En esta vida lo más importante no es escuchar la voz de seguidores o detractores que puedan llegar a confundirte, sino escuchar tu propia voz interior, seguir los dictados de tu corazón y de tu intuición. Porque estos nunca se equivocan y no se rigen por el interés de quienes en verdad no te aman.
Hola, aquí están los relatos que he ido escribiendo a lo largo de mi vida y he seleccionado algunos que espero les gusten, os mando un cordial saludo. Félix Olivera Librilla 2.012-2.018 Todo parecido con cualquier otra obra es mera coincidencia, mis historias están llenas de referencias a otras obras con derechos de autor. Reitero que no se basan en ninguna de ellas y no van más allá de la cita.
Bienvenido a La Carretera Expedientada
Un espacio para leer historias, pasarlo en grande, compartir textos literarios y comentar con libertad.
un saludo, Félix Olivera
sábado, 25 de mayo de 2019
Lo que hay en tu interior
En esta vida lo más importante no es escuchar la voz de seguidores o detractores que puedan llegar a confundirte, sino escuchar tu propia voz interior, seguir los dictados de tu corazón y de tu intuición. Porque estos nunca se equivocan y no se rigen por el interés de quienes en verdad no te aman.
lunes, 20 de mayo de 2019
El Guardián de la Puerta
Prólogo
Hace muchos años, tantos que ya ni logro acordarme del momento exacto, hubo una ciudad que fue asediada sin compasión y que al final acabó en las manos de un ejército terrible y poderoso de bárbaros esteparios comandados por el sanguinario Hans.
Durante mucho tiempo a la ciudad sólo dejaban que entrase un pequeño cargamento de víveres que era la única comida y bebida que entraba.
Los habitantes de aquella ciudad estaban muy débiles y enfermos y no les quedaba otra opción que estudiar los libros antiguos para cultivar la inteligencia, pues pensaban que así algún día lograrían expulsar de allí para siempre al Guardián de la Puerta.
Jaro permanecía oculto en la más alta Torre de la ciudadela. Un lugar oscuro y opresivo en el que había sido encerrado hacía ya tanto tiempo que ya no recordaba el cómo ni el por qué de su condena. Hasta que una fría mañana las cosas comenzaron a cambiar, cuando de pronto, unas leves sacudidas hicieron temblar la Torre de Jaro.
El muchacho se asustó en un comienzo, pero esos breves pensamientos de preocupación pronto dieron paso a la tranquilidad.
Una vez al día el carcelero se encaminaba hacia la Torre y le llevaba a Jaro la comida, que consistía en unos míseros mendrugos de pan seco y apenas una jarra de agua sucia en la que flotaban bichos muertos y trozos de barro.
-¡Aquí tienes tu comida, pequeña basura con patas!-le gruñó el ruin y apestoso carcelero, que estaba cubierto de mugre y úlceras en la piel e iba cubierto de viejos harapos.
Jaro se levantó del suelo con las pocas fuerzas que le restaban y se acercó arrastrándose al plato para comer.
El muchacho sabía que la comida era horrible pero aún no pensaba renunciar a la vida, algo dentro de sí mismo le obligaba a continuar pese a sus desgracias. Pese a un destino maldito que no comprendía. Allí era imposible ser feliz, pero Jaro imaginaba hermosas historias en lugares más mágicos aún donde todavía más mágicas criaturas le ayudaban a seguir con vida.
Los incansables días siguieron transcurriendo y el bochorno del calor del verano pronto dio paso al acortamiento de los días, y con esto, pronto llegó el invierno. A pesar de algunas pieles de bestias que le proporcionaron Jaro pasaba los días muerto de frío y fiebre y pensaba con resignación que aquel podría ser ya el último invierno de su vida. Cuando de pronto volvieron las sacudidas y los temblores sólo que esta vez más fuertes.
La Torre se inclinaba con levedad, cuando de pronto unos cascotes cayeron junto a Jaro, que se lanzó hacia otro lado para evitar ser golpeado en la cabeza. En ese instante, un rayo de luz atravesó la celda y fue a parar a la cara de Jaro, que se cubrió el rostro con ambas manos.
Los temblores continuaron cuando regresó el carcelero con la comida de ese día y la arrojó a sus pies con desprecio.
Poco a poco el sol fue dando paso a unas nubes que fueron encapotando el cielo y que amenazaban con lluvia.
El carcelero era un Troll apestoso y se alejó dando ridículos saltos escaleras abajo, y con las gotas de agua que cayeron la escalera se puso muy resbaladiza, y tras llevarse un susto por el estallido imprevisto de un relámpago, el Troll trastabilló y cayó rodando escaleras abajo partiéndose el cráneo en dos mitades, del mismo modo que ocurre al abrir una nuez.
Mientras tanto, Jaro que era ajeno a todo esto estaba empapándose de agua hasta los huesos y con el frío que hacía en la Torre comenzó a helarse y a tiritar.
Las sacudidas regresaron de nuevo, pero esta vez la Torre no pudo resistirlas y se desplomó sobre las caballerizas, y por suerte Jaro sobrevivió al caer sobre el estiércol y la paja sucia de los caballos rodeado por el marco derruido de lo que fuera la ventana de la Torre, pero las cadenas y grilletes seguían atando sus manos y poca cosa pudo hacer mas que esperar a que apareciese alguien por allí para ayudarlo.
Las ondinas que son amantes de los ríos y los lagos recibieron con mucha felicidad aquella lluvia, pues la presa que habían construido más arriba y que las entristecía y casi las había exterminado las había obligado a dirigirse a un lugar en donde sólo pueden ser leídas o imaginadas. Los libros de cuentos de hadas y fantasías.
Desde que construyeron la presa las ondinas estaban muy enfadadas, y en secreto, planeaban conjurarse contra la ciudadela, y asesinar a todos los que las habían llevado a aquella desastrosa situación.
Sin embargo, todas coincidían en que había un pequeño o, según se mire, gran problema a resolver. Y éste era como para muchos otros habitantes de aquellas tierras la presencia imponente del Guardián de la Puerta.
Algunos decían del Guardián que se trataba de un ser indestructible y muchas leyendas se contaban sobre él, pero ninguna que fuera del todo fidedigna, pues ya es sabido que las viejas y no tan viejas chismosas de las aldeas son propensas a este tipo de habladurías.
Aún así, todos lo respetaban y evitaban. El Guardián con el que realmente contaba, si es que esto fuese del todo cierto, era con el soberbio, altanero y engreído Rey Hans, el más odiado de todos los reyes de su tiempo. Era tanta su mala fama que hasta las sucias y apestosas ratas de las alcantarillas y los enmohecidos acueductos le escupían en los pies a su paso con la asquerosa, pútrida e infecta saliva que almacenaban en sus carrillos y dientes repletos de caries.
Y todos los habitantes o mas bien vasallos del Rey Hans sabían que el único ser humano al que éste respetaba era como no a El Guardián de la Puerta. Y con éste era con quien tenía que enfrentarse Jaro si quería emprender el camino hacia su libertad.
Las ratas que eran las únicas amigas de Jaro durante su encierro fueron las primeras en acercársele para comprobar que no había sufrido ningún daño. Se le subieron por las piernas y se introdujeron en sus pantalones pero descubrieron que su amigo estaba en buenas condiciones.
El estruendo producido por el derrumbe del Torreón llamó la atención de todos los soldados, que por orden del Rey se acercaron con las lanzas alzadas para impedir que el preso se escapase, y con gran sorpresa descubrieron que Jaro ya no estaba allí.
Las ratas le guiaron a través de las alcantarillas y allí continuó hasta que se le ocurriese un plan para escapar de la ciudadela.
Las ratas avanzaban a través de las cuevas y Jaro las seguía, cuando sin esperarlo apareció la luz al final de uno de los túneles del desague (aquí falta una diéresis), el agua corría bajo sus pies y desembocaba en un inmenso lago que era "la tierra de las ondinas".
Jaro se lavó todo el cuerpo y la cara, y las ondinas se le acercaron con prontitud para estudiarle concienzudamente.
Las jóvenes lo observaron sorprendidas y concluyeron que tenían que llevarlo ante la Reina Ónice.
La Reina le dio la bienvenida a Jaro, lo vistió con sus ropas y celebraron un suculento banquete en el que hubo música y danza.
Las ondinas bailaron para Jaro y las ratas las contemplaron boquiabiertas a la espera de que les llevasen algo de comida.
La Reina Ónice era la ondina más bella de cuantas se conocían en esas tierras y estaba muy enfadada con el Rey Hans. Juntas planeaban asesinarle pues veían peligrar para siempre su estilo de vida. Algo que ya no soportarían más bajo ningún concepto.
Entonces, le hicieron la entrega a Jaro de una espada mortal y legendaria con el fin de que acabara ensartándosela en el pecho, y así lograse atravesar el corazón del Rey Hans.
Mientras tanto, el Guardián de la Puerta fumaba en su pipa una extraña hierba adormecedora con efectos tranquilizantes que el Troll le hiciera entrega mucho antes de su patética muerte.
Sus pensamientos se desvanecieron muy pronto cuando vio aparecer al Rey Hans custodiado por su escolta real, fuertemente armados, y de rostros sanguinarios.
Entonces, el Rey Hans le dijo al Guardián de la Puerta que el prisionero había escapado, asunto que le enfadó sobremanera ya que durante veinticinco años su principal misión había consistido en evitar que su hermano Jaro escapase de su infranqueable celda.
Capítulo 1: Fugado
La voz del Rey Hans resonó casi eterna y con boato a lo largo y ancho de esas tierras convulsas.
-¡Que liberen al coloso!-exclamó el Rey, lanzando sus espurreos a la cara de algunos de sus soldados de manera que no tuvieron más remedio que digerirlos entre muecas de asco.
Y al clamor de mil trompetas y cornamusas hicieron despertar al olvidado ser, comandante de antiguas legiones y conquistador de Regiones indómitas.
Tanto era el miedo y el revuelo causado por la fuga de Jaro que el Rey no escatimó en lo que fuera necesario con tal de dar caza al más odiado de todos sus presos, y el mayor enemigo que había conocido jamás el Reino.
Mientras tanto, Jaro encontró una bicerra, una especie de cabra con poca inteligencia, se subió encima de ella y cabalgó en dirección al Castillo de Hans.
Las ratas y dos ondinas, que a su vez eran jóvenes princesas, le seguían todo el tiempo desde su fugaz encuentro en el Reino de las Ondinas. Ellas se mantenían frescas y húmedas con el agua que llevaban cargada en dos sendos recipientes que portaban amarrados sobre la espalda.
Aunque apenadas no olvidaban el motivo por el que habían abandonado el Lago y sus profundos ojos azul celeste ardían en llamas de venganza y no descansarían hasta ver llegar la decapitación del Rey Hans. Ambas ondinas sonreían a las ratas que iban subidas encima de ellas enredándose con sutileza en sus rizados cabellos de oro, cobre y repletos de hojas silvestres.
El único que parecía preocuparse un poco era Jaro, pero no era éste un sentimiento habitual en él, la mayor parte del tiempo pensaba en ocuparse de destronar al Rey Hans aunque no sabía como podría lograrlo. Ya que antes tendría que pasar por encima del cadáver de su hermano el Guardián de la Puerta.
Y en estas cosas estaba pensando cuando vio aparecer al feroz, mortal y más peligroso enemigo que viera desde que fuera encerrado en la torre del castillo.
El legendario y terrible Coloso hizo acto de presencia en la extensa llanura enclavada entre el Lago de las Ondinas y el Reino de Hans.
Entonces, Jaro lo retó a muerte, y el Coloso embistió con desmanes. El Coloso al que todos temían en el Reino era en realidad un hombre con aspecto de enano, muy enfermo de un síndrome avanzado de artrosis en ambas rodillas. Sin embargo, su fuerza no residía mayormente en su fortaleza física, casi toda ella era mental. Este ser podría ser ampliamente reconocido como un auténtico farsante. Un ser profusamente subversivo, ducho, sagaz, proscrito, marrullero y por encima de todo desaforado.
Una criatura que impelía a todo el que lo rodeaba a una muerte segura y execrable. Era este un hombre al que jamás invitarían a un ágape.
Y al que los bandullones casi le rozaban los pies cubiertos y casi repletos de mugre y roña. Ahí se le había formado una maloliente congestión a la que sólo las moscas se atrevían a degustar.
Y justo en el momento en que el sucio, apestoso y diminuto Coloso se arrojaba contra su oponente el chico fugado, Jaro le propinó una violenta y repentina zancadilla que lo hizo rebozarse por los suelos y empaparse aún mas de mierda y máculas.
Por otro lado las ondinas y el pequeño grupo de ratas emprendió el arduo ascenso a la Montaña Secreta situada en la angulosa Cordillera Secreta en busca del Águila Unialada, una enorme ave que vivía oculta en el punto más elevado de la montaña dedicada a la incubación de su nidada.
Este animal de leyenda pertenece al Libro Secreto de los Gnomos, y en tiempos de guerra y desdichas siempre fue para las ondinas del Lago una imprescindible aliada, y también por el hecho de ser casi indestructible, y de no poseer enemigos naturales.
El ave medía unos diez metros de altura y veinte de envergadura, y la hembra ponía huevos con forma cuadrada, lo que aún la hacía ser más extraordinaria. Y esto era así, probablemente, porque en el caso de resbalar por la ladera las aristas del huevo lo protegían de caer más abajo y despeñarse en fragmentos blancos y amarillentos por las rocas.
Entonces, las ondinas y las ratas comenzaron el complicado ascenso, entretanto Jaro seguía enfrentándose a su brutal oponente.
El Guardián de la Puerta que no era ajeno a estos hechos por sus espías e informadores, entre los que se encontraban bandadas de cuervos, grajos y mirlos, no iba a tardar en aparecer en escena.
Capítulo 2
Ya casi alcanzando la cumbre con gran esfuerzo las Ondinas y las ratas tuvieron que hacer frente a una feroz ventisca, y el frío intenso estuvo cerca de conducirles a todos a una muerte asegurada. Cuando de pronto, apareció la Colosal Águila Unialada que irradiaba calor descendiendo en círculos concéntricos hasta aterrizar en el punto más alto de la nevada cumbre.
Las ondinas y las ratas se agazaparon tras unas rocas y observaron al descomunal ave que se erigía triunfante junto a su nidada.
Y en ese instante, los huevos eclosionaron uno por uno, hasta que todos los polluelos vieron la luz de la Radiante Estrella.
El instinto del animal la llevó a salir de allí en busca de caza, y en un momento de descuido del ave, las ondinas y las ratas se subieron encima del Águila y sobrevolaron con ella toda la extensa llanura, el Reino de Hans y el Lago de las Ondinas.
En el lugar en el que abandonamos a Jaro estaban a punto de suceder algunos hechos de cierta importancia en el devenir de los acontecimientos de esta historia.
Y fue cuando tras una repentina nube de polvo apareció el Guardián de la Puerta, al tiempo que el Coloso se levantaba del suelo tras la patada que había recibido de Jaro, éste no tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra cuando la cimitarra del Guardián sacudió el aire y le cortó la cabeza de una limpia estocada.
En seguida, el cuerpo decapitado convulsionó entre espasmos durante varios segundos y luego permaneció quieto y empapado de sangre.
-Uno siempre tiene que acabar el trabajo que los obtusos, malhadados, pérfidos y desdeñosos guerreros que tiene a su mando no desempeñan.-silabeó el Guardián de la Puerta, a la vez que agarraba con fuerza la espada por el arriaz y salpicaba con la sangre del Coloso la cara de su hermano escapado.
En ese momento, Jaro se sintió exasperado, se limpió la sangre de la cara como pudo, y viéndose amenazado retrocedió con sumo cuidado unos pasos. Durante unos instantes lo miró con cierto embeleso pero recordó la estolidez de su hermano y que este no se detendría hasta exterminarlo, pues había escapado de su celda por casualidad.
La cimitarra sangrante del Guardián de la Puerta volvía a erguirse en el aire y apuntaba a la cabeza de Jaro, y éste le sonrió triunfal cuando mirando al cielo en la última plegaria que le concedió a su Dios no sabiendo si por suerte o causa del Destino vio llegar a una enorme Águila con una sola ala cargando con las Ondinas del Lago y con las ratas que le hicieron compañía durante su encierro.
De pronto, el Águila sacudió el suelo con fiereza y la nube de polvo y viento golpearon al Guardián de la Puerta y al caballo con el que había venido desde el Reino de Hans.
El Guardián de la Puerta no pudo esgrimir su espada contra semejante bestia y derrotado los dejó escapar mesándose los largos y rubios cabellos en un gesto de rabia y repulsión.
Lejos de allí, en el reino de los pájaros, sucedió una feroz tormenta que obligó al Águila a cambiar sus majestuosa y colosal ala de dirección teniendo esta que adentrarse con consciente peligrosidad, respingo y recato en el olvidado Reino de los Silfos.
El ataque del Rey Silfo
Capítulo 3
Sin previo, aviso una feroz ráfaga de viento alcanzó al Águila Unialada y sacudió con violencia a sus aguerridos jinetes.
Los silfos eran seres elementales de aire y en la antiguedad reinaban en los aires y dominaban los vientos, pero con el paso del tiempo los hombres dejaron de creer en ellos y por estos fueron olvidados.
Así que la sorpresa de los silfos fue colosal cuando vieron aparecer el Águila Unialada y sentados sobre sus plumas a Jaro, hermano del Guardián de la Puerta, a las dos ondinas y al grupo de las ratas que le acompañaba desde su encierro.
Algunos de los silfos que miraban con recelo la llegada de estos seres, se aventuraron a pronosticar que su tiempo llegaba a su fin, de modo que convocaron a su Rey y éste muy enfadado salió de su trono del Laberinto invisible para tratar de exterminarlos.
El viento huracanado provocado por el Rey Silfo agitaba al Águila Unialada y a sus pasajeros, que trataban de asirse a las plumas y evitaban no mirar hacia abajo, donde una colosal caída los conducía a una rápida y agónica muerte.
Pese a su naturaleza invisible el Rey Silfo podía comunicarse con sus enemigos por medio de aullidos escalofriantes, reverberaciones y ecos, y la forma más corpórea que el ser humano podía dar a un silfo era la de un torbellino de polvo, piedras, ramas, barro y hojas. Se trataba de un ser muy peligroso y amenazador. Y de pronto, Jaro afrentó al Rey de los Silfos.
-¡Malditas criaturas!¡Dejadnos en paz! No osamos más que atravesar vuestros dominios para alcanzar tierra firme y poder descansar.-exclamó Jaro tratando de aleccionar al Rey de los Silfos.
-¡Taimado humano! ¡Nadie atraviesa nuestros dominios y regresa vivo para contarlo! Hace siglos que vivimos aquí retirados, ocultos y olvidados. No somos más que la triste leyenda que vive en los libros que tu misma raza detesta. Los rumores que por mis dominios y todo el mundo viajan me cuentan que has escapado de una celda y que tu mismo hermano, que vive por las tierras de allá abajo, el Guardián de la Puerta, trata de encontrarte para encerrarte y de no lograrlo tiene firmes intenciones de matarte.
-¡A cuantos hermanos cuyo amor es sincero y verdadero has visto querer matar a su hermano!¡Ese hombre al que llamas el Guardián de la Puerta solo sirve para cumplir las leyes de un Rey tirano, el Rey Hans, un hombre sanguinario y asesino que exterminó a mi pueblo y su historia, y que me mantuvo cautivo con el único fin de revelarle el paradero de los que huyeron.
Pero el destino me ha concedido la libertad, y como los astros me han sido aciagos, voy a tener que demostrarle mi valía y de no hacerle entrar en razón voy a verme obligado a matarle para acabar con esta locura y esta tiranía que esclaviza a inocentes y los mantiene con la boca cerrada a fuerza de cercenar gargantas con su traidora espada. ¡Acabaré contigo, Rey Silfo,! si los vientos también se oponen a que cumpla mi destino, esos mismos vientos que pertinaces me detienen se esfumarán como una fugaz mañana de primavera.-arguyó Jaro.
Y estaba Jaro terminando de relatar esto cuando los polluelos del Águila Unialada, muy hambrientos, se mostraron ostensiblemente enfadados y con unos insoportables piares clamaron con anhelo el retorno de su madre acuciándola con sus graznidos a que les desquitara el hambre por causa de su larga y repentina ausencia.
Más tarde, el Águila Unialada viró en el aire en dirección al nido sin tener en cuenta el viento huracanado que ferozmente agitaban los silfos y sobre todo el Rey, y la hicieron plegar el ala y comenzar a descender con peligrosidad al tiempo que daba vueltas sin control.
Jaro y los demás se aferraron al Águila Unialada con todas sus fuerzas y temiéndose lo peor Jaro comenzó a susurrarle unas palabras mágicas que conocía de sus ancestros en el oído del Águila que continuaba descendiendo sin control hasta tierra firme para conducirles a todos a la muerte, y justo detrás el Rey Silfo los guiaba también con sus vientos para que no pudiera recobrarse.
Al escuchar la antigua lengua de las bestias el Águila graznó con todas sus fuerzas y recuperó la tensión de su ala a pocos metros de despeñarse sobre una hedionda ciénaga roqueña repleta de afiladas rocas. Con la feroz sacudida, Jaro, las ondinas y las ratas se desprendieron del Águila y aterrizaron sobre el fango salvando sus vidas. Y de este modo fue como el Águila Unialada los abandonó en la ciénaga y regresó a su nido cumpliendo con el instinto maternal que salvaría finalmente a su prole.
Al tiempo que Jaro, las ondinas y las ratas se recuperaban de la caída, se iban incorporando como podían atendiendo al mismo tiempo como el Águila Unialada los abandonaba a su suerte con los mortales y feroces silfos.
En ese instante, el Rey Silfo descendió seguido muy de cerca por sus súbditos originando feroces vientos huracanados que agitaban con fiereza las ropas, el pelo y el barro de los que en ese momento estaban en el lodazal.
A Jaro, a las ondinas y a las ratas no les quedó más remedio que esperar el brutal choque cuando una inesperada criatura del pantano apareció, del tamaño de un sapo y croó con todas sus fuerzas sorprendiendo a los silfos que viraron de dirección pero no pudieron evitar caer finalmente sobre el barro y el lodo.
Uno tras otro cayeron y su aspecto se tornó visible ante los ojos de Jaro, viendo como unos finísimos ojos relampagueantes se dirigían al encuentro de los suyos.
Mientras esto sucedía Jaro instó a las ondinas y a las ratas a que se escondieran en la barriga del Sapo, cosa a la que en un principio parecieron negarse y a la que finalmente accedieron al ver como los silfos se acercaban a ellos con firmes intenciones de matarlos. Cuando ya la última de las ratas consiguió abrirse camino en el interior del gran Sapo, los silfos lo zarandearon todo lo que podían tratando de matarlo para que éste los expulsara de su interior, pero el Sapo que no era un animal del todo ignorante se agitaba dando saltos en todas direcciones hasta que alcanzó una zona donde pudo volver a sumergirse. Entonces, los silfos lo siguieron pero cometieron una estupidez porque se habían cubierto de tanto barro que comenzaron a sumergirse con lentitud en lo más hondo de la ciénaga. Sin embargo, el Sapo gracias a sus patas aplanadas nadaba , y además presenció la gran furia en los ojos de los silfos pero sobre todo la de su Rey, cuando los vio morir uno a uno zarandeándose en estado de arrobo tratando de liberarse inútilmente del lodo, mientras que Jaro, las ondinas y sus compañeras de encierro, sus fieles amigas las ratas, se salvaron guarnecidos en el interior del inesperado y muy oportuno Sapo de la Ciénaga.
La Otra Celda
Capítulo 4
Mientras que Jaro y sus amigos luchaban por sobrevivir en el estómago de un enorme sapo de la ciénaga, lejos de allí, en concreto en el interior del Castillo del Rey Hans había una joven princesa encadenada a un muro que con el tiempo estaba destinada a convertirse en la esposa del Rey Hans, pudiendo así por fin salir del custodio del Guardián de la Puerta. La muchacha de piel cobriza, ojos verdes y pelo rizado y oscuro tenía profundas ojeras en el rostro por causa de no dormir y algunas molestias en la espalda debido a la incomodidad de las esteras del suelo. Para ella el mundo nunca había parecido un lugar amable y justo, mas bien poblado de desengaño, infortunio e injusticia. Porque allí donde un atisbo de bondad se erigiese, la maldad se alzaba para contrarrestar su efecto y como si de la raíz de un simple hierbajo se tratase, extirparla y romperla con tal de eliminarla.
La princesa había aprendido a ser valiente a la fuerza y a sobrevivir por encima de cualquier adversidad, quizá su sonrisa se había resquebrajado un poco y el llanto, ese estúpido hábito, había acudido a ella en situaciones pasadas, sin embargo, ahora había recobrado cierto valor tras escuchar el feroz desmoronamiento de la torre vecina, donde el otro individuo que se llamaba Jaro, había logrado escapar.
De pronto, fue como si la esperanza iluminara sus ojos y creció día a día en su interior con la plena certeza de que más vale tarde que nunca y que todavía le quedaba una oportunidad para escapar.
Y fue en ese mismo momento, cuando apareció El Guardián de la Puerta muy enfurecido seguido del Rey Hans.
Entonces, la agarraron con fuerza de las caderas y la arrastraron entre la suciedad, las piedras y las calaveras y huesos que como ya era vieja costumbre adornaban celdas cuyo pasado ya se atisbaba poco prometedor para cualquier preso.
Después, el Rey Hans la agarró con fuerza de la muñeca y seguidos por el Guardián de la Puerta descendieron las escaleras de la Torre donde había estado presa y la arrojó al suelo con brusquedad y le habló de un sitio al que iban a llevarla donde una malvada hechicera se haría cargo de ella. Pasaron los días y un carromato-prisión conducido por el Guardián de la Puerta la llevó a un lugar apartado y oculto en lo más profundo de un bosque justo al lado de un antiguo castillo abandonado. El Guardián de la Puerta detuvo los caballos tirando de las riendas hacia él, abandonó su asiento, abrió la puerta de la muchacha y la sacó sin miramientos ni gentilezas de la diligencia. De pronto, apareció entre ellos una mujer muy bella con el pelo color oscuro cayéndole éste como cascadas sobre la espalda, y vestida como una reina.
También llevaba en la cabeza una hermosa y resplandeciente corona repleta de joyas y su impecable apariencia contrastaba con la ruinosa edificación que tenía por morada y de la que nadie más salió para recibirla.
La princesa sintió escalofríos al contemplar la morada y una rara sensación de incertidumbre al recibir por parte de aquella hermosa y solitaria Reina una sonrisa gélida.
En seguida, el Guardián de la Puerta se alejó en la diligencia a toda velocidad y la reina del castillo en ruinas agarró las cadenas que se entrelazaban en los grilletes que aprisionaban sus muñecas y la introdujo con pequeños y sutiles empujoncitos en el interior de la fortificación.
El interior, al contrario que se atisbaba desde fuera estaba impecablemente limpio y ordenado, y el mobiliario de gran valor revestía el interior dándole a las salas una apariencia de calma y serenidad. Y una gran lámpara de araña revestida de cristales con forma de joyas pulimentadas iluminaba la gran sala central, donde las velas arrojaban la cera derretida creando formas de estalactitas por donde caía.
La Reina de aquel castillo que aún continuaba sin articular palabra de pronto llegó a unas escaleras de caracol iluminada por velas hasta que llegaron a unas celdas.
Allí la encerró sin apenas resistencia y cerró la celda con cuidado.
La princesa empezó a sentirse angustiada cuando la mujer se alejó escaleras arriba dejándola en la más completa y oscura de las soledades.
La Serpiente del barro
Capítulo 5
Jaro, las ondinas y las ratas avanzaron por la ciénaga sobre el sapo y alcanzaron un saliente rocoso donde este los depositó. Entonces, el sapo se zambulló y desapareció en las profundidades de las aguas.
De modo que al grupo no le quedó más remedio que seguir avanzando cubiertos de lodo hasta la cintura.
Su aventura por la ciénaga se les había complicado bastante, abandonados por una poderosa Águila Unialada y más tarde por un sapo no les quedó más remedio que continuar avanzando a ciegas por aquel inmenso lodazal.
Las ratas se habían repartido entre los hombros de Jaro y los hombros de las ondinas, y algo parecido a la desesperación y la angustia de no salir jamás vivos de allí comenzaba a empañar de oscuridad sus luminosos y valerosos corazones.
Sin embargo, no era el momento de rendirse, pues es cuando la vida se complica, cuando te pone delante los mayores obstáculos, cuando debes coger un mayor impulso y las fuerzas que resten para sortearlos y descubrir que para un corazón bravo nada es imposible ni tarde en el tiempo para lograrlo.
Así, que decidieron continuar alimentándose de larvas repugnantes de insectos, huevos de animales raros y de extraños peces de largos bigotes que se deslizaban entre la inmundicia de aquel lodo.
Con la ropa colaban el agua y bebían poco tratando de evitar en lo posible los dolores estomacales.
Y así transcurrieron varios días refugiados en una pequeña cueva que encontraron escondida en la inmensidad de la ciénaga. Allí encendieron fuego, comieron animalillos que ensartaron en palos y luego cocinaron y también bebieron agua que calentaron y limpiaron dejándola libre de impurezas.
Y una vez que todos hubieron llenado el estómago las Ondinas primero una y más tarde la otra comenzaron a contar sus historias. Algunas conocidas por Jaro y otras de las que nunca había oído hablar que calmaron su espíritu de ansiedad y de la desdicha de vivir en un mundo en constante cambio y repleto de peligros y adversidades, y por un momento, eso le hizo olvidar los pesarosos años de encierro en la mazmorra del castillo de Hans.
Las ratas se acurrucaron entre los cabellos de las ondinas, y Jaro abrazado a ellas también se durmió.
La noche y sus estrellas cubrieron el manto celeste, y la luna llena, espejo del tiempo, brillaba en un punto aportando su calma y serenidad.
A la mañana siguiente decidieron ponerse en pie y continuar con la marcha y atravesar la ciénaga para salir de ella.
Hordas de mosquitos e insectos los atacaron y agobiaron durante el camino hasta que llegaron frente a un inmenso lago que cubría de agua a Jaro y a las ondinas hasta el cuello, era uno de los mayores riesgos a los que ahora se enfrentaban, pero aún así decidieron seguir adelante y hacer frente a todos sus temores.
Las ratas se repartieron entre los hombros de Jaro y las ondinas, y comenzaron a atravesar la laguna justo cuando una de las ondinas notó el roce escamoso de un ser escurridizo deslizándose alrededor de ella, y la ondina se ruborizó y presa del pánico gritó, a lo que Jaro respondió tratando de que se calmara, la otra ondina la calmó agarrándola de la mano, y las ratas saltaron sobre ella junto a las otras dos y le acariciaron el rostro con sus patitas. Al final, la ondina se calmó, y la criatura escurridiza desapareció por unos momentos...
Entonces, continuaron avanzando solo que con mayor cautela. Caminaron un largo trecho cuando esta vez fue Jaro el que notó a la escurridiza criatura y de repente comprendió por qué la ondina se había alarmado tanto.
Una criatura semejante a una serpiente emergió del lodo y detuvo sus enormes ojos sobre el atemorizado grupo.
Y así estuvo un largo rato hasta que volvió a sumergirse en el barro.
El grupo continuó el camino y cuando ya casi habían atravesado el lago fueron sacudidos de nuevo por la criatura que les lanzó barro en las caras. Jaro se molestó y vio como la serpiente continuaba lanzándoles barro, algo que no acababa de comprender cuando otra serpiente se alzó del lodo erizando sus escamas, mostró sus afilados colmillos y se lanzó al ataque sin detenerse ni por un momento. Cuando ya casi los había alcanzado la otra serpiente, la buena, se cruzó en medio de la que se disponía a atacar y los salvó a todos de las feroces dentelladas que lanzaba al aire.
Luego, continuaron avanzando mientras que las dos serpientes se enfrentaban y a punto estuvo una de derrotar a la otra lanzándola con fiereza contra el lodo y las piedras, entonces la serpiente maligna abrió sus fauces repletas de afilados colmillos con el fin de devorar a Jaro, y fue en ese momento, cuando la serpiente se enroscó con fuerza entre sus piernas y el tronco y comenzó a apretarlo para romperle los huesos. En ese momento, las ondinas y las ratas se lanzaron contra la serpiente, y las ondinas lucieron sus puñales y los clavaron con fuerza en la casi impenetrable piel de la serpiente.
Y las ratas hicieron lo mismo con sus dientes afilados provocándole gemidos dolorosos a la serpiente mala, que en ese instante, se vio obligada a soltar a Jaro, y atravesando el barro con suma cautela y ondeando sobre el agua y el lodo la serpiente buena se abalanzó de nuevo contra la mala propinándole un cabezazo que la hizo sumergirse de nuevo haciéndola huir. Jaro y las ondinas pasaron un buen tiempo juntos atravesando la ciénaga y se hicieron muy amigos de la serpiente buena, y ya cuando quedaban unos pocos kilómetros para atravesarla la serpiente los abandonó.
De modo que el grupo salió de la ciénaga y alcanzó un bosque neblinoso.
El Bosque de los Suicidios
Capítulo 6
Jaro, las Ondinas y las ratas seguidas por la serpiente buena de la ciénaga llegaron a un lugar cubierto de niebla.
Cuando de pronto, se sintieron congelados ante el dantesco espectáculo que contemplaron delante de sus narices. Hasta aquel lugar habían llegado miles de hombres y mujeres desesperados por causas diferentes, pero el primer hombre que alcanzaron les contó que había llegado frente al abismo porque las personas que vivían junto a él lo habían abandonado y dejado solo , y lo habían cambiado por otro que había suplantado su identidad y había intentado que se alejara de sus propiedades si no se sometía a sus oscuros designios, algo a lo que se había negado y esto lo había llevado hasta el borde de aquel precipicio.
Pero Jaro le convenció de que no se suicidara y también le dijo que ningún imbécil merece ser escuchado si a lo que te arrastra es a la muerte. Y cuando dijo estas palabras las tormentas oscuras que cubrían la cabeza del desconocido se desvanecieron sin dejar rastro. Tras esto el hombre lloró todo el dolor que sus antiguos conocidos le provocaron y finalmente recuperó su vida.
Éste decidió que le esperaba una nueva vida alejado de toda la mierda apestosa de toda esa calaña que lo único que quería y deseaba era que estuviese muerto en el mejor de los casos. Tras despertar de su letargo, el hombre soñó un nuevo futuro, una nueva vida, contempló a sus hijos y los vio crecer fuertes y con salud, vio a una hermosa mujer que sería para siempre la mujer de su vida y la que le acompañaría hasta la muerte, y al final se marchó de allí para lograr su añorado sueño.
Pero Jaro y sus amigos vieron que no podrían hacer nada por los otros miles de personas y siguieron avanzando en su camino.
De entre todos los hombres unos se arrojaban, otros seguían dubitativos y otros permanecían con la mirada perdida frente al abismo. Jaro reconoció que le habían arrebatado el alma a todas estas personas y que tendría que hacer algo por ayudarlos.
Cuando de pronto descubrió una antigua fortaleza oculta entre los árboles y la espesa niebla. La serpiente buena tenía la cara ensombrecida tras atravesar el bosque de los suicidios al igual que las ratas y las ondinas.
Jaro y sus amigos llegaron a la conclusión de que lo que ocurría en ese Castillo podría tener que ver con los suicidios misteriosos de aquellos hombres y mujeres inocentes, hombres que habían perdido toda la esperanza.
Un fuerte maleficio había sido propagado y nacía con forma de niebla extendiéndose desde el castillo hasta el bosque al que Jaro había nombrado como el Bosque de los suicidios. El grupo estaba aterrado junto a la entrada de aquel Castillo pues no imaginaban lo que su interior albergaba. Pero aún así decidieron entrar y golpearon la enorme puerta de la entrada con gran sonoridad. Se escucharon pasos y la enorme puerta de madera se entreabrió dejando ver a la hechicera.
La Reina Serpiente
Capítulo 7
La Bruja salió al encuentro de Jaro, las Ratas y las dos Ondinas, al tiempo que una feroz y mortal sonrisa maquiavélica salió de su rostro e hizo sentir escalofríos al grupo de amigos.
-¿Así que venís a recoger a la muchacha que tengo presa en mi castillo?-les preguntó la Bruja con tono socarrón.
Entonces, Jaro se adelantó al grupo y habló en nombre de todos como el líder carismático en que se había convertido.
-Tengo que advertirte Bruja solitaria de que hemos sobrevivido a infinidad de peligros hasta llegar a este lugar. Sin embargo, no pensamos ni por asomo, ni siquiera lo anhelamos, que nuestros pasos acaben aquí, y que al final nos encierres en una de tus lóbregas celdas y acabes devorándonos con tus fieros colmillos al tiempo que suplicamos por nuestra vida al buen hacer de los dioses.
No teníamos ni la más remota idea de que aquí vivía una joven muchacha, pero si la tienes aquí apresada, asustada y hambrienta la liberaremos y a ti te daremos una lección que no puedas olvidar ni más allá de la muerte.-sentenció Jaro.
Tras escuchar a Jaro la Bruja dio una carcajada maquiavélica y de pronto se rodeó de todos los Espíritus y Almas perdidas del Bosque de los Suicidios. En seguida, una nube de vapor verdoso cubrió a Jaro, a las Ratas y a las dos Princesas Fluviales, y esto les impidió reconocerse los unos a los otros.
Cuando de pronto parecieron escuchar el siseo de varias Serpientes enormes que se deslizaron entre las piernas de Jaro y las Sirenas. En esos aterradores momentos las Ratas se subieron asustadas a los hombros de Jaro y las Ondinas se unieron a él en un intenso abrazo. Después, Jaro recordó una feliz frase que su padre siempre le recordaba cuando él vivía.
<<Jaro quiero que recuerdes esto siempre y tenlo en tu memoria hasta el fin de tus días, ya que puede que durante el transcurso de uno de ellos te haga falta. Jaro hijo mío debes recordar que en la unión está la fuerza y en la división está la debilidad. Cuando estés solo en tu vida y todos los peligros del mundo te acechen, a la par que criaturas malévolas traten de destruirte deberás unirte a los que te aman con más fuerza que nunca.
El Amor siempre ha sido la clave de la salvación de los seres de puro corazón y también en los más oscuros de la mía cuando todas las luces de esperanza se esfumaron. Has de saber que allí donde alberga luz y verdad no es capaz de entrar la Oscuridad del Mal por mucho que se esfuerce en conseguirlo.
Únete a los que te aman de verdad y así lograrás vencer cualquier adversidad que se te presente y tras esto tus temores se harán cada vez más pequeños y como el humo de una hoguera de una fría noche de Invierno se desvanecerán y desaparecerán. Nada ni nadie podrá derrotarte sin temor, y ante esta verdad que te digo verás que cualquier Demonio, Bruja o Fantasma te resultará patético. Y fue cuando el recuerdo de la voz de su padre dejó de hablarle en su mente cuando Jaro despertó de su trance y le advirtió a la malvada Bruja con estas palabras:-¡Bruja endemoniada! ¡Ya no te tengo ningún miedo! ¡Te haremos liberar a la muchacha de tus garras de rapaz! ¡Se acabó el rapto!-le gritó Jaro enfurecido.
Y acto seguido la Bruja se achantó y gritó encolerizada apareciendo ante ellos con la horripilante apariencia de una Serpiente de tres cabezas. La Hidra. Ya que en un último intento de defenderse la Bruja había resuelto mostrar la más poderosa de todas su máscaras de Hechicera diabólica.
Solo que esta vez, y gracias a la memoria que albergaba en sus recuerdos de juventud Jaro no se acobardó y le devolvió a la Bruja malvada su más feroz y violento grito de guerra.
-¡Esta vez no me derrotarás! ¡Serpiente hija de una ramera de los bajos barrios de Nurmenia! ¡Cerda arrabalera!
¡Ahora me temerás a mí y a toda la furia de Mis Amigos! Tengo conmigo la verdad del Amor.-dijo Jaro.
¡Venid a mi Ratas y Princesas de los Mares!-exclamó Jaro. –Mi padre me dijo un día que en la unión reside la fuerza y que en la división está la debilidad. ¡Vamos a cortar esas cabezas a la Hidra!- sentenció el valiente muchacho.
Y fue entonces cuando la Malvada Bruja transfigurada en Serpiente de tres cabezas lo escuchó con asombro y asco, y se lanzó al ataque con muchas menos ganas de sonreír y muy turbada por el infeliz cambio que los acontecimientos iban mostrándose para ella. La más oscura y mortífera de todas las brujas de aquel Reino, aunque había más no se conocía a otra Reina Bruja más oscura que ella y por momentos se veía perdida.
Una huida hacia la salvación
Capítulo 8
El Guardián de la Puerta vio como Jaro y sus amigos derrotaban a la malvada y monstruosa hechicera. En seguida, este abandonó su cuarto y se dirigió hacia los establos donde ensilló un corcel y al galope se lanzó en busca de su hermano que de nuevo volvía a escapar de sus garras.
Cuando liberaron a la muchacha de sus cadenas con la espada mágica y legendaria que le entregó la Reina Ónice; Jaro, las Ondinas y las Ratas se encaminaron hacia el diminuto Reino de sus pequeñas aliadas.
La muchacha estaba malherida, sus mejillas ojerosas y sus ojos vacíos de tristeza buscaron a los de Jaro que también la miró buscando su apoyo. Y en medio de todas aquellas desgracias surgió un amor que solo sus ancestros ya exterminados por el Rey Hans recordaban.
La muchacha se levantó del suelo con la ayuda de Jaro y entonces se fundieron en un intenso abrazo. Juntos y derrotados por la vida lloraron y vieron que al fin volvían a estar juntos. Las profecías de sus ancestros iban a cumplirse: **Aquel que volase sobre el Águila Unialada retornaría a su tierra natal como Rey y derrotaría al Guardián de la Puerta. Poniendo fin al reinado de terror del Rey Hans.**
Jaro, la joven que tenía por nombre Hydria, los dos roedores y las dos Ondinas abandonaron el Castillo de la malvada hechicera y emprendieron el rumbo hacia el Reino de las Ratas. Y entonces, Jaro le preguntó por el origen de su nombre a lo que Hydria contestó sentándolos junto al fuego de una larga noche contándoles una larga historia.
El Reino de las Hadas
Todo el grupo despertó una fría mañana, apagó el fuego del campamento y atravesó un espeso bosque que se adentraba en una inmensa Cordillera de Picos Nevados por la que descendían ríos congelados y viento helado. Después, Jaro e Hydria se abrigaron aún más con la ropa que habían encontrado en el Palacio de la Hechicera y antes de abandonar el palacio de la bruja sacaron sus mochilas y las cargaron de víveres. También llenaron sus odres de agua descongelando témpanos de hielo durante la noche.
Las Ondinas pese a estar casi desnudas y tapadas con conchas de ríos, hojas secas, nenúfares y caparazones de cangrejos de río no parecían afectadas por el frío.
Las Ondinas o Ninfas pertenecían al Reino de las Náyades, que eran consideradas Ninfas de las aguas. Las dos Ondinas vivían en el fondo de una poza de aguas cristalinas en las que todas las noches se miraban reflejadas para acicalarse y peinar sus largos y ondulados cabellos de oro con peines de plata y forma de esqueleto de pescado incrustados con rubíes, esmeraldas y topacios.
La mágica luz de la Luna las volvía aún más hermosas, etéreas e inalcanzables diosas de las aguas.
Más tarde, ubicados en el claro del anciano bosque donde se hayaban inmersos Hydria les dijo que miraran al cielo, y los ojos del grupo se toparon con la diosa Selene, la deidad que en su carro llevaba prendida la Luna. Cada noche Selene peinaba sus largos cabellos de plata, al tiempo que todas las estrellas del firmamento la alumbraban y una serenata de grillos, cigarras, búhos y mochuelos cantaban canciones para honorar a su divinidad.
La labor de las Ondinas en el gran Lago que el Rey Hans se había encargado de secar con una injusta presa era mantener las aguas y las riberas del arroyuelo limpias para que todos los habitantes del Reino pudieran beber de sus aguas de forma saludable pero Hans se había olvidado de esto.
El grupo siguió avanzando por el bosque cada vez más cubierto de nieve y hielo cuando el bosque de abetos y coníferas se llenó con los susurros de pequeños seres luminosos que bailaban en círculos alrededor de ellos y que también cantaban.
Jaro e Hydria se miraron a los ojos profundamente ya que los dos sabían que se habían adentrado en el Reino de las Hadas y aún les quedaba un largo trecho para llegar al Reino de las Ratas.
La Reina Elanor Cimbra y su fiel, joven y hermosa hija Aix salió a recibirles y en un ambiente de ensueño el bosque pareció cubrirse de niebla, y cientos de seres diminutos se aproximaron con mucha intriga y curiosidad a Hydria, a Jaro, a las Ondinas y a las Ratas. No dejaron a ninguno sin inspeccionar.
La hermosa Reina tenía las alas doradas y un traje de hermosos colores, brillantes, hojas y enredaderas, y siempre llevaba entre sus manos una bonita y diminuta mariposa de alas amarillas con los extremos anaranjados. Tenía en el tobillo una diadema de hojas y de flores rosas. Sus ojos eran de color oscuro pero la luz que irradiaban brillaba como el sol del verano. La Reina tenía un total de seis alas del color del Arco Iris que brillaban como piedras preciosas.
Sus pómulos eran sonrosados como las cerezas y sus labios del color y el sabor de las fresas de la más esperada Primavera.
Su hija pequeña la princesa Aix Cimbra vivía siempre arrodillada en el centro de un precioso Nenúfar.
Sus seis alas eran de color morado y vestía un delicado vestido de flores ceñido a un corsé de muda de Serpiente.
La Reina de las Hadas congregó a todo su Reino cuando esta sin dar explicaciones sacó una flauta de su morral y tocó une bella melodía que atrajo a una sombra alada que oscureció los maravillados rostros de todos los allí congregados.
La Reina Elanor llamó con su flauta mágica a un Grifo. Se trataba de una antigua y legendaria criatura habitante de lugares remotos y olvidados por los hombres y probablemente descendiente del legendario Grifo Trico.
Elanor y Aix ensillaron al Grifo y lo llenaron de provisiones que colocaron en dos grandes vajillas de barro que iban amarradas con fuerza al estómago de la Bestia.
El Grifo era una mezcla de ratón, serpiente, león, pájaro, gato y perro, y tenía unas alas inmensas solo comparables a su majestuosidad. El Grifo debía de medir unos diez metros de altura.
Una vez que se subieron al lomo de la bestia el grupo se despidió de la Reina Elanor Cimbra y de la princesa Aix Cimbra, y abandonaron volando el neblinoso y congelado Reino de las Hadas.
Pronto, la bestia comenzó a alzarse surcando los cielos y se estabilizaron sobre un mar de nubes bañado por el sol dándole un aspecto dorado y plateado a partes iguales.
Aquellos fueron los primeros momentos de paz que todos vivieron en mucho tiempo. Esto le dio que pensar a Jaro que pese a que por mal que vayan las cosas si perseveras y tienes paciencia al final se hace justicia.
El viento fresco que rozaba sus rostros los renovó y restauró como si hubiesen vuelto a nacer, y Jaro sintió en lo más profundo de su ser que todo volvía a estar en paz.
Por: Félix Olivera
sábado, 11 de mayo de 2019
El Guardián de la Puerta, capítulo 8
Una huida hacia la salvación
El Guardián de la Puerta vio como Jaro y sus amigos derrotaban a la malvada y monstruosa hechicera. En seguida, este abandonó su cuarto y se dirigió hacia los establos donde ensilló un corcel y al galope se lanzó en busca de su hermano que de nuevo volvía a escapar de sus garras.
Cuando liberaron a la muchacha de sus cadenas con la espada mágica y legendaria que le entregó la Reina Ónice; Jaro, las Ondinas y las Ratas se encaminaron hacia el diminuto Reino de sus pequeñas aliadas.
La muchacha estaba malherida, sus mejillas ojerosas y sus ojos vacíos de tristeza buscaron a los de Jaro que también la miró buscando su apoyo. Y en medio de todas aquellas desgracias surgió un amor que solo sus ancestros ya exterminados por el Rey Hans recordaban.
La muchacha se levantó del suelo con la ayuda de Jaro y entonces se fundieron en un intenso abrazo. Juntos y derrotados por la vida lloraron y vieron que al fin volvían a estar juntos. Las profecías de sus ancestros iban a cumplirse: **Aquel que volase sobre el Águila Unialada retornaría a su tierra natal como Rey y derrotaría al Guardián de la Puerta. Poniendo fin al reinado de terror del Rey Hans.**
Jaro, la joven que tenía por nombre Hydria, los dos roedores y las dos Ondinas abandonaron el Castillo de la malvada hechicera y emprendieron el rumbo hacia el Reino de las Ratas. Y entonces, Jaro le preguntó por el origen de su nombre a lo que Hydria contestó sentándolos junto al fuego de una larga noche contándoles una larga historia.
El Reino de las Hadas
Todo el grupo despertó una fría mañana, apagó el fuego del campamento y atravesó un espeso bosque que se adentraba en una inmensa Cordillera de Picos Nevados por la que descendían ríos congelados y viento helado. Después, Jaro e Hydria se abrigaron aún más con la ropa que habían encontrado en el Palacio de la Hechicera y antes de abandonar el palacio de la bruja sacaron sus mochilas y las cargaron de víveres. También llenaron sus odres de agua descongelando témpanos de hielo durante la noche.
Las Ondinas pese a estar casi desnudas y tapadas con conchas de ríos, hojas secas, nenúfares y caparazones de cangrejos de río no parecían afectadas por el frío.
Las Ondinas o Ninfas pertenecían al Reino de las Náyades, que eran consideradas Ninfas de las aguas. Las dos Ondinas vivían en el fondo de una poza de aguas cristalinas en las que todas las noches se miraban reflejadas para acicalarse y peinar sus largos y ondulados cabellos de oro con peines de plata y forma de esqueleto de pescado incrustados con rubíes, esmeraldas y topacios.
La mágica luz de la Luna las volvía aún más hermosas, etéreas e inalcanzables diosas de las aguas.
Más tarde, ubicados en el claro del anciano bosque donde se hayaban inmersos Hydria les dijo que miraran al cielo, y los ojos del grupo se toparon con la diosa Selene, la deidad que en su carro llevaba prendida la Luna. Cada noche Selene peinaba sus largos cabellos de plata, al tiempo que todas las estrellas del firmamento la alumbraban y una serenata de grillos, cigarras, búhos y mochuelos cantaban canciones para honorar a su divinidad.
La labor de las Ondinas en el gran Lago que el Rey Hans se había encargado de secar con una injusta presa era mantener las aguas y las riberas del arroyuelo limpias para que todos los habitantes del Reino pudieran beber de sus aguas de forma saludable pero Hans se había olvidado de esto.
El grupo siguió avanzando por el bosque cada vez más cubierto de nieve y hielo cuando el bosque de abetos y coníferas se llenó con los susurros de pequeños seres luminosos que bailaban en círculos alrededor de ellos y que también cantaban.
Jaro e Hydria se miraron a los ojos profundamente ya que los dos sabían que se habían adentrado en el Reino de las Hadas y aún les quedaba un largo trecho para llegar al Reino de las Ratas.
La Reina Elanor Cimbra y su fiel, joven y hermosa hija Aix salió a recibirles y en un ambiente de ensueño el bosque pareció cubrirse de niebla, y cientos de seres diminutos se aproximaron con mucha intriga y curiosidad a Hydria, a Jaro, a las Ondinas y a las Ratas. No dejaron a ninguno sin inspeccionar.
La hermosa Reina tenía las alas doradas y un traje de hermosos colores, brillantes, hojas y enredaderas, y siempre llevaba entre sus manos una bonita y diminuta mariposa de alas amarillas con los extremos anaranjados. Tenía en el tobillo una diadema de hojas y de flores rosas. Sus ojos eran de color oscuro pero la luz que irradiaban brillaba como el sol del verano. La Reina tenía un total de seis alas del color del Arco Iris que brillaban como piedras preciosas.
Sus pómulos eran sonrosados como las cerezas y sus labios del color y el sabor de las fresas de la más esperada Primavera.
Su hija pequeña la princesa Aix Cimbra vivía siempre arrodillada en el centro de un precioso Nenúfar.
Sus seis alas eran de color morado y vestía un delicado vestido de flores ceñido a un corsé de muda de Serpiente.
La Reina de las Hadas congregó a todo su Reino cuando esta sin dar explicaciones sacó una flauta de su morral y tocó une bella melodía que atrajo a una sombra alada que oscureció los maravillados rostros de todos los allí congregados.
La Reina Elanor llamó con su flauta mágica a un Grifo. Se trataba de una antigua y legendaria criatura habitante de lugares remotos y olvidados por los hombres y probablemente descendiente del legendario Grifo Trico.
Elanor y Aix ensillaron al Grifo y lo llenaron de provisiones que colocaron en dos grandes vajillas de barro que iban amarradas con fuerza al estómago de la Bestia.
El Grifo era una mezcla de ratón, serpiente, león, pájaro, gato y perro, y tenía unas alas inmensas solo comparables a su majestuosidad. El Grifo debía de medir unos diez metros de altura.
Una vez que se subieron al lomo de la bestia el grupo se despidió de la Reina Elanor Cimbra y de la princesa Aix Cimbra, y abandonaron volando el neblinoso y congelado Reino de las Hadas.
Pronto, la bestia comenzó a alzarse surcando los cielos y se estabilizaron sobre un mar de nubes bañado por el sol dándole un aspecto dorado y plateado a partes iguales.
Aquellos fueron los primeros momentos de paz que todos vivieron en mucho tiempo. Esto le dio que pensar a Jaro que pese a que por mal que vayan las cosas si perseveras y tienes paciencia al final se hace justicia.
El viento fresco que rozaba sus rostros los renovó y restauró como si hubiesen vuelto a nacer, y Jaro sintió en lo más profundo de su ser que todo volvía a estar en paz.
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