El arcaico don de la escritura
Con el tiempo descubrí que en realidad uno hace las cosas no con el afán de que alguien pueda reconocerlas o valorarlas sino con el fin de que uno mismo, el escritor o el que escribe logre algún tipo de satisfacción ante la dura realidad de la vida, contra la soledad en la que nos vemos inmersos a través de un día a día que como una gastada vela nos consume.
Haber leído tanto durante estos años no hizo en mi más que reafirmar que apenas había logrado alcanzar un fin y que pocas satisfacciones habían llegado a calarme de todo lo escrito.
Me siento a veces como aun en la base de una cima inalcanzable donde se ven los que alrededor del camino por unas circunstancias u otras se van apartando, y ya llegados a este punto de mi vida he de dejar constancia de que algunas cosas si que merecieron la pena y que alguno de los muchos sufrimientos pudieron verse olvidados. Años de destierro de lo que yo considero una etapa de joven alucinado ante cosas que no lograba comprender y que ahora se asoma a la fatalidad pero con prudencia, sabiendo ya que hay cosas que es mejor no saber y que de saberlas, pasado un tiempo dejarán de importar. A veces me he preguntado el por qué escribo y si en realidad trato de imitar a uno de los que he leído.
En una vida que pasa tan rápido ante los ojos y en la que apenas da tiempo ha acabar algo en condiciones he decidido que de seguir haciendo algo, que voy a hacer lo que me guste y en dirección a la sencillez, alejado de artificios y efectos que resuelven poco.
Hay personas que nunca cambiarán...
Y esto es con toda probabilidad lo más inevitable de la vida. Seguimos escribiendo sobre los corazones fríos y la pérdida del sentido y la ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario