Bienvenido a La Carretera Expedientada

Un espacio para leer historias, pasarlo en grande, compartir textos literarios y comentar con libertad.

un saludo, Félix Olivera

jueves, 20 de diciembre de 2012

Matacuervo se convierte en cuervo
por Félix Manuel Olivera González, Librilla 20/12/2012


La oscuridad se cernía  en el Anticosmos como si un agujero negro hubiese atrapado la luz de todas las galaxias.



A los ojos del cuervo ellas se movían tan veloces como Madonna en Ray of Light huyendo sobre los lomos de los corceles del destino para evitar su cruz.
El caballero de estas princesas nació y creció en un bello castillo rodeado de todas las posibles comodidades que el lujo brinda. Y así pasó la infancia, entre fantasías.
Más tarde alcanzó la adolescencia con el desprecio y el dolor como únicas compañeras. Conoció la soledad y el vacío interior. Contempló todas esas cosas que a un buen hombre harían correr despavorido. Disfrutó de las mieles de muchas mujeres, también del sexo desenfrenado y se perdió solo en alguna que otra noche buscando algo más que compañía. Incluso perdió a su corcel.
Habló algo de filosofía, bebió cientos de jarras de cerveza y descubrió en una extraña alcoba algunas respuestas que luego no importaban.
El caballero se curtió durante años bajo el sol y las sombras del dolor. Libró mil y una batallas y en casi todas perdió todo excepto las ganas de seguir luchando.
Descubrió en la sanación de los otros el arte de darles lo que le despojaron en su niñez sin piedad, cuando apenas hablaba y dejaba que opinasen por él.
Siempre prestó servicio al padre y se tragó todas sus malas energías. Se colmó de odio, de dolor, lloró y lloró sin que nadie lo supiese hasta postrarse de rodillas suplicando piedad. Fue rechazado de nuevo por las mujeres y murieron uno a uno todos los seres que amaba y adoraba.
Todo ello endureció su corazón hasta casi extinguirlo en las sombras del olvido y la duda existencial se apoderó de su alma.
Después, explotó en infinitos pedazos y alcanzó la ansiada espiritualidad que su propio ego rechazó siempre.
El caballero se marchó a la guerra alzando su más afilada espada y les cercenó la cabeza a todos aquellos monstruos que durante tanto tiempo le habían perseguido en sus viajes. A lomos del corcel atravesó como un demente campos, ciudades, valles, bosques, ríos, lagos y se arañó la piel con el polvo y las ramas. Solos corcel y amo.
El corazón del caballero se aceleró inmerso en los caminos. El tiempo desapareció sin dejar rastro y las horas se fundieron con el presente, la paranoia y el miedo a nuevos miedos.
Fue gritando y maldiciendo a todo el mundo, olvidándolo todo y dejándolo sin mirar atrás. Y casi perdido y al borde de la muerte apareció ante sus ojos la más pura y hermosa imagen de su madre que lo estrechó contra su pecho y lo devolvió a la realidad.
Volvió a casa, a su pueblecito entre las montañas donde el sol riega campos y corazones. Olvidó por un tiempo al corcel, a las musas y a la duda. Esquivando de su mente todo aquello por lo que un día había huido. Se afeitó la barba de ermitaño en la palangana, se miró en el espejo los cortes de la cara provocados por la cuchilla de afeitar y vio que la imagen del niño se había transformado, y lloró por dentro al percatarse de que se había vuelto un hombre. Después corrió hacia su amado corcel y lo limpió con agua y jabón, le dio de comer paja y se fue a buscar a los viejos amigos que aún quedaban pero vio que para eso también era demasiado tarde. Todo parecía diferente en la conversación, y ellos se limitaron a contemplar los roces y cicatrices de su cara y su corcel, luego se miraron dubitativos y al final le volvieron a mirar asombrados porque se dieron cuenta de que aquel caballero que un buen día partió ya nunca volvería a ser el mismo. No tras haberlo perdido todo en la batalla más grande a la que un hombre se enfrenta desde que nace, la lucha contra uno mismo.
Les dio algunas explicaciones, unas las entendieron y otras no, hubo abrazos en la noche, cariño y luego frialdad. Como si algo se hubiese perdido para siempre.
El caballero sintió congoja en su corazón, pues no podía volver atrás. Sintió angustia, mareos y ansiedad. Sabía que a partir de ese entonces todo le resultaría más normal, mucho más simple y que aquellos maravillosos sueños a los que a todo aplicaba, eran solo eso, sueños, y que si no lograba adaptarse a la simpleza del nuevo cambio volvería otra vez a los caminos para acabar cometiendo el mismo error.
Muy aturdido por el largo viaje el caballero volvió a la normalidad del tiempo, del orden y la organización. Volvió  a las musas pero ya sin la duda, y las vio meros objetos sexuales muriendo para él todas las princesas de la tierra, incluso murió la luna. Y con esa partida sabía que tarde o temprano llegaría a su vida una reina con la que luego nacería el hijo, para después estar solo nuevamente y que al final él nunca quiso ser un caballero o mucho menos un héroe.
Todo fue por culpa de la muerte y su perseverancia por destruir todos los castillos que se alzan con los sueños de los hombres, que como el caballero un buen día fueron jóvenes e inocentes niños en un mundo dominado por el caos y la devastación.
Al final nota como su cuerpo se transforma en el de un cuervo y que vive en su propia fantasía.
Bate las alas, podéis mirarlo y admirarlo al mismo tiempo. Es negro, feo, tiene el pico áspero y el corazón de un hombre abatido.
Abandona el Anticosmos, recorre los tejados enmohecidos del castillo con los pies descalzos de un niño espetado por los gritos de su abuela.
Finalmente escucha la dulce voz de su madre. La ama. Dice.

-¡Ven aquí, mozalbete!-dijo una mujer de una belleza demoledora, que estaba sentada en una mecedora frente al fuego de una chimenea de piedra.
-No seas tonta, madre.-le contestó un niñito con el ceño fruncido.
-Ya sabes que los dos sois iguales para mí. -le dijo la mujer, al tiempo que lo sentaba sobre sus cálidos muslos.
-Pero Mataciervo es un idiota, nunca quiere estar contigo, y yo, te busco por el castillo, te abrazo y te cubro de besos. Soy un buen hijo, el mejor, madre.-dijo a punto de soltar unas lágrimas y apartando su mirada para que no le viera.
-Matacuervo, no debes odiar a tu hermano, aunque los dioses lo hayan elegido a él como su sucesor, tú siempre serás importante para mí.-le dijo su madre con ternura, a la vez que le acariciaba los largos mechones oscuros.
-¿Por qué los dioses son tan crueles conmigo, madre?-
-Ellos nos rebelaron tu destino, Matacuervo, pero no permitiré que acabes en esa prisión oscura. Sólo si haces lo que digo.-
-Los dioses son despiadados, han maldecido a nuestra familia.-dijo el pequeño, al tiempo que alzaba la vista a través de la ventana del salón en dirección a la lejana cúspide celeste.
-Los dioses no, Matacuervo, yo fui la que elegí a vuestro padre, el Nigromante del Anticosmos.-
-Entonces, cuando yo haya unido los mundos, esa horrible estirpe de nigromantes habrá sucumbido, seré coronado rey, me alzaré con una reina y por nuestro linaje fluirá la sangre de la vida, no la de la muerte. Las gentes de ambos mundos me aclamarán sin siquiera preguntarse el porqué, ¡lo harán, simplemente lo harán!-
-No Matacuervo, sin amor nada fluirá, y tú eso lo sabes. Aléjate de la oscuridad y ven conmigo, que hay que preparar la cena de tu padre.

De pronto, Matacuervo se despertó de la pesadilla con un sudor frío en la frente, recordando en su mente las sabias palabras que pronunció su madre aquella noche bajo las estrellas del destino; “Matacuervo, sin amor nada fluirá”, y entonces miró a Claudia, que dormía a su lado a pierna suelta, y vio con claridad que nada fluía.

Finalmente rechaza la propuesta de su madre y no se aleja de la oscuridad. Después de tantos obstáculos su destino se cumple y Matacuervo se convierte en cuervo.


 Imagen posteada

No hay comentarios:

Publicar un comentario