroces, podéis retiraros de mi presencia.
Ahora, las sombras les resultaban más familiares, no sé, como el Anticosmos por decir algo.
-Me manipulasteis con un bistirí, me plantasteis en un macetón lleno de azufe, gemen de trigo, remolocha, gas de pedo y me atasteis a unos cincuenta globos de helio para soltarme al espacio, y así estuve durante días hasta que nos hemos vuelto a encontrar, hijos de pota.-
Las sombras regresaron y le trajeron al niño haba un yogurt de macedonia con avidez, su favorito, un jersey de rombos con cuello niquelado por la plancha, y le dieron una pasada en el pecho con vivaporus, pues estaba gravemente constipado.
-Veo que habéis encontrado el dodecaedro que le regalé a mi amigo Hitler por su treintagésimo aniversario de defunción.-
-¿¡Estás de broma!? ¡Libéranos niño haba, devuélvenos a la tierra!-
-Os he traído hasta aquí poque quiero que veáis lo que os espera.-
El niño haba cogió el dodecaedro y comenzó a lloriquear frente a ellos.
-Me disteis conciencia, pero a la vez, pesar, nedeito amigos poque me encuentro un poco alone.-
-Verás niño haba, si nos liberas te ayudaremos a encontrar amigos, lo juramos por el dodecaedro. ¡Juramos!-
-Ya habéis hecho suficente, sombras, revelad el auténtico aspecto del dodecaedro.-
Y éste tomó la forma de una semilla gigante color verde. Un haba de metro y medio en todo su apogeo.
-¡Ahora, os convertiré en habas, y cuando hayáis crecido os tendré eternamente junto a mí! ¡Seréis mis amigos!-
-¡No lo hagas niño haba, es una locura! ¡Te ayudaremos! ¡Juramos!-
-¡Sombras incautas, dejadme! ¡Pasaré un tiempo en soledad!-
Y así fue como el niño haba regó día tras día las semillas de haba que había plantado en un pequeño bancal junto a su casita, las vio germinar, alejó las plagas con insecticidas y las guió con una pequeña caña para que creciesen altas y fuertes.
Y jornada tras jornada, el niño haba lanzaba una sonrisa de incertidumbre al finalizar su labor, parecía ser que esas dos plantas no querían hablar, ni participar de sus historias largas, pesadas, interminables e incoherentes que nadie entendía, ni siquiera en las duras reparaciones del tejado a causa de los meteoros lanzados por su gran enemigo de todos los tiempos, el Principito Caraculo y los soldados rosa de la Torre Blanca.
Hasta que un buen día, el hastiado niño haba preparó unas brasas y le prendió fuego a las plantas que con tanto cariño y esmero cuidó durante días.
-¿Po qué no contestabais pantitas? ¿Po qué? ¡Po queeeeeeeé!-
-Porque quizás te olvida-habas de una cosa. (Véase el juego de palabras; olvidá del verbo olvidar y si lo juntas con habas, pues eso…)
Las plantas no hablan.-le dijo sabiamente la sombra, al tiempo que le extendía el vivaporus por el pecho con cuidado.
-¿Y entonces quién soy yo?-
Y lo dijo como si en esos instantes fuera un replicante y soñara con ovejas cibernéticas, pero en vez de con eso, con habas de la huerta murciana.
-¿Me lo preguntas a mí, niño haba? ¿Y quién sabría definirme a mí?-
-Yo te definiría como a un fiel… ¡Esclavo! ¡Venga, extiéndeme rápido el vivaporus!-
-Me niego a seguir siendo tu lacayo niño haba, voy a hacer un viaje y me iré muy lejos.-
-¿Adónde?-
-A una isla desierta, y para ello utilizaré el dodecaedro una última vez.-
Otra vez aparece una luz cegadora, verdosa y flashhhhhhhhhhhh…
-¡Detén esta demencia!-le suplicó el niño haba, y su voz parecía la de Gandalf el blanco discutiendo con Denethor, senescal de Gondor.


1.986


Por fuera era el clásico hogar, pero por dentro algo inquietante estaba a punto de suceder.

-Johnny, deja el tobogán y vente a comer, que se te hace tarde para ir al colegio.-
-¡Voy, voy! Pero mamá, ¿qué se supone que es esto que hay flotando en medio de la sopa?-dijo el chico, a la vez que alzaba al niño con cabeza de haba desde el cuello de su jersey de niño pijo.
-Habas cariño, habas muy ricas en vitaminas.-dijo la madre con la cara sonrojada.
-No le hagas caso a tu madre Johnny, Johnny mírame, no soy un haba cualquiera, soy como tú, un niño. Y me vas a ayudar a derrotar al Principito Caraculo, mi enemigo de todos los tiempos, y a su cruel ejército de rosas.-

¡TUM, TUM, TUM, TUM…TA TUM..!

Algo se avecin-haba desde el cuarto de baño, era al principio solo un eco, pero no, se acercaban las rosas y estaban armadas hasta los dientes, las sombras iban a la cabeza y le hacían halagos al Principito Caraculo. El niño haba había sido traicionado, pero aún quedaba una última esperanza para salvar el mundo.
-¡Correrán ríos de sangre! ¡Escabechina!-gritaron las rosas enfurecidas al unísono.-

Y entonces Christopher y Deogracias despertaron desnudos, esnifados y abrazados a dos prostitutas maduras en un motel de mala muerte. Todo dependía de si se volvían a emborrachar, o quizás no.

Sonó el teléfono de forma estridente. En el exterior del motel hacía frío.
-¿Servicio de habitaciones? ¿Me puede poner con la coordinadora?- preguntó una voz extraña y pasada de rosca.
-¿Si, quiere hacer una reserva?-le contestó el recepcionista.
-No exactamente, me gustaría saber el número de la habitación de los residentes Cristopher y Deogracias, si me hace el favor.-
-Me temo que esa es información confidencial.-
-¿Confidencial? ¡Confidencial, gordo pajillero de mierda! ¡Dame el puto número!-
-¡Pero quién cojones te crees que eres! ¡Mierda es lo que eres, mierda rastrera de caballo que repateo y me paso por el forro de los huevos! ¡Te lo escribiré sobre tu tumba!-
-Soy un alienígena, y los que me conocen me llaman Omega, Omega Lee Curtis.-dijo al tiempo que lanzaba el habano sin mirar hacia atrás y explotaba la gasolinera en la que acaba de repostar. Toda la ciudad se iluminó durante dos segundos, y a un niño con cabeza de haba le pitaron los oídos en otra dimensión. Una de las muchas que pueblan la existencia, como en un dodecaedro, miles de universos nos rodean e infinitas son las posibilidades, pero Omega, Omega Lee Curtis mintió. No era un alienígena, solo un pobre desgraciado con ganas de gastar bromas por teléfono. En resumidas cuentas, un capullo.

Fin del relato




-Pero debo marcharme. Este sitio me entristece.-dijo Mike con el rostro ensombrecido.
-No te preocupes por eso. Tienes que alcanzar las ruinas de la catedral de Sanctórum y allí obtendrás la respuesta que tanto ansias.-
-¿Seré su sustituto? ¿Seré el nuevo…?-
-No tengas miedo Mike, tarde o temprano todo finaliza. No has desperdiciado tu vida y eso lo puedo asegurar. Es el momento de abandonar lo que te impide continuar, y para lograrlo tienes que borrarme de tu mente. No tienes la culpa de mi muerte, no tienes por qué seguir cargando con ello Mike. En aquel entonces solo eras un niño.-
-Yo no quería que pertenecieras a la pandilla y por eso te empujé al exterior de la cabaña. El tiempo se congeló a las doce de esa mañana mientras caías sobre aquella piedra afilada que te quebró las vértebras cervicales. Vi el terror en tu mirada y se grabó a cincel en mis retinas. Me arrepentí toda mi vida pero no fue suficiente, nada hizo que volvieses. El resto del mundo siempre creyó que fue un accidente y yo…dije que fue un suicidio.-
-Pero aquí estoy Mike, y pese a todo sigo queriéndote.-dijo Ángela. Su voz desprendía un halo de paz budista.
-Y yo.-le contestó Mike, al tiempo que las lágrimas de sus ojos descendían sin cesar por su rostro ajado.
-Entonces, camina hacia el noroeste. Lo harás mejor que Kiel Aklator.-
-Claro que lo haré. Soy un hombre nuevo y tengo que afrontar mi destino.-




ANTICOSMOS

La última hoja de la partitura permanecía en el soporte de un órgano enmudecido, mientras que una lluvia torrencial atronaba sobre los quebradizos tejados de la inmemorial catedral gótica.
El reciente Nigromante del Anticosmos había horadado la tierra con sus pasos durante eones hacia el noroeste, tal y como le explicó la voz de su hermana muerta hasta alcanzar la playa de un mar rojo como la sangre, que se movía incansable a través de las faldas de un remoto y ruinoso santuario. Creía haberlo encontrado y estaba apunto de tocar la última nota de un órgano descomunal, un do grave y perturbador, un último y quejumbroso aullido del averno que diera comienzo al fin de los tiempos.
Acababa de descubrir que el Anticosmos era algo intangible, y que éste se alzaba ante él de una forma que nunca esperó. A su alrededor, se apostaban infinidad de formas etéreas y anaranjadas que lanzaban cánticos en voces extrañas pero conocidas, y tal vez soñadas por algún amor muerto hace siglos.
Era real, todo era cierto y el Anticosmos en algo se parecía a la música.
Al final, todo cobraba sentido, él y sus amigos habían formado parte de una extraña y loca composición de orquesta.
Mike se metió la mano en el bolsillo del chaquetón y sonrió al sostener el Anticosmos entre sus dedos, no pesaba, y en algo se parecía a la música. Sabía que tarde o temprano tendría que decirlo en voz alta, y que eso traería consecuencias de dimensiones desconocidas, aún así lo dijo, al tiempo que ejecutaba sobre la tecla del órgano un do grave y perturbador, un último y quejumbroso aullido del averno.

¿Es el Anticosmos el primer pensamiento racional y consciente de la humanidad…?-preguntó Mike con los ojos abiertos como platos.

De pronto, en algún recóndito lugar del ancho continente Africano, las ramas de unos árboles en la espesura de una selva se agitaron en todas direcciones, y una criatura con aspecto de chimpancé calló al suelo desde una altura de siete metros, la bestia se rascó con viveza el golpe de la cabeza con los dedos de la mano derecha y miró al cielo desde el claro que se erigía entre las oscilantes copas de los árboles, sus ojos oscuros se iluminaron al contemplar la magnitud de las estrellas y se lanzó una insignificante pregunta.

¿Cómo he llegado a parar aquí?

Y entonces, como un do grave, como un último y quejumbroso aullido del averno sonó la voz de Mike, del Nigromante del Anticosmos definitivo.

Gracias a mí, pero puede que lo olvides, aún así trata de recordarlo porque mi voz, tal y como la estás escuchando, ya se ha extinguido para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario