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viernes, 2 de noviembre de 2012

La caza de Sora


La caza de Sora


por: Félix Manuel Olivera González,  Librilla  02/11/2.012



por Félix Olivera


Año 1.706


En una pequeña y humilde aldea rural del antiguo Imperio Español vivía Sora, una joven y hermosa muchacha de quince años que trabajaba hasta la extenuación en la antigua quesería de sus padres. La joven se quedó huérfana a los doce años y tuvo que encargase ella sola del cuidado de la granja. Algunas tardes, su amiga Carmen le ayudaba con la preparación de los quesos, pero la mayor parte del tiempo Sora estaba sola y triste.
Muchos aldeanos de Sotana envidiaban  su quesería y nunca le compraron sus productos, la mayoría prefería ir a otras tiendas en las que los quesos eran mucho más caros y de peor calidad. Sin embargo, no todas las personas en Sotana pensaban igual y Carmen su fiel amiga era una de ellas.

Una tarde, mientras Sora se disponía a cerrar la tienda después de un duro día de trabajo, descubrió que alguien había pintado una cruz roja en la puerta de la entrada de su casa. Pensó quitarla a la mañana siguiente porque estaba muy cansada, y al día siguiente, se despertó con energías renovadas y se preparó para limpiar la puerta, una tarea que le llevó casi toda la jornada. Sora tenía muchos animales en su granja: treinta y cuatro cabras, quince conejos, siete gallinas, dos perros y doce gatos. Y de ellos obtenía todo lo que necesitaba para vivir con decencia.
Por la mañana, Sora llevaba las cabras a los pastos y volvía cuando llegaba la hora del almuerzo. Luego, al llegar la tarde, Carmen le traía alguna noticia interesante del pueblo  y le contaba todo lo que había aprendido en la escuela.
Un día, mientras Sora estaba en su tienda, llegaron desde el pueblo dos mujeres conocidas por los lugareños como las Beatas, las dos corpulentas mujeres cogieron un solo queso del estante y cuando Sora les dijo el precio, estas se escandalizaron, la insultaron y se lo llevaron sin pagar arrebatándoselo de las manos. La muchacha se quedó paralizada y perpleja viendo como se marchaban y rompió a llorar de impotencia.
Al día siguiente, Sora fue al corral de las cabras para alimentarlas y allí se encontró con que alguien había roto el cerrojo de la verja y las había soltado a todas.
La joven estaba desconsolada y salió corriendo a buscarlas por los alrededores de la zona, y una a una las encontró a todas degolladas. Se preguntaba quién podía haberle hecho una cosa tan cruel y sin motivo alguno.
Más tarde, Sora llamó a su amiga Carmen, la visitó a su casa y le contó lo que le había pasado ese día. Las dos muchachas estuvieron llorando por ello toda la tarde, pero al final vislumbraron un atisbo de esperanza y se rieron de todo.
Cuando Sora se marchó a su casa, Carmen le contó la historia de lo que le había ocurrido a su amiga a su padre, y éste le dijo sin más explicaciones que jamás se volviera a juntarse con ella, y que si se atrevía a desobedecerle que la metía a monja.
En su lúgubre habitación, Sora estuvo pensando toda la noche en sus pobres cabras y en una solución a su terrible situación. Al final, se decidió por vender algunos muebles de valor para comprar otras cabras y así recuperarse aunque iba a ser difícil.
Varias semanas después, mientras paseaba por los pastos con sus fieles perros, descubrió unas setas que para ella eran desconocidas. Se llevó a su casa todas las que encontró, y en un alarde de imaginación, mezcló las setas con sus quesos y estos resultaron aún más deliciosos.
Con el paso de los meses la venta de quesos se disparó, llegaba gente de toda la comarca e incluso extranjera y su fama fue tan lejos que llegó a oídos del mismísimo Carlos III de España. No daba abasto con las ventas y sin la ayuda de Carmen se veía desbordada, pero con el dinero que estaba ganando pudo restaurar su casa y llegó a conseguir el mayor rebaño del pueblo. Lo que aún despertaría mas envidia.

Una fría mañana, llamaron a la puerta de Sora dos religiosos acompañados de tres corpulentos guardias. La prendieron por el cuello con fiereza y la acusaron de brujería. Le dijeron que las pruebas para llevársela consistían en la posesión de innumerables gatos negros, la utilización de setas demoníacas del bosque y los pactos que realizaba con el diablo para conseguir que el negocio le fuera bien estando completamente sola. Esto último dicho por las Beatas.
Mientras la arrastraban a la diligencia, apareció Carmen entre sollozos pidiéndole a los guardias que la soltaran pero no le hicieron caso. Carmen abrazó a Sora como pudo y rompió a llorar al tiempo que su amiga le susurraba unas breves palabras en su oído. Carmen comprendió rápidamente y se marchó corriendo con las lágrimas surcando sus mejillas.
En su juicio final, Sora fue condenada por la santa inquisición a morir en la hoguera y a la expropiación de todas sus propiedades para la Iglesia. Carmen, que estuvo presente en el juicio, no pudo contener su rabia y recordando las palabras que le dijo su amiga se marchó a la granja.
En la plaza del pueblo y delante de toda la gente que la odiaba, Sora murió calcinada y las llamas la abrasaron a la vez que le gritaban :
-¡Bruja! ¡Arderás en el infierno! ¡Puta endemoniada! ¡Vas a triunfar, sí, pero en tu tumba! ¡Mirad todos como arde! ¡JAJAJA!-
Después, todos  los habitantes de Sotana se dirigieron en tropel hacia la quesería para desvalijarla y se quedaron boquiabiertos cuando descubrieron la granja cubierta de llamas y elevadas columnas de humo gris.
Carmen, su verdadera y única amiga, había cumplido su promesa y había salvado la quesería.



Fin
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