La Serpiente del barro
Jaro, las ondinas, las ratas y el sapo avanzaron por la ciénaga sobre este y alcanzaron un saliente rocoso donde el sapo los depositó. Entonces, el sapo se zambulló y desapareció en las profundidades de las aguas.
De modo que al grupo no le quedó más remedio que seguir avanzando cubiertos de lodo hasta la cintura.
Su aventura por la ciénaga se les había complicado bastante, abandonados por una poderosa Águila Unialada y más tarde por un sapo no les quedó más remedio que continuar avanzando a ciegas por aquel inmenso lodazal.
Las ratas se habían repartido entre los hombros de Jaro y los hombros de las ondinas, y algo parecido a la desesperación y la angustia de no salir jamás vivos de allí comenzaba a empañar de oscuridad sus luminosos y valerosos corazones.
Sin embargo, no era el momento de rendirse, pues es cuando la vida se complica, cuando te pone delante los mayores obstáculos, cuando debes coger un mayor impulso y las fuerzas que resten para sortearlos y descubrir que para un corazón bravo nada es imposible ni tarde en el tiempo para lograrlo.
Así, que decidieron continuar alimentándose de larvas repugnantes de insectos, huevos de animales raros y de extraños peces de largos bigotes que se deslizaban entre la inmundicia de aquel lodo.
Con la ropa colaban el agua y bebían poco tratando de evitar en lo posible los dolores estomacales.
Y así transcurrieron varios días refugiados en una pequeña cueva que encontraron escondida en la inmensidad de la ciénaga. Allí encendieron fuego, comieron animalillos que ensartaron en palos y luego cocinaron y también bebieron agua que calentaron y limpiaron dejándola libre de impurezas.
Y una vez que todos hubieron llenado el estómago las Ondinas primero una y más tarde la otra comenzaron a contar sus historias. Algunas conocidas por Jaro y otras de las que nunca había oído hablar que calmaron su espíritu de ansiedad y de la desdicha de vivir en un mundo en constante cambio y repleto de peligros y adversidades, y por un momento, eso le hizo olvidar los pesarosos años de encierro en la mazmorra del castillo de Hans.
Las ratas se acurrucaron entre los cabellos de las ondinas, y Jaro abrazado a ellas también se durmió.
La noche y sus estrellas cubrieron el manto celeste, y la luna llena, espejo del tiempo, brillaba en un punto aportando su calma y serenidad.
A la mañana siguiente decidieron ponerse en pie y continuar con la marcha y atravesar la ciénaga para salir de ella.
Hordas de mosquitos e insectos los atacaron y agobiaron durante el camino hasta que llegaron frente a un inmenso lago que cubría de agua a Jaro y a las ondinas hasta el cuello, era uno de los mayores riesgos a los que ahora se enfrentaban, pero aún así decidieron seguir adelante y hacer frente a todos sus temores.
Las ratas se repartieron entre los hombros de Jaro y las ondinas, y comenzaron a atravesar la laguna justo cuando una de las ondinas notó el roce escamoso de un ser escurridizo deslizándose alrededor de ella, y la ondina se ruborizó y presa del pánico gritó, a lo que Jaro respondió tratando de que se calmara, la otra ondina la calmó agarrándola de la mano, y las ratas saltaron sobre ella junto a las otras dos y le acariciaron el rostro con sus patitas. Al final, la ondina se calmó, y la criatura escurridiza desapareció por unos momentos...
Entonces, continuaron avanzando solo que con mayor cautela. Caminaron un largo trecho cuando esta vez fue Jaro el que notó a la escurridiza criatura y de repente comprendió por qué la ondina se había alarmado tanto.
Una criatura semejante a una serpiente emergió del lodo y detuvo sus enormes ojos sobre el atemorizado grupo.
Y así estuvo un largo rato hasta que volvió a sumergirse en el barro.
El grupo continuó el camino y cuando ya casi habían atravesado el lago fueron sacudidos de nuevo por la criatura que les lanzó barro en las caras. Jaro se molestó y vio como la serpiente continuaba lanzándoles barro, algo que no acababa de comprender cuando otra serpiente se alzó del lodo erizando sus escamas, mostró sus afilados colmillos y se lanzó al ataque sin detenerse ni por un momento. Cuando ya casi los había alcanzado la otra serpiente, la buena, se cruzó en medio de la que se disponía a atacar y los salvó a todos de las feroces dentelladas que lanzaba al aire.
Luego, continuaron avanzando mientras que las dos serpientes se enfrentaban y a punto estuvo una de derrotar a la otra lanzándola con fiereza contra el lodo y las piedras, entonces la serpiente maligna abrió sus fauces repletas de afilados colmillos con el fin de devorar a Jaro, y fue en ese momento, cuando la serpiente se enroscó con fuerza entre sus piernas y el tronco y comenzó a apretarlo para romperle los huesos. En ese momento, las ondinas y las ratas se lanzaron contra la serpiente, y las ondinas lucieron sus puñales y los clavaron con fuerza en la casi impenetrable piel de la serpiente.
Y las ratas hicieron lo mismo con sus dientes afilados provocándole gemidos dolorosos a la serpiente mala, que en ese instante, se vio obligada a soltar a Jaro, y atravesando el barro con suma cautela y ondeando sobre el agua y el lodo la serpiente buena se abalanzó de nuevo contra la mala propinándole un cabezazo que la hizo sumergirse de nuevo haciéndola huir. Jaro y las ondinas pasaron un buen tiempo juntos atravesando la ciénaga y se hicieron muy amigos de la serpiente buena, y ya cuando quedaban unos pocos kilómetros para atravesarla la serpiente los abandonó.
De modo que el grupo salió de la ciénaga y alcanzó un bosque neblinoso.
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