Bienvenido a La Carretera Expedientada

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un saludo, Félix Olivera

viernes, 28 de abril de 2017

El Guardián de la Puerta-capítulo 5



La Serpiente del barro



Jaro, las ondinas, las ratas y el sapo avanzaron por la ciénaga sobre este y alcanzaron un saliente rocoso donde el sapo los depositó. Entonces, el sapo se zambulló y desapareció en las profundidades de las aguas.
De modo que al grupo no le quedó más remedio que seguir avanzando cubiertos de lodo hasta la cintura.
Su aventura por la ciénaga se les había complicado bastante, abandonados por una poderosa Águila Unialada y más tarde por un sapo no les quedó más remedio que continuar avanzando a ciegas por aquel inmenso lodazal.
Las ratas se habían repartido entre los hombros de Jaro y los hombros de las ondinas, y algo parecido a la desesperación y la angustia de no salir jamás vivos de allí comenzaba a empañar de oscuridad sus luminosos y valerosos corazones.
Sin embargo, no era el momento de rendirse, pues es cuando la vida se complica, cuando te pone delante los mayores obstáculos, cuando debes coger un mayor impulso y las fuerzas que resten para sortearlos y descubrir que para un corazón bravo nada es imposible ni tarde en el tiempo para lograrlo.
Así, que decidieron continuar alimentándose de larvas repugnantes de insectos, huevos de animales raros y de extraños peces de largos bigotes que se deslizaban entre la inmundicia de aquel lodo.
Con la ropa colaban el agua y bebían poco tratando de evitar en lo posible los dolores estomacales.
Y así transcurrieron varios días refugiados en una pequeña cueva que encontraron escondida en la inmensidad de la ciénaga. Allí encendieron fuego, comieron animalillos que ensartaron en palos y luego cocinaron y también bebieron agua que calentaron y limpiaron dejándola libre de impurezas.
Y una vez que todos hubieron llenado el estómago las Ondinas primero una y más tarde la otra comenzaron a contar sus historias. Algunas conocidas por Jaro y otras de las que nunca  había oído hablar que calmaron su espíritu de ansiedad y de la desdicha de vivir en un mundo en constante cambio y repleto de peligros y adversidades, y por un momento, eso le hizo olvidar los pesarosos años de encierro en la mazmorra del castillo de Hans.
Las ratas se acurrucaron entre los cabellos de las ondinas, y Jaro abrazado a ellas también se durmió.
La noche y sus estrellas cubrieron el manto celeste, y la luna llena, espejo del tiempo, brillaba en un punto aportando su calma y serenidad.
A la mañana siguiente decidieron ponerse en pie y continuar con la marcha y atravesar la ciénaga para salir de ella.
Hordas de mosquitos e insectos los atacaron y agobiaron durante el camino hasta que llegaron frente a un inmenso lago que cubría de agua a Jaro y a las ondinas hasta el cuello, era uno de los mayores riesgos  a los que ahora se enfrentaban, pero aún así decidieron seguir adelante y hacer frente a todos sus temores.
Las ratas se repartieron entre los hombros de Jaro y las ondinas, y comenzaron a atravesar la laguna justo cuando una de las ondinas notó el roce escamoso de un ser escurridizo deslizándose alrededor de ella, y la ondina se ruborizó y presa del pánico gritó, a lo que Jaro respondió tratando de que se calmara, la otra ondina la calmó agarrándola de la mano, y las ratas saltaron sobre ella junto a las otras dos y le acariciaron el rostro con sus patitas. Al final, la ondina se calmó, y la criatura escurridiza desapareció por unos momentos...
Entonces, continuaron avanzando solo que con mayor cautela. Caminaron un largo trecho cuando esta vez fue Jaro el que notó a la escurridiza criatura y de repente comprendió por qué la ondina se había alarmado tanto.
Una criatura semejante a una serpiente emergió del lodo y detuvo sus enormes ojos sobre el atemorizado grupo.
Y así estuvo un largo rato hasta que volvió a sumergirse en el barro.
El grupo continuó el camino y cuando ya casi habían atravesado el lago fueron sacudidos de nuevo por la criatura que les lanzó barro en las caras. Jaro se molestó y vio como la serpiente continuaba lanzándoles barro, algo que no acababa de comprender cuando otra serpiente se alzó del lodo erizando sus escamas, mostró sus afilados colmillos y se lanzó al ataque sin detenerse ni por un momento. Cuando ya casi los había alcanzado la otra serpiente, la buena, se cruzó en medio de la que se disponía a atacar y los salvó a todos de las feroces dentelladas que lanzaba al aire.
Luego, continuaron avanzando mientras que las dos serpientes se enfrentaban y a punto estuvo una de derrotar a la otra lanzándola con fiereza contra el lodo y las piedras, entonces la serpiente maligna abrió sus fauces repletas de afilados colmillos con el fin de devorar a Jaro, y fue en ese momento, cuando la serpiente se enroscó con fuerza entre sus piernas y el tronco y comenzó a apretarlo para romperle los huesos. En ese momento, las ondinas y las ratas se lanzaron contra la serpiente, y las ondinas lucieron sus puñales y los clavaron con fuerza en la casi impenetrable piel de la serpiente.
Y las ratas hicieron lo mismo con sus dientes afilados provocándole gemidos dolorosos a la serpiente mala, que en ese instante, se vio obligada a soltar a Jaro, y atravesando el barro con suma cautela y ondeando sobre el agua y el lodo la serpiente buena se abalanzó de nuevo contra la mala propinándole un cabezazo que la hizo sumergirse de nuevo haciéndola huir. Jaro y las ondinas pasaron un buen tiempo juntos atravesando la ciénaga y se hicieron muy amigos de la serpiente buena, y ya cuando quedaban unos pocos kilómetros para atravesarla la serpiente los abandonó.

De modo que el grupo salió de la ciénaga y alcanzó un bosque neblinoso.
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lunes, 24 de abril de 2017

El Guardián de la Puerta- capítulo 4


La Otra Celda

capítulo 4

Mientras que Jaro y sus amigos luchaban por sobrevivir en el estómago de un enorme sapo de la ciénaga, lejos de allí, en concreto en el interior del Castillo del Rey Hans había una joven princesa encadenada a un muro que con el tiempo estaba destinada a convertirse en la esposa del Rey Hans, pudiendo salir del custodio del Guardián de la Puerta. La muchacha de piel cobriza, ojos verdes y pelo rizado y oscuro tenía profundas ojeras en el rostro por causa de no dormir y algunas molestias en la espalda debido a la incomodidad de las esteras del suelo. Para ella el mundo nunca había parecido un lugar amable y justo, mas bien poblado de desengaño, infortunio e injusticia. Porque allí donde un atisbo de bondad se erigiese, la maldad se alzaba para contrarrestar su efecto y como si de la raíz de un simple hierbajo se tratase, extirparla y romperla con tal de eliminarla. 
La princesa había aprendido a ser valiente a la fuerza y a sobrevivir por encima de cualquier adversidad, quizá su sonrisa se había resquebrajado un poco y el llanto, ese estúpido hábito, había acudido a ella en situaciones pasadas, sin embargo, ahora había recobrado cierto valor tras escuchar el feroz desmoronamiento de la torre vecina, donde el otro individuo que se llamaba Jaro, había logrado escapar.
De pronto, fue como si la esperanza iluminara sus ojos y creció día a día en su interior con la plena certeza de que más vale tarde que nunca y que todavía le quedaba una oportunidad para escapar.
Y fue en ese mismo momento, cuando apareció El Guardián de la Puerta muy enfurecido seguido del Rey Hans.
Entonces, la agarraron con fuerza de las caderas y la arrastraron entre la suciedad, las piedras y las calaveras y huesos que como ya era vieja costumbre adornaban celdas cuyo pasado ya se atisbaba poco prometedor para cualquier preso.
Después, el Rey Hans la agarró con fuerza de la muñeca y seguidos por el Guardián de la Puerta descendieron las escaleras de la Torre donde había estado presa y la arrojó al suelo con brusquedad y le habló de un sitio al que iban a llevarla donde una malvada hechicera se haría cargo de ella. Pasaron los días y un carromato-prisión conducido por el Guardián de la Puerta la llevó a un lugar apartado y oculto en lo más profundo de un bosque justo al lado de un antiguo castillo abandonado. El Guardián de la Puerta detuvo los caballos tirando de las riendas hacia él, abandonó su asiento, abrió la puerta de la muchacha y la sacó sin miramientos ni gentilezas de la diligencia. De pronto, apareció entre ellos una mujer muy bella con el pelo color oscuro cayéndole éste como cascadas sobre la espalda, y vestida como una reina.
También llevaba en la cabeza una hermosa y resplandeciente corona repleta de joyas y su impecable apariencia contrastaba con la ruinosa edificación que tenía por morada y de la que nadie más salió para recibirla.
La princesa sintió escalofríos al contemplar la morada y una rara sensación de incertidumbre al recibir por parte de aquella hermosa y solitaria Reina una sonrisa gélida.
En seguida, el Guardián de la Puerta se alejó en la diligencia a toda velocidad y la reina del castillo en ruinas agarró las cadenas que se entrelazaban en los grilletes que aprisionaban sus muñecas y la introdujo con pequeños y sutiles empujoncitos en el interior de la fortificación.
El interior, al contrario que se atisbaba desde fuera estaba impecablemente limpio y ordenado, y el mobiliario de gran valor revestía el interior dándole a las salas una apariencia de calma y serenidad. Y una gran lámpara de araña revestida de cristales con forma de joyas pulimentadas iluminaba la gran sala central, donde las velas arrojaban la cera derretida creando formas de estalactitas por donde caía.
La Reina de aquel castillo que aún continuaba sin articular palabra de pronto llegó a unas escaleras de caracol iluminada por velas hasta que llegaron a unas celdas.
Allí la encerró sin apenas resistencia y cerró la celda con cuidado.
La princesa empezó a sentirse angustiada cuando la mujer se alejó escaleras arriba dejándola en la más completa y oscura de las soledades.

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