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un saludo, Félix Olivera

sábado, 11 de mayo de 2019

El Guardián de la Puerta, capítulo 8


Una huida hacia la salvación


El Guardián de la Puerta vio como Jaro y sus amigos derrotaban a la malvada y monstruosa hechicera. En seguida, este abandonó su cuarto y se dirigió hacia los establos donde ensilló un corcel y al galope se lanzó en busca de su hermano que de nuevo volvía a escapar de sus garras.
Cuando liberaron a la muchacha de sus cadenas con la espada mágica y legendaria que le entregó la Reina Ónice; Jaro, las Ondinas y las Ratas se encaminaron hacia el diminuto Reino de sus pequeñas aliadas.
La muchacha estaba malherida, sus mejillas ojerosas y sus ojos vacíos de tristeza buscaron a los de Jaro que también la miró buscando su apoyo. Y en medio de todas aquellas desgracias surgió un amor que solo sus ancestros ya exterminados por el Rey Hans recordaban.
La muchacha se levantó del suelo con la ayuda de Jaro y entonces se fundieron en un intenso abrazo. Juntos y derrotados por la vida lloraron y vieron que al fin volvían a estar juntos. Las profecías de sus ancestros iban a cumplirse: **Aquel que volase sobre el Águila Unialada retornaría a su tierra natal como Rey y derrotaría al Guardián de la Puerta. Poniendo fin al reinado de terror del Rey Hans.**
Jaro, la joven que tenía por nombre Hydria, los dos roedores y las dos Ondinas abandonaron el Castillo de la malvada hechicera y emprendieron el rumbo hacia el Reino de las Ratas. Y entonces, Jaro le preguntó por el origen de su nombre a lo que Hydria contestó sentándolos junto al fuego de una larga noche contándoles una larga historia.

El Reino de las Hadas

Todo el grupo despertó una fría mañana, apagó el fuego del campamento y atravesó un espeso bosque que se adentraba en una inmensa Cordillera de Picos Nevados por la que descendían ríos congelados y viento helado. Después, Jaro e Hydria se abrigaron aún más con la ropa que habían encontrado en el Palacio de la Hechicera y antes de abandonar el palacio de la bruja sacaron sus mochilas y las cargaron de víveres. También llenaron sus odres de agua descongelando témpanos de hielo durante la noche.
Las Ondinas pese a estar casi desnudas y tapadas con conchas de ríos, hojas secas, nenúfares y caparazones de cangrejos de río no parecían afectadas por el frío.
Las Ondinas o Ninfas pertenecían al Reino de las Náyades, que eran consideradas Ninfas de las aguas. Las dos Ondinas vivían en el fondo de una poza de aguas cristalinas en las que todas las noches se miraban  reflejadas para acicalarse y peinar sus largos y ondulados cabellos de oro con peines de plata y forma de esqueleto de pescado incrustados con rubíes, esmeraldas y topacios.
La mágica luz de la Luna las volvía aún más hermosas, etéreas e inalcanzables diosas de las aguas.
Más tarde, ubicados en el claro del anciano bosque donde se hayaban inmersos Hydria les dijo que miraran al cielo, y los ojos del grupo se toparon con la diosa Selene, la deidad que en su carro llevaba prendida la Luna. Cada noche Selene peinaba sus largos cabellos de plata, al tiempo que todas las estrellas del firmamento la alumbraban y una serenata de grillos, cigarras, búhos y mochuelos cantaban canciones para honorar a su divinidad.
La labor de las Ondinas en el gran Lago que el Rey Hans se había encargado de secar con una injusta presa era mantener las aguas y las riberas del arroyuelo limpias para que todos los habitantes del Reino pudieran beber de sus aguas de forma saludable pero Hans se había olvidado de esto.
El grupo siguió avanzando por el bosque cada vez más cubierto de nieve y hielo cuando el bosque de abetos y coníferas se llenó con los susurros de pequeños seres luminosos que bailaban en círculos alrededor de ellos y que también cantaban.
Jaro e Hydria se miraron a los ojos profundamente ya que los dos sabían que se habían adentrado en el Reino de las Hadas y aún les quedaba un largo trecho para llegar al Reino de las Ratas.
La Reina Elanor Cimbra y su fiel, joven y hermosa hija Aix salió a recibirles y en un ambiente de ensueño el bosque pareció cubrirse de niebla, y cientos de seres diminutos se aproximaron con mucha intriga y curiosidad a Hydria, a Jaro, a las Ondinas y a las Ratas. No dejaron a ninguno sin inspeccionar.
La hermosa Reina tenía las alas doradas y un traje de hermosos colores, brillantes, hojas y enredaderas, y siempre llevaba entre sus manos una bonita y diminuta mariposa de alas amarillas con los extremos anaranjados. Tenía en el tobillo una diadema de hojas y de flores rosas. Sus ojos eran de color oscuro pero la luz que irradiaban brillaba como el sol del verano. La Reina tenía un total de seis alas del color del Arco Iris que brillaban como piedras preciosas.
Sus pómulos eran sonrosados como las cerezas y sus labios del color y el sabor de las fresas de la más esperada Primavera.
Su hija pequeña la princesa Aix Cimbra vivía siempre arrodillada en el centro de un precioso Nenúfar.
Sus seis alas eran de color morado y vestía un delicado vestido de flores ceñido a un corsé de muda de Serpiente.
La Reina de las Hadas congregó a todo su Reino cuando esta sin dar explicaciones sacó una flauta de su morral y tocó une bella melodía que atrajo a una sombra alada que oscureció los maravillados rostros de todos los allí congregados.
La Reina Elanor llamó con su flauta mágica a un Grifo. Se trataba de una antigua y legendaria criatura habitante de lugares remotos y olvidados por los hombres y probablemente descendiente del legendario Grifo Trico.
Elanor y Aix ensillaron al Grifo y lo llenaron de provisiones que colocaron en dos grandes vajillas de barro que iban amarradas con fuerza al estómago de la Bestia.
El Grifo era una mezcla de ratón, serpiente, león, pájaro, gato y perro, y tenía unas alas inmensas solo comparables a su majestuosidad. El Grifo debía de medir unos diez metros de altura.
Una vez que se subieron al lomo de la bestia el grupo se despidió de la Reina Elanor Cimbra y de la princesa Aix Cimbra, y abandonaron volando el neblinoso y congelado Reino de las Hadas.
Pronto, la bestia comenzó a alzarse surcando los cielos y se estabilizaron sobre un mar de nubes bañado por el sol dándole un aspecto dorado y plateado a partes iguales.
Aquellos fueron los primeros momentos de paz que todos vivieron en mucho tiempo. Esto le dio que pensar a Jaro que pese a que por mal  que vayan las cosas si perseveras y tienes paciencia al final se hace justicia.
El viento fresco que rozaba sus rostros los renovó y restauró como si hubiesen vuelto a nacer, y Jaro sintió en lo más profundo de su ser que todo volvía a estar en paz.

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