Capítulo 1 : Fugado
La voz del Rey Hans resonó casi eterna y con boato a lo largo y ancho de esas tierras convulsas.
-¡Que liberen al coloso!-exclamó el Rey, lanzando sus espurreos a la cara de algunos de sus soldados de manera que no tuvieron más remedio que digerirlos entre muecas de asco.
Y al clamor de mil trompetas y cornamusas hicieron despertar al olvidado ser, comandante de antiguas legiones y conquistador de Regiones indómitas.
Tanto era el miedo y el revuelo causado por la fuga de Jaro que el Rey no escatimó en lo que fuera necesario con tal de dar caza al más odiado de todos sus presos, y el mayor enemigo que había conocido jamás el Reino.
Mientras tanto, Jaro encontró una bicerra, una especie de cabra con poca inteligencia, se subió encima de ella y cabalgó en dirección al Castillo de Hans.
Las ratas y dos ondinas, que a su vez eran jóvenes princesas, le seguían todo el tiempo desde su fugaz encuentro en el Reino de las Ondinas. Ellas se mantenían frescas y húmedas con el agua que llevaban cargada en dos sendos recipientes que portaban amarrados sobre la espalda.
Aunque apenadas no olvidaban el motivo por el que habían abandonado el Lago y sus profundos ojos azul celeste ardían en llamas de venganza y no descansarían hasta ver llegar la decapitación del Rey Hans. Ambas ondinas sonreían a las ratas que iban subidas encima de ellas enredándose con sutileza en sus rizados cabellos de oro, cobre y repletos de hojas silvestres.
El único que parecía preocuparse un poco era Jaro, pero no era éste un sentimiento habitual en él, la mayor parte del tiempo pensaba en ocuparse de destronar al Rey Hans aunque no sabía como podría lograrlo. Ya que antes tendría que pasar por encima del cadáver de su hermano el Guardián de la Puerta.
Y en estas cosas estaba pensando cuando vio aparecer al feroz, mortal y más peligroso enemigo que viera desde que fuera encerrado en la torre del castillo.
El legendario y terrible Coloso hizo acto de presencia en la extensa llanura enclavada entre el Lago de las Ondinas y el Reino de Hans.
Entonces, Jaro lo retó a muerte, y el Coloso embistió con desmanes. El Coloso al que todos temían en el Reino era en realidad un hombre con aspecto de enano, muy enfermo de un síndrome avanzado de artrosis en ambas rodillas. Sin embargo, su fuerza no residía mayormente en su fortaleza física, casi toda ella era mental. Este ser podría ser ampliamente reconocido como un auténtico farsante. Un ser profusamente subversivo, ducho, sagaz, proscrito, marrullero y por encima de todo desaforado.
Una criatura que impelía a todo el que lo rodeaba a una muerte segura y execrable. Era este un hombre al que jamás invitarían a un ágape.
Y al que los bandullones casi le rozaban los pies cubiertos y casi repletos de mugre y roña. Ahí se le había formado una maloliente congestión a la que sólo las moscas se atrevían a degustar.
Y justo en el momento en que el sucio, apestoso y diminuto Coloso se arrojaba contra su oponente el chico fugado, Jaro le propinó una violenta y repentina zancadilla que lo hizo rebozarse por los suelos y empaparse aún mas de mierda y máculas.
Por otro lado las ondinas y el pequeño grupo de ratas emprendió el arduo ascenso a la Montaña Secreta situada en la angulosa Cordillera Secreta en busca del Águila Unialada, una enorme ave que vivía oculta en el punto más elevado de la montaña dedicada a la incubación de su nidada.
Este animal de leyenda pertenece al Libro Secreto de los Gnomos, y en tiempos de guerra y desdichas siempre fue para las ondinas del Lago una imprescindible aliada, y también por el hecho de ser casi indestructible, y de no poseer enemigos naturales.
El ave medía unos diez metros de altura y veinte de envergadura, y la hembra ponía huevos con forma cuadrada, lo que aún la hacía ser más extraordinaria. Y esto era así, probablemente, porque en el caso de resbalar por la ladera las aristas del huevo lo protegían de caer más abajo y despeñarse en fragmentos blancos y amarillentos por las rocas.
Entonces, las ondinas y las ratas comenzaron el complicado ascenso, entretanto Jaro seguía enfrentándose a su brutal oponente.
El Guardián de la Puerta que no era ajeno a estos hechos por sus espías e informadores, entre los que se encontraban bandadas de cuervos, grajos y mirlos, no iba a tardar en aparecer en escena.
Por Félix Olivera -2.016
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