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un saludo, Félix Olivera

miércoles, 11 de mayo de 2016

Las tres Gargantas, el Mar de Cristal y la Reina de los Hielos

Todo comenzó con el maullido lastimero de la gatita negra Abigail. Así fue como el muchacho se despertó. Con los ojos cubiertos de legañas. El muchacho estaba desnudo porque los días habían sido muy calurosos y se disponía a vestirse y a marcharse a la academia.
Lucas era huérfano y vivía con una tía que ya era muy mayor pero que con su cariño y vitalidad suplía cualquier carencia afectiva que él pudiera tener.
Clarisa ya tenía alrededor de sesenta años y criaba a su sobrino de la mejor manera que podía. Los días de la Guerra ya pertenecían al pasado y una nueva esperanza se respiraba en el ambiente. Una cierta tranquilidad que nunca habían conocido antes.
Para llegar a la Academia Lucas debía atravesar el Bosque Septentrional. Una amplia masa boscosa repleta de criaturas, muchas de las cuales las mayoría de los hombres apenas tenían conocimiento.
Aquel día el bosque aparecía cambiado pues una desconocida bruma lo cubría ahora y le daba un aspecto mortecino y fantasmagórico que cualquiera en su sano juicio no hubiera hecho más que evitar.
Pasado el bosque Septentrional aparecía la catarata de las Tres Gargantas. Se trataba de una enorme mole de piedra marronzuzca que tenía tres caídas pronunciadas por las que infinidad de litros de agua descendían cada segundo. Y en las cuevas vivían multitud de gentes al amparo de las inclemencias de los cielos descubiertos y del gran mar que se extendía a lo largo de la descomunal catarata.
A veces, los cielos eran surcados por la ciudades flotantes y allí vivían hombres también. Aquel mundo se sostenía en un difícil equilibrio que los mantenía separados y así, de ese modo, en una constante y perpetua paz.
Pero esto a Lucas apenas le importaba y casi todo desconocía de estas culturas. Lo único importante para él era como todos los días atravesar el Bosque Septentrional para poder alcanzar la Academia y poder estudiar y lograr ser alguien reconocido algún día. En estas cosas pensaba antes, mucho antes de que apareciesen las dificultades allá muy lejos. En la Torre que se alzaba en medio del Bosque las cosas no andaban muy bien, un peligro desconocido acechaba, y la bruma que había aparecido recientemente era una clara y lógica señal de ello.
Al igual que antaño lo fuera su difunto padre Lucas quería dedicarse a la fabricación de botones.
A simple vista esto podría resultar un trabajo o una dedicación para nada interesante y, al mismo tiempo, poco o muy mal remunerada.
Sin embargo, Lucas no pensaba lo más mínimo en ello, en su mente habitaban las formas, los colores y los tamaños de unas piezas que él consideraba importantísimas en cualquier indumentaria de Occidente que se preciase.
Muy a lo lejos Lucas logró contemplar con cierta preocupación la inmensa bruma que se alzaba alrededor del guarda del bosque.

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Por Félix Olivera

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