Bienvenido a La Carretera Expedientada

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un saludo, Félix Olivera

sábado, 28 de mayo de 2016

El Guardián de la Puerta- capítulo 2


Capítulo 2


Ya casi alcanzando la cumbre con gran esfuerzo las Ondinas y las ratas tuvieron que hacer frente a una feroz ventisca, y el frío intenso estuvo cerca de conducirles a todos a una muerte asegurada. Cuando de pronto, apareció la Colosal Águila Unialada que irradiaba calor descendiendo en círculos concéntricos hasta aterrizar en el punto más alto de la nevada cumbre.
Las ondinas y las ratas se agazaparon tras unas rocas y observaron al descomunal ave que se erigía triunfante junto a su nidada.
Y en ese instante, los huevos eclosionaron uno por uno, hasta que todos los polluelos vieron la luz de la Radiante Estrella.
El instinto del animal la llevó a salir de allí en busca de caza, y en un momento de descuido del ave, las ondinas y las ratas se subieron encima del Águila y sobrevolaron con ella toda la extensa llanura, el Reino de Hans y el Lago de las Ondinas.
En el lugar en el que abandonamos a Jaro estaban a punto de suceder algunos hechos de cierta importancia en el devenir de los acontecimientos de esta historia.
Y fue cuando tras una repentina nube de polvo apareció el Guardián de la Puerta, al tiempo que el Coloso se levantaba del suelo tras la patada que había recibido de Jaro, éste no tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra cuando la cimitarra del Guardián sacudió el aire y le cortó la cabeza de una limpia estocada. 
En seguida, el cuerpo decapitado convulsionó entre espasmos durante varios segundos y luego permaneció quieto y empapado de sangre.

-Uno siempre tiene que acabar el trabajo que los obtusos, malhadados, pérfidos y desdeñosos guerreros que tiene a su mando no desempeñan.-silabeó el Guardián de la Puerta, a la vez que agarraba con fuerza la espada por el arriaz y salpicaba con la sangre del Coloso la cara de su hermano escapado.
En ese momento, Jaro se sintió exasperado, se limpió la sangre de la cara como pudo, y viéndose amenazado retrocedió con sumo cuidado unos pasos. Durante unos instantes lo miró con cierto embeleso pero recordó la estolidez de su hermano y que este no se detendría hasta exterminarlo, pues había escapado de su celda por casualidad.
La cimitarra sangrante del Guardián de la Puerta volvía a erguirse en el aire y apuntaba a la cabeza de Jaro, y éste le sonrió triunfal cuando mirando al cielo en la última plegaria que le concedió a su Dios no sabiendo si por suerte o causa del Destino vio llegar a una enorme Águila con una sola ala cargando con las Ondinas del Lago y con las ratas que le hicieron compañía durante su encierro.
De pronto, el Águila sacudió el suelo con fiereza y la nube de polvo y viento golpearon al Guardián de la Puerta y al caballo con el que había venido desde el Reino de Hans.
El Guardián de la Puerta no pudo esgrimir su espada contra semejante bestia y derrotado los dejó escapar mesándose los largos y rubios cabellos en un gesto de rabia y repulsión.
Lejos de allí, en el reino de los pájaros, sucedió una feroz tormenta que obligó al Águila a cambiar sus majestuosa y colosal ala de dirección teniendo esta que adentrarse con consciente peligrosidad, respingo y recato en el olvidado Reino de los Silfos.

Por Félix Olivera, 2.016, Librilla.




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miércoles, 11 de mayo de 2016

Las tres Gargantas, el Mar de Cristal y la Reina de los Hielos

Todo comenzó con el maullido lastimero de la gatita negra Abigail. Así fue como el muchacho se despertó. Con los ojos cubiertos de legañas. El muchacho estaba desnudo porque los días habían sido muy calurosos y se disponía a vestirse y a marcharse a la academia.
Lucas era huérfano y vivía con una tía que ya era muy mayor pero que con su cariño y vitalidad suplía cualquier carencia afectiva que él pudiera tener.
Clarisa ya tenía alrededor de sesenta años y criaba a su sobrino de la mejor manera que podía. Los días de la Guerra ya pertenecían al pasado y una nueva esperanza se respiraba en el ambiente. Una cierta tranquilidad que nunca habían conocido antes.
Para llegar a la Academia Lucas debía atravesar el Bosque Septentrional. Una amplia masa boscosa repleta de criaturas, muchas de las cuales las mayoría de los hombres apenas tenían conocimiento.
Aquel día el bosque aparecía cambiado pues una desconocida bruma lo cubría ahora y le daba un aspecto mortecino y fantasmagórico que cualquiera en su sano juicio no hubiera hecho más que evitar.
Pasado el bosque Septentrional aparecía la catarata de las Tres Gargantas. Se trataba de una enorme mole de piedra marronzuzca que tenía tres caídas pronunciadas por las que infinidad de litros de agua descendían cada segundo. Y en las cuevas vivían multitud de gentes al amparo de las inclemencias de los cielos descubiertos y del gran mar que se extendía a lo largo de la descomunal catarata.
A veces, los cielos eran surcados por la ciudades flotantes y allí vivían hombres también. Aquel mundo se sostenía en un difícil equilibrio que los mantenía separados y así, de ese modo, en una constante y perpetua paz.
Pero esto a Lucas apenas le importaba y casi todo desconocía de estas culturas. Lo único importante para él era como todos los días atravesar el Bosque Septentrional para poder alcanzar la Academia y poder estudiar y lograr ser alguien reconocido algún día. En estas cosas pensaba antes, mucho antes de que apareciesen las dificultades allá muy lejos. En la Torre que se alzaba en medio del Bosque las cosas no andaban muy bien, un peligro desconocido acechaba, y la bruma que había aparecido recientemente era una clara y lógica señal de ello.
Al igual que antaño lo fuera su difunto padre Lucas quería dedicarse a la fabricación de botones.
A simple vista esto podría resultar un trabajo o una dedicación para nada interesante y, al mismo tiempo, poco o muy mal remunerada.
Sin embargo, Lucas no pensaba lo más mínimo en ello, en su mente habitaban las formas, los colores y los tamaños de unas piezas que él consideraba importantísimas en cualquier indumentaria de Occidente que se preciase.
Muy a lo lejos Lucas logró contemplar con cierta preocupación la inmensa bruma que se alzaba alrededor del guarda del bosque.

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Por Félix Olivera