El Testamento del Cuervo
escrito por Félix Manuel Olivera González, Librilla 20/12/2012
Un inmenso marenostrum de espuma y cientos de vivaces peces se transformó en un remolino de miles y miles de kilómetros de extensión, y un hombre de largas barbas y telas hebreas alzaba su callado en lo más alto de la más elevada colina de la tierra hasta entonces conocida. Segundos después, esos mares se abrieron hacia los extremos creando a su alrededor una larga senda de arena y polvo.
El elegido de dios dio la vuelta sobre si mismo para observar la grandiosidad de su pueblo, pero solo vio a un hombre con aspecto de ave agazapado y envuelto en sombras que se movía como un pájaro e iba cubierto por entero de oscurecidas plumas.
-¡Oh, demonio del averno! ¡Llegas tarde para ayudar al dios egipcio del sol!-le gritó el viejo con toda la fuerza de su garganta.
-...-el demonio del averno permaneció silencioso y dubitativo por su exaltado contrincante.
-¡NO VAS A CONTESTARME! ¡ABRE ESE ASQUEROSO PICO Y CANTA LAS CANCIONES DE LAS ASCUAS, QUE TU MALDITO TRINO NO ME DOBLEGARÁ!-le maldijo enfurecido sosteniendo el callado y balanceándolo en el aire.
-Mi verdadero nombre es Matacuervo, y estoy aquí para cambiar la historia del Nigromante del Anticosmos.-
Entonces, la bestia extendió sus alas negras y mostró sus afiladas garras, y con ellas le abrió con rapidez el vientre al viejo del callado que vivió unos segundos para intentar sujetarse las tripas con las manos. Unas manos cubiertas de sangre que soltaron finalmente el bastón de su dios.
El hombre cuervo se lo arrebató con desprecio y lo quebró en dos mitades con el pico. Luego, las aguas bramaron con rotundidad la voz del cambio y se unieron con un atronador rugido antes de lo previsto consumiendo la vida de las gentes que se congregaban rezando, comiendo y cantando más abajo en la senda. Seguidamente, Matacuervo sonrió satisfecho y graznó hacia el cielo, y casi se atragantó de júbilo por esto.
Sin embargo y casi al mismo tiempo, algo se quebró lejos de ese lugar. Hubo una nueva grieta en el orbe-espejo por el que Mike observaba con atención. Un instante más y las grietas se alargaron como ríos hasta que el espejo se hizo añicos. Sanctórum tembló, y las formas anaranjadas que rodeaban al Nigromante del Anticosmos lo abandonaron definitivamente. Sólo habían transcurrido doce minutos desde que hablara con el Australopithecus de la selva africana, miles de años tras la muerte de sus amigos del reflejo, desde que Matacuervo fuese a acabar en una prisión oscura y sin paredes de la que había vuelto transfigurado. Luego pensó que el Anticosmos y todo lo que conocía había sido un engaño, y que apenas sabía nada sobre lo que había ocurrido.
Una verdadera locura se había desatado, Sanctórum volvió a temblar y uno de los pilares maestros de lo poco del templo que se mantenía en pie cayó sobre él.
Mike se apartó a tiempo tratando de no ser aplastado, y en el suelo vio junto a sus ojos uno de los fragmentos del orbe espejo. En el interior del cristal contempló a una especie de hombre cuervo batir sus alas negras soltando muchas plumas en el despegue y tan solo se escuchó el graznido de un hombre solitario y enfermo sediento de venganza, que siguió graznando hasta perderse en mitad de un cúmulo de nubes negras que amenazaban con lejanas y ruidosas tormentas.
Y cuando por fin se aplacaron los mares del marenostrum ya no hubieron más quejas ni lamentos, solo cuerpos humanos sin vida flotando sobre las olas, y los hambrientos peces del mar rojo tuvieron algo que cenar esa noche del infierno.
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