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jueves, 20 de diciembre de 2012

Si Teresa despertara de los gélidos páramos, sombra que antaño al cielo se alzara, volvería de nuevo ataviada con suaves linos y rubíes de relucientes aristas derritiendo el hielo… 

por Félix Manuel Olivera González, Librilla 20/12/2012



Teresa se despertó al escuchar el despertador, abrió los ojos, se incorporó en la cama y dio un largo bostezo. Luego, se dirigió hacia el ropero y se vistió con una camiseta blanca surcada por rallas de colores y vaqueros desgastados muy ceñidos a las piernas. Después, se encaminó hacia la cocina donde la estaba esperando su madre con el desayuno preparado sobre la mesa. Su madre, la señora Hárbury, era profesora de literatura española en la Universidad y además una gran ama de casa.
Teresa se bebió el vaso de leche sin pestañear, cogió su almuerzo, lo introdujo en su mochila y salió por la puerta tras despedirse de su madre. Que seguidamente la agarró del brazo con fuerza para decirle algo, aunque Teresa no escuchó bien las palabras de su madre porque tuvo un deja vu, una especie de recuerdo que como una estrella fugaz surcó su mente inocente. Luego, el recuerdo desapareció y se borró no pudiendo recordar nada en absoluto. Ya de vuelta en sí Teresa sintió la presión de los dedos tan punzantes como la deflagración de un disparo de pistola. Tembló unos instantes y el pánico la invadió. En ese momento, se vio a ella misma a través de un espejo claro como un día sin nubes atravesando un ancho mar de nieve, empapada de sangre congelada y abrazada a un hombre de aspecto oscuro y desaliñado. Sin previo aviso, las palabras de su madre interrumpieron sus devaneos mentales y estos desaparecieron en la nada más neblinosa.

-Teresita, tenemos que acabar con ese cuervo que se posa todas las mañanas en el alféizar de la ventana de la cocina a las doce en punto de la noche. Es un bichejo asqueroso, repelente, especialmente pesado. A ver si es posible que tu padre, Don Monsieur Gorroné, se decide a hacerlo de una vez.-
Teresa comenzaba a no dar crédito a lo que ocurría. La joven creía estar recordando cosas que jamás sucedieron en su vida. Incluso sintió escalofríos al escuchar el nombre de su padre.

-¡TENEMOS QUE MATAR A ESE CUERVO!-se dijo a ella misma. Perpleja. Nunca creyó escuchar a su madre decir nada sobre eso. Tuvo miedo.
Sin embargo, al transcurrir el día las cosas fueron tomando un rumbo peor aún si cabe, porque poco a poco Teresa iba sintiendo que el mundo que habitaba no le resultaba del todo cierto, y que éste cambiaba por momentos.
Cuando llegó la tarde y tras merendar en su casa, Teresa llamó por teléfono a su amiga Ángela para quedar un rato para ir al parque del barrio de Lie Town y charlar sobre sus cosas.
Teresa se subió a un columpio, se meció varias veces con desgana y finalmente se detuvo. Después de meditarlo le dijo a Ángela que su vida se estaba volviendo irreal, y que ya no se sentía la misma que siempre había sido.
Teresa estaba llegando a percibir que en otro lugar muy parecido a su mundo había otra viviendo otras experiencias, pero que en esencia, ambas eran o habían sido siempre la misma. Y que desde que despertó ese día podía ver a la otra a través de brevísimos recuerdos. Tan fugaces como las estrellas del firmamento que desaparecen sin más en mitad de una oscura y callada noche.
Tras escucharla con mucha atención, Ángela trató de tranquilizarla y le explicó que en ocasiones esas cosas extrañas podían ocurrir y que quizás la más simple explicación fuese que solo se tratase de un fallo del cerebro. Algo sin mayor importancia. Le aconsejó que no se preocupara, ya que su hermano Mike, casi de la misma edad que ellas aunque un poco mayor, también había vivido cosas semejantes y no solo en los sueños, donde el mundo onírico y el real se confunden con frecuencia, generando en la psique gravísimas confusiones que pueden acarrear la muerte del que las padece.
Cuando Teresa escuchó el nombre de Mike, sintió un profundo escalofrío que la dejó helada, igual que si la hubiesen matado a sangre fría. Pues no era la primera vez que escuchaba ese nombre en ese mundo. No podía creerlo, esa sensación extraña no se libraba de ella.

-¿Has dicho Mike? ¿De veras?-le preguntó Teresa, aunque en el fondo sabía la respuesta de una estúpida pregunta como esa.

-Sí, Teresa, ese ha sido siempre el nombre de mi hermano desde que nació. Como ya bien sabes.-habló Ángela, esta vez sin disimular su preocupación. Se sintió un poco incómoda también.

-¡Hasta hace poco eso es lo que pensaba!-exclamó mientras los lagrimones surcaban sus mejillas. Sollozaba sin consuelo.

-¡TRANQUILIZATE!-le aseveró Ángela de forma inesperada. No has de tener ningún miedo. Ha sido un día muy raro y agotador para ti. Ya verás como todo se arregla cuando duermas y abras los ojos mañana.
Todo amanecer es siempre una esperanza para el hombre. Ya lo decía Tolkien, no te aflijas por nada Teresita y haz caso de una buena amiga. Además, puede que mañana sea el mejor día de tu vida. ¿Acaso alguien mejor que dios lo sabe?
Ahora debo marcharme, tengo que aclarar unos asuntos con mi hermano Mike. Nada importante. Descansa joven amiga y vete serena a tu casa.-terminó Ángela.

-Así lo haré. Gracias por tus cálidas palabras, Ángela. Sabes reconfortarme como nadie, te lo agradezco de corazón. Tus palabras son un susurro que arrastra el viento por parajes desolados derritiendo el hielo. Gracias. AMIGA.-contestó con cariño sincero y admiración.
A la mañana siguiente, Teresa abrió los ojos con lentitud parpadeando un par de veces. Después, se incorporó en la cama y dio un largo bostezo. Luego, se dirigió hacia el ropero y se vistió con una camiseta blanca y vaqueros ceñidos a las piernas…
No, no ocurrió así, ese solo fue un recuerdo del día anterior. Un instante que se perdió.
Teresa volvió a abrir los ojos y lo hizo en un mundo desvalido y roto. Arrasado por la erosión del pensamiento.
La joven fue la primera del grupo en morir, y a su vez, la primera en regresar de las garras de la muerte como si todo lo sucedido antes de despegar el cohete en Dunfront solo hubiese sido un sueño. Se alzó del suelo como pudo y contempló los cuerpos sin vida de Woodworld y Luco. No vio ni a Mike, ni a Matacuervo. De momento estaba sola, en el interior de las ruinas inmemoriales de una antiquísima catedral frente a un órgano forjado por manos habilidosas que únicamente sonaba en Do. Un Do desgarrador y definitivo sentenciador de mundos.
También vio sobre el suelo de las ruinas cristales que conformaban una especie de orbe espejo que separados aún reflejaban extrañas formaciones tormentosas en otro lugar del tiempo y del espacio.
Ella creía haber muerto en aquel mundo dónde todo comenzó con un arcón mágico, una onda multicolor y su fugaz historia de amor con Matacuervo frente a un lago soñado. Creyó haber muerto desangrada y helada de frío entre los brazos de su amado Matacuervo tras ser alcanzada por el disparo de Mike, su primer novio y el que la ayudó a escapar del hechizo que la tenía presa en su casa por culpa de las artes de Mataciervo, hermano de Matacuervo, que era el anterior Nigromante del Anticosmos antes de morir a manos de Luco, su propio hermano. Cuya historia en el lago de Woodworld era aún más inverosímil.
Sin embargo y pese a todo pronóstico, la historia de Teresa en aquel caótico lugar no había concluido. La pesadilla continuaba.
No muy lejos de donde Teresa se encontraba alcanzó a ver el mar. Un mar rojizo y de oleaje calmado en el que pudo otear en la distancia a una grisácea silueta. Se trataba de un hombre que no creyó reconocer. Enfocó mejor entrecerrando los párpados y vio que se trataba de Mike, convertido ahora en el Nigromante.
Mike permanecía arrodillado dentro del agua restregándose los ojos. Aunque se trataba de un hombre lloraba por todo lo perdido, que no era poco. Estaba muy viejo y tenía una larga barba blanca que se mecía con el vaivén de las olas.
Había hecho un largo viaje en un cohete hasta llegar a la Tierra y la voz omnisciente de su hermana Ángela le había dicho que continuase hasta que logró alcanzar las ruinas de Sanctórum. Luego, pulsó la tecla del órgano de las ruinas y el Anticosmos se convirtió en el primer pensamiento consciente de la humanidad. Se dio cuenta de que era el nuevo Dios, pero que su historia no había terminado ahí. Miró el orbe espejo y contempló a Matacuervo transmutado y sediento de venganza. Lo buscaba para matarlo y ser el Rey que deseaba ser.
Teresa se acercó a Mike y este la miró atónito.

-¿Alguien puede explicarme de verdad de qué va todo esto? Porque no logro entenderlo. ¿Puedes explicarme por qué he vuelto de entre los muertos vestida así? Si tú me mataste.-habló Teresa pensando bien sus palabras.

-Es algo que no tiene explicación. Ha ocurrido así y ya está.-le contestó el Nigromante del Anticosmos con serenidad.

-¡Por qué sigo viva! ¿Dónde estamos?-le dijo desesperada y agarrándolo de su toga deshilachada.

-Lo único que sé con certeza es que él ha vuelto transfigurado en cuervo para acabar conmigo y con la estirpe de los Nigromantes del Anticosmos de una vez por todas. Y si te sirve de consuelo las mismas preguntas que te haces son las que me llevaron hasta aquí. Así que sería mejor que lo dejases.-le aconsejó Mike. -Lo más lógico es pensar que si has vuelto a la vida es porque este mundo no es todo lo real que parece, la reserva Dunfront, las ruinas, el órgano, el orbe espejo y Matacuervo no hacen más que asegurarlo. Lo más sensato es creer que somos producto de los sueños de los seres de otro mundo mucho más estable, lento y con más sentido que el nuestro. Solo que esos seres no lo saben y nos están volviendo totalmente locos.
Somos habitantes de un mundo imaginado en el que los recuerdos de ambos mundos se confunden. Habitantes de un reflejo que vagan sin rumbo guiados por los acontecimientos que le ocurren, o mejor dicho, me ocurren a mí. El Nigromante del Anticosmos.

-Tiene sentido. Pero solo es una suposición.-le dijo Teresa ya más calmada.
Justo al acabar de decir la frase su hermano Luco abrió los ojos, después lo hizo Woodworld y finalmente se abrieron los cielos cuando el viento rugió huracanado entre las ruinas.
Matacuervo apareció convertido en cuervo deslizándose a gran velocidad atravesando rayos, lluvia y nubes de vapor condensado con el único objetivo de asesinar a Mike. Pero el momento se congeló en el tiempo cuando la joven Teresa cesó la lectura. En seguida, guardó su libreta  y su estilográfica con cuidado en un cajón de su mesilla.
Hasta ese momento había escrito la historia más apasionante de toda su vida. Le gustaba como sonaba la palabra Anticosmos porque tenía una sonoridad excelente, y el Mago del Anticosmos le parecía un nombre increíble para titular su historia.
Pensaba que utilizar nigromante hubiese sido un error garrafal por lo mal y lo pretencioso que sonaba, además quería sonar como el Señor de los Anillos. Un horror.
Aun así esto no le importaba mucho porque no creía que nadie fuese a leerla nunca.
De pronto, se abrió la puerta de la habitación de Teresa y apareció su madre con cara de pocos amigos.

-Lo siento hijita, pero ha ocurrido algo terrible esta mañana aquí en Lie Town. No sé como decírtelo pero está bien. Lo diré.
Tu amiga Ángela ha aparecido muerta a los pies de la cabaña del árbol a la que ibais a escuchar música en el tocadiscos, y Mike estaba con ella.-
Tras escuchar a su madre Teresa se quedó petrificada y no pudo articular palabra. Sin contestarle nada se metió entre las sábanas de su cama y comenzó a sollozar. Hárbury trató de consolarla pero no lo consiguió pues Teresa rechazaba sus abrazos.
De modo que Hárbury abandonó la habitación y la dejó en soledad. Le lanzó una mirada de consuelo pero nadie la vio jamás.
Luego, Teresa abrió el cajón de la mesilla donde guardaba su historia, sacó el cuaderno, la estilográfica y escribió las primeras palabras que le llegaron a su mente.
Si Teresa despertara de los gélidos páramos, sombra que antaño al cielo se alzara, volvería de nuevo ataviada con suaves linos y rubíes de relucientes aristas derritiendo el hielo…
Dejó caer la estilográfica sobre el cuaderno cuando creyó escuchar un repiqueteo en el cristal de su ventana.
Aunque afuera hacía un frío intenso Teresa abrió la ventana y vio ante ella a un pajarraco negruzco. Un cuervo enorme que le graznó a pocos centímetros de la cara. El reloj marcaba las doce.
Y Teresa comprendió su idioma.

-¡Ya ha comenzado el Testamento del Cuervo!-le dijo el ave del inframundo.
Volvió a graznar y a Teresa le pareció un graznido de libro de fantasía o de libro de aventuras juvenil. Sabía lo que eso significaba.
La segunda parte de su historia tomaba forma.
¿Qué es la fantasía sino la realidad contada desde otra perspectiva? Escribió, y el cuervo se posó en su hombro y su último graznido fue…
<<¡LOS DOGMAS DE ESTA FANTASÍA SE ORIGINAN EN LA CIUDAD DE LOS ESPEJOS!>>

-En esa ciudad…- pensó Teresa. -Van a ocurrir cosas interesantes.-concluyó.
Esos días fueron agotadores para Teresa por todo lo ocurrido. Programó el despertador, cerró los ojos y se hundió en la cama como si su cuerpo pesara más de mil toneladas de acero puro.
Se durmió.
Soñó…con una chica apoyada en una ventana lanzando rubíes por esta y las piedras preciosas rodando por los cristales de La Ciudad de los Espejos. Era ella la que se sentaba en el Trono de Hielo y a sus pies se extendían infinitos cadáveres y esqueletos humanos.
Allí, Ángela vestía un traje de plumas negras. Allí, Matacuervo vestía un traje de sangre.

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