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un saludo, Félix Olivera

lunes, 24 de abril de 2017

El Guardián de la Puerta- capítulo 4


La Otra Celda

capítulo 4

Mientras que Jaro y sus amigos luchaban por sobrevivir en el estómago de un enorme sapo de la ciénaga, lejos de allí, en concreto en el interior del Castillo del Rey Hans había una joven princesa encadenada a un muro que con el tiempo estaba destinada a convertirse en la esposa del Rey Hans, pudiendo salir del custodio del Guardián de la Puerta. La muchacha de piel cobriza, ojos verdes y pelo rizado y oscuro tenía profundas ojeras en el rostro por causa de no dormir y algunas molestias en la espalda debido a la incomodidad de las esteras del suelo. Para ella el mundo nunca había parecido un lugar amable y justo, mas bien poblado de desengaño, infortunio e injusticia. Porque allí donde un atisbo de bondad se erigiese, la maldad se alzaba para contrarrestar su efecto y como si de la raíz de un simple hierbajo se tratase, extirparla y romperla con tal de eliminarla. 
La princesa había aprendido a ser valiente a la fuerza y a sobrevivir por encima de cualquier adversidad, quizá su sonrisa se había resquebrajado un poco y el llanto, ese estúpido hábito, había acudido a ella en situaciones pasadas, sin embargo, ahora había recobrado cierto valor tras escuchar el feroz desmoronamiento de la torre vecina, donde el otro individuo que se llamaba Jaro, había logrado escapar.
De pronto, fue como si la esperanza iluminara sus ojos y creció día a día en su interior con la plena certeza de que más vale tarde que nunca y que todavía le quedaba una oportunidad para escapar.
Y fue en ese mismo momento, cuando apareció El Guardián de la Puerta muy enfurecido seguido del Rey Hans.
Entonces, la agarraron con fuerza de las caderas y la arrastraron entre la suciedad, las piedras y las calaveras y huesos que como ya era vieja costumbre adornaban celdas cuyo pasado ya se atisbaba poco prometedor para cualquier preso.
Después, el Rey Hans la agarró con fuerza de la muñeca y seguidos por el Guardián de la Puerta descendieron las escaleras de la Torre donde había estado presa y la arrojó al suelo con brusquedad y le habló de un sitio al que iban a llevarla donde una malvada hechicera se haría cargo de ella. Pasaron los días y un carromato-prisión conducido por el Guardián de la Puerta la llevó a un lugar apartado y oculto en lo más profundo de un bosque justo al lado de un antiguo castillo abandonado. El Guardián de la Puerta detuvo los caballos tirando de las riendas hacia él, abandonó su asiento, abrió la puerta de la muchacha y la sacó sin miramientos ni gentilezas de la diligencia. De pronto, apareció entre ellos una mujer muy bella con el pelo color oscuro cayéndole éste como cascadas sobre la espalda, y vestida como una reina.
También llevaba en la cabeza una hermosa y resplandeciente corona repleta de joyas y su impecable apariencia contrastaba con la ruinosa edificación que tenía por morada y de la que nadie más salió para recibirla.
La princesa sintió escalofríos al contemplar la morada y una rara sensación de incertidumbre al recibir por parte de aquella hermosa y solitaria Reina una sonrisa gélida.
En seguida, el Guardián de la Puerta se alejó en la diligencia a toda velocidad y la reina del castillo en ruinas agarró las cadenas que se entrelazaban en los grilletes que aprisionaban sus muñecas y la introdujo con pequeños y sutiles empujoncitos en el interior de la fortificación.
El interior, al contrario que se atisbaba desde fuera estaba impecablemente limpio y ordenado, y el mobiliario de gran valor revestía el interior dándole a las salas una apariencia de calma y serenidad. Y una gran lámpara de araña revestida de cristales con forma de joyas pulimentadas iluminaba la gran sala central, donde las velas arrojaban la cera derretida creando formas de estalactitas por donde caía.
La Reina de aquel castillo que aún continuaba sin articular palabra de pronto llegó a unas escaleras de caracol iluminada por velas hasta que llegaron a unas celdas.
Allí la encerró sin apenas resistencia y cerró la celda con cuidado.
La princesa empezó a sentirse angustiada cuando la mujer se alejó escaleras arriba dejándola en la más completa y oscura de las soledades.

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